Cristina Fernández caminaba por un sendero del bosque. Vestía de colores marrones y verdes. La ropa generaba un contraste con la nieve blanca que cubría el suelo y las ramas de los árboles que la rodeaban. Alguien le tomó una foto que captó la imagen pictórica y luego la publicó en las redes sociales de la vicepresidenta.
CFK llegó luego a la inauguración del Cine Teatro Municipal de El Calafate y, desde el centro del escenario, dijo: «Es hora de que los argentinos comencemos a discutir ideas políticas, y dejemos de debatir a las personas».
Es una invitación generosa. Se trata quizás de la dirigente política más atacada en el plano personal desde el retorno de la democracia. Hay periodistas afamados que todos los días reducen su análisis a calificarla de «mala», como si se tratara de un cuento de hadas para chicos, un lobo escondido en ese bello bosque nevado del Sur.
La derecha demoniza a los líderes populares porque su objetivo es la aniquilación. Si no es posible que sea física, entonces que sea política. ¿Y por qué no ambas?, se preguntan por lo bajo. Durante el gobierno macrista, Jaime Durán Barba lo repetía en las reuniones conspirativas: «Es más difícil que la gente vote a una persona mala».
El objetivo del lawfare fue (y es) adjudicarles a los presidentes que tuvieron gobiernos populares exitosos en la región, durante la primera década de este siglo, todas las crueldades de las que es capaz la condición humana. Alguien escribió una lista de los delitos que se puedan cometer y eso se transformó en la hoja de ruta para el armado de causas, incluyendo el asesinato, como en el caso del suicidio del fiscal Alberto Nisman.
¿Acaso es algo nuevo? En Argentina se hizo lo mismo con Hipólito Yrigoyen, con Juan Perón, con Eva, por mencionar los más emblemáticos. En Chile se hizo con Salvador Allende, en Brasil con Getulio Vargas; en Colombia directamente mataron a balazos a Eliécer Gaitán, primero, y luego a Luis Carlos Galán; en Venezuela la demonización de Hugo Chávez mientras gobernaba incluyó de todo. La acusación de «loco» era un tentempié sumamente suave.
¿La derecha cambió? Si se toma como ejemplo el gobierno de Macri, que terminó hace apenas 30 meses, pareciera que no. El tiempo transcurrido es muy poco. ¿Hubo alguna reflexión? El apabullante regreso de Lula Da Silva en Brasil-al menos es lo que parece por ahora-quizás haya hecho que los estadounidenses repiensen el guión que les escriben a las derechas sudamericanas.
Otro punto es que, en el caso de Juntos por el Cambio, la conducción de ese bloque de poder es compartido con factores corporativos. Están en las sombras y tiene más peso en las decisiones políticas de JxC que la mayoría de sus dirigentes nacionales. Se puede abrir la chance de que no todos los referentes de la coalición antiperonista compartieron el proyecto autoritario que desplegó Macri usando el Poder Judicial. Esos referentes, cuánto poder tienen en Juntos por el Cambio, donde la conducción está compartida con poderes fácticos locales e internacionales.
El optimismo es una buena manera de encarar la vida. No importa si a veces conduce a equivocaciones por exceso de confianza. El día a día de la corta existencia humana tiene más momentos de alegría si está habitado por el optimismo. Con esa premisa, por qué no creer que es posible que alguna vez la derecha argentina estará dispuesta a discutir ideas y no personas. Sería la prueba tangible de que, por fin, aceptó la democracia.