El proceso de reconversión ideológica que pretende el macrismo para asegurar el pasaje de una Argentina regida por aires distribucionistas a otra de corte neoliberal, halló en José López el atajo perfecto para intentar resumir, de modo macabro y nauseabundo, la totalidad de un proyecto político a apenas tres artículos del Código Penal.
Doce años de políticas públicas inclusivas, avaladas por el voto democrático en elecciones sucesivas, parecen hoy lastimosamente reducidas a la imagen de un ex secretario de Estado de ojos desorbitados paseado con casco y chaleco antibalas, luego de haber sido atrapado in fraganti con valijas conteniendo 9 millones de dólares y un fusil, adentro de un monasterio de General Rodríguez.
El arquetipo indeseable del kirchnerista violento y corrupto que el antikirchnerismo de todos estos años construyó en sagas increíbles, bastardeando el esfuerzo militante de gente convencida de actuar dentro de un proceso de transformación de época, corporizó de la noche a la mañana en la figura bestial de López, alguien innegablemente asociado al área de Obras Públicas de las tres últimas administraciones.
El impacto es demoledor. La ex presidenta habló de una trompada en el estómago, de esas que dejan sin aire. Otros calificaron el suceso directamente de puñalada en el corazón. Es inútil disimular el efecto devastador del episodio. Hay un antes y un después de esas imágenes brutales y sorprendentes. Nada será igual a lo que era, al menos por un tiempo largo.
López es una realidad de la invención más amarga. Nadie recordará por estas horas atribuladas las leyes que hicieron posible un modelo que permitió a la sociedad asegurar una asignación para cada argentino recién nacido por el solo hecho de ser argentino, el matrimonio igualitario, la identidad de género, la discusión para democratizar la comunicación, los derechos para las trabajadoras de casas particulares, las inversiones en ciencia y tecnología, el mayor presupuesto asignado a la educación en la historia, la creación de universidades nacionales, el retorno del instituto paritario, el funcionamiento del sistema previsional solidario y de reparto, el pedido de perdón en nombre del Estado a las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos y las condenas a sus victimarios y todos los etcéteras que convirtieron al kirchnerismo en la mayoría política del país, después del desastre de 2001, cuando la dirigencia, en todos los órdenes, era mala palabra.
Porque los que se fueron entonces, volvieron. Con sus mismas políticas excluyentes, sus partidos conservadores, sus funcionarios indolentes, esta vez animados de un espíritu de revancha rayano en la negación del otro. Y López y su rufianismo político se les ofrece como un festín a los que procuran tomar la parte por el todo, traducir un proyecto con claroscuros en la nueva mala palabra, de ahora y para siempre, porque alguna vez se atrevió a rozar sus privilegios y expandir los derechos ciudadanos.
Los zócalos de la TV con agendas unificadas, los editorialistas de los diarios oficialistas, encontraron en López el nombre a inscribir en la lápida última del odiado kirchnerismo. No quieren ni preguntarse quién ni por qué le dio la millonada que revoleaba sobre los muros del monasterio. Su anhelo de transparencia se detiene en la necesidad de sepultar una experiencia populista, con este escándalo a modo de epitafio.
El sistema político y empresario trata de deskirchnerizarse del mismo modo que se kirchnerizó, histéricamente, cuando en 2003 irrumpió en escena Néstor Kirchner como emergente de un país en ruinas, moralmente derrumbado y a la deriva. Necesitaron de un Kirchner para que la gente dejara de correrlos por las calles, de un atrevido que reinventara el Estado que ellos habían reventado, de un jefe que devolviera la gobernabilidad a una democracia capitalista exánime donde no había caja para pagarles a los maestros y la reactivación de la obra pública era una quimera.
Fue el kirchnerismo el que comandó la nave en medio de una situación desmadrada, herencia pesada si las hubo. Los dueños de las empresas que componen el listado de contratistas de obra pública que nadie quiere mostrar se peleaban en aquel momento por sacarse fotos con los funcionarios de primer, de segundo y hasta de tercer rango. Aunque parezca un siglo, no pasó hace mucho.
Todo ese sistema de saqueo que ahora toma distancia del kirchnerismo aprovecha los escándalos pestilentes de Baéz y de López para transformar una identidad política exclusiva en el Azazel sacrificable que lave las culpas de todos. No quieren la verdad completa, quieren iluminar una parte de la escena, en la que ellos no aparecen. Pero si se mira toda la saga, hasta quizá sean los protagonistas, beneficiarios de un blanqueo inédito e inverosímil: no tienen que traer la plata sucia ni invertirla, apenas pagar un mínimo porcentaje para lavarla con fuerza de ley. No necesitan palas, ni monasterios.
Son los dueños de siempre de la Argentina y se ocupan de determinar qué sirve y qué es lastre en la nueva etapa de reorganización de la economía, la sociedad y la cultura.
El país vive atrapado en una encrucijada dolorosa. La derecha se vuelve a vestir de impoluta y se rasga las vestiduras con la corrupción supuestamente ajena, mientras produce día a día una impresionante transferencia de recursos de los sectores más pobres a los más ricos de la pirámide social.
La culpabilidad de López es ineludible. La corrupción, estructural. Y funcional, además, al nuevo modelo de exclusión planificado. El escándalo de General Rodríguez es la alfombra roja necesaria para que los saqueadores se vuelvan a pavonear como lo que no son, salvadores de virtudes que no tienen y nunca tendrán.
Habrá que hacer muchos esfuerzos para que los que creyeron y trabajaron por un modelo de inclusión dejándolo todo, los cientos de miles que no son ni fueron López, vuelvan a creer y se involucren de nuevo con energía en un proyecto de transformación. Único camino posible para dejar en evidencia la verdadera tragedia a la que asistimos, porque sin gente con convicciones y honestidad no hay manera de desbancar a los sectores del privilegio y a los deshonestos que confunden el servir a la sociedad con servirse de ella. «