El incremento en la producción de soja durante 2024 respecto al año anterior se explica por la mayor cantidad de lluvias provocadas por el fenómeno climático “La Niña” y por los bajos rendimientos del maíz durante la pasada campaña, explican los productores, que están eligiendo ‘ir a lo seguro’.
No obstante, los niveles de productividad alcanzados en los últimos años no han colmado las expectativas. Las “brechas de rendimiento” de la soja configuran un motivo de preocupación para el sector. Un estudio coordinado por el investigador Juan Pablo Monzón, de la Universidad de Nebraska, llegó a la conclusión de que el rendimiento de la soja apenas alcanza un promedio de 63 por ciento de su potencial. En condiciones normales, el rendimiento debería ser de 5 toneladas por hectárea, pero está siendo de entre 3,2 y 3,5 toneladas.
«Zona de confort»
Durante el encuentro anual de Agronegocios del Plata realizado en Dolores, Uruguay, el investigador del CONICET Nahuel Reussi realizó una fuerte crítica a lo que denomina “la zona de confort” de los grandes productores. En su opinión, la repetición del mismo ciclo de cultivo de soja todos los años y el uso sistemático de los mismos fertilizantes le puso un techo al rendimiento.
Esta forma de cultivar hace que la oleaginosa sufra de una falta de nitrógeno en las etapas más críticas de su desarrollo vegetal. La fijación de nitrógeno es insuficiente en el período de engorde de la semilla, y el uso de fertilizantes en esa etapa no solo no ayuda al proceso, sino que lo inhibe. Es necesario que la tierra tenga un balance de nutrientes previo a la siembra, principalmente de fósforo, azufre y zinc.
Reussi concluye que el fertilizante o las lluvias no son los factores de mayor impacto en el rendimiento de la soja. Por el contrario, afirma que es necesario preocuparse por “haber construido un mejor ambiente para el cultivo”: más materia orgánica, mejor porosidad del suelo, mejor estabilidad de agregados, menor compactación. Estos factores, al combinarse, logran un efecto positivo denominado “créditos de nitrógeno” que eleva la calidad nutritiva del suelo.
Este efecto puede lograrse iniciando el ciclo con una primera siembra de leguminosas, tales como las arvejas o las habas. Esos cultivos brindan a la tierra ese “colchón” de nitrógeno que luego aprovecha la soja para desarrollarse de modo óptimo. La conclusión de Reussi sobre lo que considera el error del modelo actual del agronegocio es contundente: “El suelo tiene vida, pero también tiene memoria. La soja va a responder en función de lo bien o mal que se hicieron las cosas en los últimos años”.
El proceso “sanador” no es una idea nueva: tiene sus raíces en el tradicional método de la rotación de cultivos. Esta técnica es utilizada desde hace siglos por los pequeños productores, como forma de obtener mejores resultados en la producción de alimentos. La mayoría de ellos entiende como algo sumamente necesario que sea respetada la diversidad agrícola que naturalmente tiene el suelo.
La capacidad de la tierra para nutrir a las plantas que la habitan queda gravemente resentida por el monocultivo. Insistir en su uso para buscar únicamente la rentabilidad inmediata arroja malos resultados en para el ambiente y también para la economía, como demuestra la baja del rendimiento de la soja.