Este 23 de septiembre será recordado como el día en que la (aún) actual Corte Suprema comenzó su desintegración, a raíz del “acuerdo extraordinario” que le permitirá a Horacio Rosatti ascender a su cúspide. Para colmo, con el doctor Carlos Rosenkrantz como vice. Un enroque envenenado.
Lo cierto es que no cayó del todo bien que la decisión al respecto fuera votada por unanimidad. Es decir, nada menos que por los propios elegidos. En otras palabras, esos dos tipos se votaron a sí mismos, con la venia –y el voto– del tercer supremo presente, Carlos Maqueda. En términos futbolísticos: tres a cero. Una goleada antojadiza, porque ese día los otros dos miembros de dicho tribunal, Ricardo Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco, estaban ausentes con aviso. El primero, por su participación en un evento internacional y la segunda por la ausencia del primero. Rosenkrantz, entonces, se permitió una trampa tan alevosa como burda: eludir la obligatoriedad reglamentaria de realizar un acto como aquel en un acuerdo ordinario –como el que estaba previsto este martes o el próximo– para correrlo al jueves, avisando aquella circunstancia a último momento. Una maniobra nada maquiavélica.
Ese mismo día mantuvo un ríspido diálogo telefónico con Lorenzetti, en el cual justificó su proceder con las siguientes palabras:
–No estás de licencia ni me estás ofreciendo hacerlo mañana…
Lorenzetti quiso replicarle. Pero su interlocutor ya había cortado.
Entonces, ese hombre –apodado el “Monje Negro de Rafaela”, pero que comparado con Rosenkrantz parece la reencarnación del mismísimo Ulpiano– quedó de una sola pieza.
En este punto conviene retornar al momento en que Macri se convertía en presidente. Ese jueves, cuando leía su encendido discurso ante la Asamblea Legislativa, de pronto, soltó: “En nuestro gobierno no habrá jueces macristas; a quienes quieran serlo les digo que no serán bienvenidos”.
Una salva de aplausos estalló en el recinto.
Cuatro días después, suscribió un decreto para sumar a Rosenkrantz y a Rosatti al máximo tribunal.
Cabe resaltar que esos nombres habían sido susurrados en su oreja nada menos que por Fabián Rodríguez Simón (a) «Pepín».
Macri quiso saber el motivo de su preferencia por ellos.
Pepín contestó:
–Carlos, porque es amigo. Horacio, para que los peronistas no se enojen demasiado.
Y remató la frase con una risita. Así era él.
Pero la debilidad legal de esos nombramientos situó a los beneficiados en una espera que se extendería hasta el 22 de agosto, luego de las audiencias públicas en el Senado que derivaron en la confirmación de sus designaciones por las dos cámaras legislativas.
No está de más evocar el jubileo de ese lunes: inmediatamente después de jurar “por la patria y el honor”, Rosenkrantz –un individuo extremadamente parco y apocado– quebró el clima solemne de la ceremonia al alzar primero un brazo, y después el otro, para agitarlos con la euforia de quien festeja un gol, mientras el público lo aplaudía a rabiar. Y ya al filo del ágape, dispuso echar a los periodistas. Toda una declaración de principios.
El 1º de octubre de 2018, Rosenkrantz asumió la presidencia de la Corte en reemplazo de Lorenzetti, quien durante 11 años se mantuvo en dicho sitial. Claro que no se trató de un enroque signado por la transparencia; de hecho, la entronización del nuevo jefe de los cortesanos no mereció un acto protocolar ni discurso inaugural. Y en fuentes tribunalicias el cambio fue leído como una rebelión de Rosatti, Maqueda y Highton de Nolasco hacia el cabecilla saliente. Por supuesto que el asunto fue atizado desde la sombra por Rodríguez Simón.
Ese mismo mes, Pepín increpó en la confitería Farinelli, situada en la calle Bulnes al 2700, de Palermo, a una persona que lo filmaba en compañía de un contertulio. Una imagen de aquella cinta circuló en la prensa, y exhibía a su extraño acompañante, quien lucía gafas negras y gorrita que tapaban hasta sus orejas. Un atuendo que, sin embargo, no ocultaba su gran semejanza con el rostro de Rosenkrantz. Eso había inquietado a Macri sobremanera, por lo que ordenó al jefe de Inteligencia, Gustavo Arribas, que sus espías se abocaran a la identificación del “paparazzi”.
Aquellas cuestiones jamás fueron esclarecidas. Pero durante meses los muchachos de la AFI vigilaron a sol y sombra la dupla formada por Pepín y Rosenkrantz, El lazo entre ellos debía ser mantenido bajo reserva.
Ahora, mientras el prófugo Rodríguez Simón está a centímetros de ser extraditado desde Montevideo, Rosenkrantz se aferra a sus fueros como un alcohólico a la botella. Vueltas de la vida.
Para Rosatti, un oportunista polimorfo, su flamante entronización en la cúspide de la Corte puede llegar a ser una suerte de presente griego.
El escándalo generado por su llegada al sillón más codiciado de la Corte está recién en su fase inicial. Algunas de las congratulaciones que supo recibir por ello hasta tienen sabor a chanza.
Claro que Lorenzetti no se quedó callado. Y no dudó en calificar tales autovotos como un acto “repudiable desde el punto de vista jurídico y moral”. Finalmente, comparó a su colega con Julio Nazareno, el inolvidable pope de la mayoría automática del menemismo, que había tenido idéntica conducta.
Una historia repetida se convierte en un estilo. «