Un artículo de Ariel Dorfman, el académico y novelista chileno, cuenta que, en una entrevista con Joe Biden sobre la planificada invasión contra Irak, al actual presidente de Estados Unidos le preocupaba por qué el chileno simultáneamente rechazaba a Saddam Hussein y se oponía a la intervención extranjera en el país de medio oriente. Esa intuición fina de Biden para tratar de conocer la opinión de todos y sus múltiples matices puede serle fundamental al momento de liderar a la primera potencia del mundo, en un momento crítico de su historia.
EE:UU se enfrenta, como ha definido el presidente Biden, a varias crisis simultaneas : el COVID-19 y sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales; el huevo de la serpiente de una forma americana de neofascismo que es el trumpismo; la crisis migratoria y su forma más aguda y reciente que son las caravanas de centroamericanos que buscan el “sueño americano”. Y sólo encuentran la bárbara represión de las fuerzas de seguridad de Guatemala, el desprestigio internacional y el abandono del multilateralismo por parte de Estados Unidos.
Pero para que la bonhomía recia de Biden puede ser el inicio de un cambio de fondo. Hace falta caracterizar adecuadamente al trumpismo y calibrar históricamente la crisis norteamericana, de la cual Trump y el trumpismo son una peligrosa expresión.
El trumpismo es una manifestación aguerrida de malestares de una parte de la mayoría blanca. Está provocada por los cambios demográficos que vive EE:UU y en varias de las contradicciones de su historia. Por ejemplo: su constitucionalmente consagrado respeto de la diversidad y la igualdad de todos los seres humanos y, al mismo tiempo, la práctica abiertamente racista consagrada en varios estados y grupos sociales. Su nacimiento y desarrollo como país de inmigrantes y, al mismo tiempo, el rechazo de nuevos migrantes por razones económicas diversas. Y, lo que es más grave, este rechazo es apoyado por bisnietos, nietos e hijos de migrantes que hoy son estadounidenses, como es el propio Trump y su actual esposa.
También son contradictorios los avances jurídicos de la igualdad racial impulsados por personajes históricos como Martin Luther King, los hermanos Kennedy y Lyndon Johnson, la igualdad de todos ante la ley y, al mismo tiempo, la práctica políticamente discriminatoria y racista sistémica de órganos de justicia y corporaciones de seguridad internas. Durante décadas han usado temas como la lucha contra la subversión comunista, el narcotráfico o el terrorismo, para aplicar selectivamente el silenciamiento, la prisión y la brutalidad policial contra personajes como Paul Robeson, Pedro Arvizu Campos y recientemente George Floyd, que fue mártir y símbolo de la lucha contra el racismo trumpista, que originó el masivo movimiento social Black Lives Matter, protagonista estelar en la reciente lucha electoral.
Se suma la creciente desigualdad económica y social de décadas. Ha provocado una disparidad entre los ingresos más altos y los más reducidos de cerca de 200 veces. Deterioró crecientemente la clase media cuyo vigor hace 70 años era un símbolo de EE:UU y coadyuvaba en la preservación de la siempre difícil paz y estabilidad internas.
Trump y su estratega electoral, Steve Bannon, beneficiario de uno de los indultos del expresidente antes de dejar la Casa Blanca, realizaron una cruel “inversión de la prueba”. Acusaron a los migrantes de la frontera sur de ser los causantes de los problemas del desempleo, pobreza, inseguridad. Lo mismo hizo Adolf Hitler contra judíos, gitanos y comunistas en su lucha por alcanzar el poder en medio de una gran crisis posterior a la Primera Guerra Mundial y desató la segunda.
Otro desafío que Biden deberá enfrentar es armonizar la preservación de la democracia como “el alma de Estados Unidos” y la negación de la soberanía de otros estados, buscando imponer el modo americano de vivir a países con otra historia y sociedades con diferente cosmovisión.
Se trata de entender que la cultura del poder que tienen distintos pueblos es diferente. Puede haber distintas formas de democracia, como hay diferentes formas de socialismo.
India es la democracia política demográficamente más grande del mundo. El sistema político de ese país coexiste con una sociedad de castas, que con mirada históricamente estrecha es inaceptable para una democracia.
Los desafíos de Biden son enormes. Su experiencia como político y funcionario en contraste con su antecesor, empresario improvisado en el Estado, permite albergar desde una vuelta a la “normalidad” hasta una reforma gradual y profunda del rumbo del modelo de nación. Un posible privilegio de la salud pública en comparación con la privada, una equidad racial real, una lucha contra el extremismo de derecha. Que haya resultados mensurables contra el cambio climático, una reforma migratoria profunda, un retorno al multilateralismo y a la legalidad internacional, en respeto y coexistencia con historias y cosmovisiones distintas en el mundo sobre la estructuración del poder político estatal y el modo cotidiano de vivir de sus sociedades.
Para hacerlo Biden tiene ejemplos de copartidarios ilustres en el siglo XX. Roosvelt y su “new deal”, Kennedy, que afrontó la crisis de Octubre del 61 como estadista global y alcanzó un acuerdo histórico con la entonces Unión Soviética que garantizó la no invasión de EE:UU a Cuba.
Biden está ante el desafío colosal de ser un Presidente que solo recuperó la normalidad burocrática de Washington o atreverse y convertirse en el transformador de una nación que ha acumulado muchas contradicciones en las distintas esferas de su accionar interno e internacional.
En América Latina hay diferentes visiones sobre qué esperar de Biden. Desde los que piensan que no hay posibilidad estructural de esperar ningún cambio histórico relevante hasta los que apuestan a que la decisión política de un líder puede superar los condicionantes estructurales existentes.
Será entonces no el conocido “nuevo comienzo” sino el esperanzador nuevo futuro para Estados Unidos y el mundo.