En la presentación de su libro Primer tiempo, el expresidente Mauricio Macri volvió a exponer una de sus creencias más profundas. Dejó clara su opinión sobre las causas del fracaso de su gobierno. Fue culpa de la debilidad política que tenía en el parlamento; fue culpa del país “prebendario”; de los empresarios que no compiten-como si su empresa familiar no fuese producto de negocios con el Estado-; y de los sindicatos que “no dejan competir”. Es decir, fue culpa de todos.
Los intelectuales nucleados en su momento en el Grupo Fragata publicaron, en agosto de 2018, una carta que retrataba muy bien este tipo de razonamiento. No es sólo de Macri. Es propio de un sector de la derecha argentina, cuya máxima expresión está en los medios del establishment. En el escrito de Fragata se sostenía, sintetizando, que para el macrismo su gestión fracasaba por “culpa de la sociedad” y no de las políticas que se estaban impulsando. La frase que remataba el documento tenía un alto impacto: “Gobiernan la Argentina como si fuese un país de mierda”.
Uno de los pasajes destacados del libro de Macri señala que el país “no tendrá salida” hasta que el peronismo se separe de la “facción kirchnerista”. Emerge la matriz autoritaria del pensamiento del expresidente y de buena parte de la derecha local. Pensar el peronismo sin el kirchnerismo sería como proponer un Mercosur sin Brasil, es decir, sin el miembro con el territorio más extenso, la población más populosa, la economía más grande. En el ámbito del fútbol, que tanto le gusta al exmandatario, sería un campeonato sin su querido Boca Juniors. Y en un terreno más culinario, perdón por la digresión, sería como hacer un asado sin vino tinto.
Desde el punto de vista social, electoral, de respaldo y de identificación popular, sería más acertado decir que el PJ es una facción del kirchnerismo; entendiendo como facción a un sector con peso, pero no mayoritario de una coalición política.
Macri y los sectores que piensan como él quieren que el kirchnerismo deje de existir. Creen que el país es “una mierda”, inviable, porque existe esa expresión política.
Lo retrató una vez en el Congreso el entonces diputado del PRO Nicolás Massot, cuya tradición familiar no es justamente de apego a la democracia. Sin embargo, el joven Massot, en el último año del gobierno de Cambiemos, hizo una crítica a su propio espacio político: “No se puede hablar de la intención de construir consensos nacionales dejando afuera al 30 o más del 30 por ciento de la sociedad”. Se refería a lo que Macri-y otros-consideran una facción.
El tema tiene otras aristas. Además de mostrar la matriz autoritaria en el razonamiento de este sector de la derecha local, ilustra sobre algo que trasciende las fronteras. El neoliberalismo no acepta convivir con alternativas. Puede haber competencia electoral, por supuesto, incluso es mejor si la hay, porque oxigena. Pero tiene que ser entre fuerzas que propongan el mismo camino y debatan la forma de recorrerlo. Una elección entre Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, y Juan Manuel Urtubey, por ejemplo.
La convicción de que un sector de la sociedad, político, religioso, étnico, es el problema de un país, siempre es la base que justifica el autoritarismo. Durante el gobierno de Cambiemos se practicó en forma de persecución político-judicial, el famoso lawfare.
Si el país es inviable por una expresión política, hay que hacer el sacrificio por la patria y extirparla. “No es para cagones”. En esa lógica de pensamiento, la democracia es un premio posterior, la frutilla del postre. No es el camino en el que, a los tumbos, una sociedad trata de forjarse un destino transitando sus contradicciones. En esa matriz, no se puede andar con pruritos de respeto al estado de derecho cuando la patria está en peligro. Esta es una convicción profunda del expresidente y de un sector amplio de la derecha, incluidos los medios tradicionales.
Ojalá que los sectores que habitan en la coalición conservadora, y que en esto tienen una visión diferente, marquen la impronta. Por ahora parece que no es así. El liderazgo conceptual lo tienen figuras como Bullrich, que anda buscando una primavera árabe en el norte argentino.