Asumir una derrota no es ser derrotista sino que es, muy por el por el contrario, una condición imprescindible para revertirla. Asumir no es los mismo que aceptar. Asumir implica un proceso en el cual se reconocen errores en virtud de transformar una situación adversa, mientras que aceptar es tan solo, admitir una situación de la realidad. En el bunker de Juntos por el Cambio no se asumió la derrota y se mostró a un Presidente insistiendo sobre las virtudes de un modelo de gestión que, a la luz de las estadísticas oficiales, ha fracasado.
Del otro lado se pudo ver la victoria del Frente Todos que fue impactante desde el aspecto cuantitativo (47% a 32%) pero fundamentalmente desde el cualitativo, ya que la mayoría de la ciudadanía argentina le dijo basta a la filosofía política que encarna Durán Barba y Marcos Peña: una expresión nítida de un neoliberalismo “cool” recargado que quiso barrer con la memoria y los derechos colectivos. La filosofía de estos “gurúes” cuyas grandes apuestas fueron: que el miedo le gane a la decepción, el algoritmo a la política, y el odio a la bronca.
Este triunfo no es menor, porque si un “triunfo electoral” logra convertirse en un “triunfo cultural” es un aporte significativo en la lucha de ideas, en la disputa por una nueva hegemonía, es decir, por los valores, las formas de ver el mundo y el sentido común que predomina en una sociedad. Paradójicamente si la oposición pudo ganar electoralmente es también porque en estos cuatro años se logró resistir y evitar que el Gobierno gane ciertas batallas culturales claves. Por ejemplo, el 2×1 para los genocidas o la reforma laboral no las pudieron imponer.
El relato de estas “nuevas derechas” se constituyó bajo la ilusión de que todo individuo es un emprendedor nato que sólo necesita que se le generen las oportunidades para alcanzar sus metas. La cultura del entrepeneur es una de las estafas más importantes de nuestro tiempo. La promesa de una sociedad de emprendedores que, con audacia, esfuerzo e ideas propias, consiguen sus propósitos es imposible sin democracia económica. El economista Thomas Piketty señala que la desigualdad contemporánea se sostiene en que quienes tienen patrimonio siempre tendrán una ventaja irreversible frente a la porción de la ciudadanía que sólo cuenta con su entusiasmo emprendedor.
Si algunos de los valores que le permitieron a la elite gobernante conectar con amplios sectores medios urbanos fueron la cultura entrepeneur, la modernización, los timbreos, el punitivismo recargado, las mascotas, la meritocracia, los “ciudadanos de bien”, la autorrealización y meditación, el entusiasmo por hacer, la política de la apolítica, ayer la sociedad los puso en crisis.
Anoche ganó la política, frente a un modelo de gerenciamiento del Estado que se regocija de no hacer política. La gestión de Cambiemos se caracterizó por excluir a la política, el acuerdo, la negociación y la articulación como instancias para administrar los conflictos de la sociedad. Muy por el contrario, a través del discurso del individualismo legitimaron un modelo de gestión que pretende sentar las bases de una sociedad estamental donde el ascenso social y la redistribución de la riqueza se han convertido quimeras. Lo que nunca entendieron es que la historia argentina se caracteriza por la capacidad de articulación y movilización de su sociedad, dos cualidades que lograron la conquista de un piso de derechos sociales que aún son defendidos.
Por eso, lo que está en juego en estas elecciones no es sólo una dimensión económica de la cosa pública, sino una forma de comprender las transformaciones en el mundo del trabajo: en nombre de la modernidad y la libertad el oficialismo quiere consolidar un fenómeno de precarización feroz; mientras que en nombre de la autonomía y la autorrealización transforma al trabajo en una autoexplotación descarnada. La meritocracia, si no hay un Estado que garantice condiciones de igualdad, es una ilusión y una forma de individualizar problemas colectivos.
No es casualidad que hayan pasado de la revolución de la alegría al temor por el populismo chavista; del “¡sí, se puede!” a la doctrina Chocobar; de los globos de colores al miedo de perder la democracia. Se evidencia que, frente al fracaso del programa económico, el gobierno buscó refugiarse más que nunca en el aspecto cultural, en la dimensión de las subjetividades y en la construcción de mitos. Y sobre los mitos no importa su veracidad, sólo importa su verosimilitud. Podemos mencionar al menos dos mitos fundamentales en la campaña de Juntos por el Cambio: el de la meritocracia y el que opone autoritarismo populista vs. Democracia.
Duran Barba apostó a una campaña agresiva, llena de fake-news, en la cual se pretendía transformar la bronca y frustración de los sectores agredidos y agredidas por el ajuste en odio hacia la política y miedo hacia cualquier opositor, caracterizado como desestabilizador, peligroso y autoritario. Fracasó. Una vez más la sociedad decidió romper el pacto neoliberal.
Por su parte la oposición tiene el gran desafío de elaborar un nuevo acuerdo social que amalgame las múltiples demandas e identidades políticas, que dé cuenta del todo, pero también de la parte, que logre transformar minorías dispersa en nuevas mayorías diversas. Es fundamental para ganar, pero especialmente para gobernar.