«Los libros salen en determinado momento», dicen Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini. Las autoras del libro Los Oesterheld consideraron que se necesitó «una reparación histórica, reivindicación de la militancia, políticas de Estado de Memoria, Verdad y Justicia, y los genocidas en el banquillo» para que muchas de las personas que entrevistaron se sintiera un poco más seguras para hablar sus años de militancia. Por eso, la militancia de los Oesterheld se pudo reconstruir tantos años después.
En el libro, las autoras cuentan por primera vez la historia desconocida de la familia del reconocido creador de grandes historietas como El Eternauta. Entre junio de 1976 y diciembre de 1977, la familia fue desmembrada. Al igual que Héctor, las cuatro hijas de su matrimonio con Elsa fueron desaparecidas o asesinadas. Ninguna superaba los 25 años. La misma suerte corrieron tres de sus yernos y dos de sus nietos.
Esta etapa tan trágica de la historia familiar es la más conocida, relatada por Elsa, la única sobreviviente del terrorismo de Estado y dirigente de Abuelas de Plaza de Mayo, quien falleció el año pasado. Sin embargo, nunca se habían abordado los años previos al terror: la cotidianeidad de la casa familiar en Beccar, la adolescencia de estas jóvenes de clase media acomodada de la zona norte del Conurbano y cómo se volcaron junto a su padre de cuerpo entero a la militancia a diferentes estamentos de la organización Montoneros.
«Siempre nos interesó y nos daba curiosidad armar la historia de las chicas: cuatro mujeres militando y todas fueron desaparecidas. Teníamos en claro que lo que queríamos era corrernos del estereotipo de militante montonero y también de la idea de cuatro mujeres lindas, idílica. Quisimos correr el eje de la tragedia y recuperar vivas a los protagonistas», detalló Beltrami.
Por la clandestinidad de la militancia en dictadura, había un vacío de información sobre esos años. «Esa laguna que teníamos nosotras la tenía también Elsa porque cuando salen a militar, por más que se veían cada tanto, dejaron de tener contacto fluido y entonces no había nadie que lo pudiera contar ni nadie que hubiera buceado en esa historia», explicó Nicolini sobre los retazos de información con los que comenzaron a investigar.
A ese momento, le siguió una reconstrucción de las antiguas redes de militancia de las cuatro jóvenes. «Empezamos a armar redes que estaban destruidas. No sólo que cada uno sabía muy poquito, por el tabicamiento, sino que la mayoría de las personas a las que entrevistamos nunca habían hablado, ni de su militancia ni de su relación con los Oesterheld. Hubo 30 años de autosilencio impuesto por la teoría de los dos demonios, las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.»
Recuperar esos vínculos las llevó sin querer a trazar un mapa de los diferentes ámbitos de militancia dentro de Montoneros, a partir de las diferentes experiencias que tuvieron cada una de las chicas.
«Cada una de ellas ocupó un lugar diferente en la organización y en el territorio. Estela, la mayor, estaba con el ‘Vasco’ (Raúl Mortola) militando en la zona sur del gran Buenos Aires, donde la militancia era más dura, con un perfil de militancia obrera, y, ya en el ’76, estaba más militarizada», cuenta Nicolini.
Beltrani señala que Diana estuvo primero en el movimiento villero en Capital y después en Tucumán, donde, a partir de su historia, lograron reconstruir el rol de Montoneros en el monte tucumano y en la ciudad de San Miguel.
«Beatriz, la tercera, arrancó militando en la villa. Lo interesante de zona norte era esa mezcla de chicos de clase alta y clase media y la villa. Cuando empezamos a investigar, el factor era geográfico porque la casa familiar de los Oesterheld estaba a 10 cuadras de la villa. Ella quedó mucho más en la base por esa distancia con la conducción y se quedó en la villa hasta casi el último momento», agregó Nicolini.
A través de la más chica, Marina, pudieron contar la militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).
Por otro lado, el padre se acercó a la militancia en paralelo a sus hijas. Siempre a través de la historieta, Héctor entró a Montoneros a través del Bloque Peronista de Prensa. «Yo escribí sobre esa familia de clase media que a la noche se juntaba a jugar a las cartas y que de repente encuentra una causa mayor por la cual salir a luchar. Y a mí y a mis hijas nos pasó eso mismo entonces a veces me pregunto quién fue primero, si ellas con su militancia o yo con algunas ideas que ya estaban ahí », dijo Oesterheld. Las autoras llegaron al testimonio en primera persona del escritor a través de una familia que lo recibió en su casa en plena dictadura.
¿Cómo era ser mujer y militante en ese momento?
Beltrami: Era una época mucho más libre, la mujer estaba en una situación de igualdad. Se hacía explícito el discurso de igualdad y se llevaba a las unidades básicas. Les decían: tu marido no te puede pegar, sos igual que él, si querés podés trabajar. Con la sexualidad también, hasta que Montoneros se puso muy rígido y se empieza a meter cierta moral cristiana.
Nicolini: El discurso de la militancia era que la igualdad entre el hombre y la mujer. Después, en lo pragmático se reproducía la misma lógica que en la sociedad, como también pasaba con los militantes de las villas, que nunca ascendían en la estructura. Cualquier actitud machista era condenada, incluso con castigos reales. La maternidad también era un tema. Más allá de que eran militantes, seguían operando un montón de dudas y miedos de la maternidad. La vida no se suspendía, no es que perdían la femineidad con todo lo aguerrido que tenían que ser porque militaban.
«Tengo la sensación de que todas han muerto. Que mis nietitos son un sueño, que yo ya no soy yo. Creo que mi salud mental está probada hasta lo increíble. A fuerza de vivir en la ficción, en nuestra casa se gestó la novela de ciencia ficción más terrible que jamás cerebro alguno pudo crear: la destrucción y degradación de toda una familia en forma sistemática en camino hacia el horror…», decía Elsa al recordar lo que debió vivir su familia durante la última dictadura.
La primera de las hijas en caer fue Beatriz, de 21 años. Un mes después fue desaparecida Diana, de 24, en San Miguel de Tucumán. Su compañero, Raúl, fue asesinado al año siguiente. En abril de 1977 fue secuestrado Héctor y en noviembre la menor de las hijas, Marina. «