26 de julio de 2022. El homenaje es en el salón Puerto Argentino del Concejo Municipal de Rosario. Hay militantes peronistas, legisladores, diputados. Enfrente de ellos, como un faro, el busto de Evita en mármol de carrara.
Septiembre de 1955. Golpe de Estado a Juan Domingo Perón. Asume la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Sus seguidores, antiperonistas acérrimos, empiezan a hacer mano propia con uno de los objetivos centrales de los militares: destruir y prohibir todo lo relacionado a Perón. Y Evita, cómo no, fue una de las más atacadas. Chela Pazos lo sabe. Es militante peronista y docente en el paraje rural Tomás Young, al sudeste de Santiago del Estero. Dos años antes, tiempo después de la muerte de la esposa del General, la Fundación Eva Perón le obsequió la escultura de carrara para que lo colocara en la Escuela Rural N° 484. Con los militares en el gobierno y el antiperonismo enceguecido en el poder, tiene temor de que lo destruyan, como a tantas otras piezas con figuras de peronismo.
En Rosario, por ejemplo, un comando civil arrebata un busto de Eva que se ubicaba en la plaza frente al Concejo Municipal, a horas de consumado el Golpe. Lo atan a un auto, lo arrastran hasta la plaza Pringles. Y fanáticos del odio lo escupen, lo orinan, lo terminan destrozando a mazazos.
Chela y su pareja, Eduardo, se apresuran. Llegan a la escuela y rescatan al busto. Lo cuidaría durante 63 años. El 22 de agosto de 1953 recibió Chela el regalo de la Fundación Evita, al cumplirse dos años del “renunciamiento” a una candidatura a la vicepresidencia. Se lo mandaron por su participación como delegada en el lugar. “Allá el maestro y el policía son el punto rojo al que buscan cuando llega alguien. Entonces fueron los del Partido Peronista y me designaron subdelegada censista. Como me gustan los desafíos, pese a que era joven acepté. Empecé a militar en un rancho donde vivíamos, al que convertí en una unidad básica. Los hice a todos los colonos de ahí peronistas”, recordó años atrás en una entrevista con El Ciudadano de Rosario.
Los primeros días de la dictadura del ’55 lo tuvo en su casa. “Estaba hecha de mármol de Carrara, eran las primeras Evita que empezaban a mandar, preciosa era. Pero cuando los militares vinieron por primera vez, la escondí y la puse debajo de mi cama”. Meses después, una amiga casada con un general le advirtió que la guardara bien porque los militares la iban a ir a buscar. Entonces pensó en el monte.
Allí fueron y la enterraron. «’Pedí una carretilla y nos vamos al monte’, le dije. Y así hicimos: llevamos la carretilla, la Evita y la pala. Me pareció tan feo enterrarla…Pero le pedí perdón y le dije: ‘Es para que no te rompan, Evita’. La enterramos y la tuve tres meses bajo el monte», entre lágrimas.
Tal como le había anunciado la amiga, pocos días después ingresaron las fuerzas de seguridad a su casa, porque el sitio era una unidad básica. Rompieron todo. “A mí no me hicieron nada porque les anticipé: «Conmigo no se metan. Ustedes le lustraron las botas a Perón en un determinado tiempo y ahora lo combaten», les dije. Por suerte, yo ya había enterrado el busto”.
Linda casa
Pero tampoco confiaba en el monte. La clave era sacarla de la zona. La desenterró y la envió escondida a la casa de su madre en Añatuya, otra localidad de Santiago del Estero: “Mi marido pidió un cajón y, como era jefe de estación, la metió debajo del asiento de un tren que pasaba por ahí, le pidió al compañero que la llevara a la casa de mi madre. Así la salvamos”.
Permaneció en la casa de su madre hasta 1979. Ese año, Chela (que era oriunda de Rosario) volvió a su ciudad de nacimiento junto a su esposo. Se radicaron definitivamente en una casa de zona norte de la localidad ubicada frente al Paraná.
“Cuando se levantaron los ferrocarriles, a mi marido lo mandaron a trabajar en Rosario, en la estación Rosario Oeste, en Paraná y Mendoza, donde se jubiló. A mí me trasladaron como directora de una escuela en San Lorenzo, donde estuve siete años y pedí el traslado a Rucci, donde me jubilé. Mientras alquilaba no la tenía conmigo por seguridad, la traje cuando compramos nuestra casa en el 79. Le dije a Evita: «Mirá, después de vivir en un rancho, estamos en una linda casa»”, agregó a El Ciudadano. La chimenea fue el altar. Por ahí empezaron a desfilar militantes peronistas que se fueron enterando de la historia.
Muy pocas personas sabían de la existencia del busto. Quienes lo descubrían en su casa quedaban sorprendidos ante la calidad y la belleza de la escultura. Con el tiempo, Chela fue estableciendo una relación de protección y complicidad con la figura: “Además de ser parte de mi ideal, ella es parte de mi vida”.
Contaba en 2016: “Tengo 85, por eso quise ubicarla a Evita porque tengo un solo hijo, él no sabe de política porque no lo incliné a eso. Entonces pensé que antes que Evita fuera a correr otro destino, iba a escribir la historia y la empecé a repartir”. Ese 2016, con 85 años, Chela decidió separarse de aquella escultura a la que cuidó por 63. La donó al Concejo Municipal. El busto pasó a lucir el hall central del Palacio Vasallo. “Ahora estoy tranquila porque está en un lindo lugar, hay personas que se van a ocupar, y yo le dije: «El destino nos iba a separar, y hoy llegó el día»”, expresó en ese momento. Chela falleció en 2021. El busto permanece, como una hija idolatrada. Mito y realidad.
En agosto de 2016 se realizó la ceremonia de emplazamiento de la escultura en el salón Puerto Argentino del Palacio Vasallo. En el acto además desagraviaron la figura de Eva Duarte, cuyo busto había sido atacado a metros de ahí por las hordas casi 70 años atrás. Otro busto logró sobrevivir y hoy luce reluciente. “En ese acto de desagravio –añadió el diputado nacional Eduardo Toniolli–, Chela reflejó la historia del busto y cómo pudo preservarlo de las garras del revanchismo oligárquico de 1955”.