El 2020 se inició con la crisis militar entre USA e Irán en territorio iraquí copando las primeras planas de las noticias internacionales. Luego siguió la potencial escalada USA-Irán que algunos analistas de Estados Unidos y el mundo ven como la carta oculta de Donald Trump para reducir los efectos del proceso jurídico-político de su impeachment en las elecciones de noviembre y reelegirse como presidente.
En esa tormenta de noticias impactante pasó con poca relevancia un acontecimiento importante para los latinoamericanos y caribeños, el relanzamiento de la CELAC con la presidencia pro-tempore de México, que ocurrió en los primeros días de enero.
Es un hecho destacable que México, sede de la reunión en la que se formalizó, en Playa del Carmen, la CELAC, en 2010, sea impulsor de ese relanzamiento. También que los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández hagan que México y Argentina, dos de los países de mayor peso en la región, coincidan en la necesidad de recatar de su declive la agenda de la integración latinoamericana y caribeña. Y que lo hagan en un momento de gran complejidad e incertidumbre.
Las ausencias de Brasil y Bolivia en la reunión enviaron la señal de que la región sufre serias divisiones ideológicas, políticas e institucionales. En Brasil, país de significación en la economía y la geopolítica mundial, hay un gobierno de extrema derecha que elogia y reivindica la dictadura brasileña de siglo pasado. En Bolivia hay un gobierno de facto, producto de un golpe de estado, que ha convocado a elecciones para mayo de este año. Los dos gobiernos están unidos por su coincidencia con las posiciones internacionales de Trump, con la misma intensidad con la que Venezuela se opone a ellas.
Brasil , Bolivia y Venezuela tienen gobiernos ideológica y geopolíticamente antagónicos, pero comparten la hegemonía de la institución militar como garante de su estabilidad política interna. Y, en los tres casos, el respeto a los derechos humanos no es política privilegiada por esos estados.
Las elecciones generales de Bolivia en mayo y las parlamentarias de Venezuela en diciembre deben estar en la agenda política y diplomática de los estados que integran la CELAC y de su presidencia protempore.
En ambos eventos comiciales debe existir igualdad de condiciones para todas las partes contendientes. Un órgano electoral estructurado con acuerdo de todos los participantes es una necesidad. Y una observación internacional del proceso electoral y sus resultados, liderada por la ONU y no por la actual secretaría de la OEA, ayudaría a garantizar la aceptación de esas elecciones por todos los contendientes.
En Bolivia el proceso podría ser el inicio de un camino de desarme de los ánimos de actores sociales y políticos y de reconciliación nacional sin hegemonía militar. En Venezuela las elecciones parlamentarias pueden abrir una nueva senda en el entramado geopolítico internacional, para encontrar solución pacífica a la profunda crisis general que padece el país.
En abril de 1967 se firmó el Tratado de Tlatelolco, en la sede de la Cancillería mexicana, que consagró a la región latinoamericana y caribeña como zona libre de armas nucleares y consagrada a la paz en la región y el mundo. Defender ese enorme logro internacional, alcanzado en plena guerra fría, es el mandato principal de los estados que integran la CELAC y de su presidencia pro tempore.
Eso es particularmente significativo en esta época en la que Trump preside EE:UU y rodeado de asesores de seguridad y funcionarios que creen que agresiones militares en el tercer mundo son el mejor camino para garantizar su reelección y reducir las consecuencias negativas del impeachment.
Las migraciones masivas e irregulares desde los países centroamericanos hacia Estados Unidos deben ser abordadas con seriedad por los países centroamericanos y México concertadamente y , como bloque, con USA. El problema es de pobreza y falta de desarrollo y oportunidades y no pertenece al ámbito de la seguridad nacional, como suele decir el presidente Trump.
América Latina y el Caribe representan el 7,1 de la población mundial y generan el 8,6 del PIB del planeta. En su inmenso territorio se encuentra el 25 % de los bosques, el 40 % de la biodiversidad, el 35% del agua dulce, el 25% del petróleo, el 10% del gas, el 5% del uranio y porciones importantes de las reservas mundiales de los 28 minerales estratégicos para la economía del siglo 21.
Su cultura tiene raíces históricas milenarias y destaca en la modernidad por la creativa belleza de su literatura, de sus artes es escénicas, de su música y danza, y los avances serios en ciencias.
Esa realidad geográfica y humana de riquezas tangibles y potenciales inmensas debe tener una presencia singularizada en la geopolítica mundial del siglo 21.
CELAC nació para ser el foro privilegiado de América Latina y el Caribe. La OEA es el foro de los estados de CELAC con USA y Canadá, sus poderosos vecinos de Norteamérica. Cuando ese objetivo progresista sea una realidad geopolítica concreta se habrá conseguido un avance histórico trascendental.