El término balcanización es casi siempre una comparación exagerada. Se inspira en el proceso de desintegración de Yugoslavia, que se inició en 1991, luego de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el final de la URRS. Las guerras yugoslavas duraron 15 años. Se enfrentaron las repúblicas que habían constituido la República Federal de Yugoslavia, de la que surgieron luego ocho países diferentes.
Por eso es que el término es tan utilizado para describir el proceso de disolución de un cuerpo político cuando empieza a fragmentarse en las identidades previas a su constitución. Es lo que comienza a ocurrir con la alianza que derrotó al peronismo en las elecciones de 2015. Es la balcanización de Cambiemos.
Un dato central del proceso: ni siquiera los radicales que respaldaron con más fervor el acuerdo con Macri, como Ernesto Sanz o los gobernadores Gerardo Morales y Alfredo Cornejo, creen en la idea de la “remontada histórica” con la que Marcos Peña se da ánimo a sí mismo, al presidente Macri y a los grupos de WathsApp de los “Defensores del cambio”. En el partido centenario dan por concluido el proceso electoral y se concentran conservar Mendoza, que hoy gobierna Cornejo, y que va a elecciones en dos semanas. Era una disputa que venía pareja contra el peronismo y que con la agudización de la crisis se puso más dura.
Los boinas blancas apuntan también a intentar no reducir la cantidad de diputados, ya que en el Senado tendrán una merma. Por lo bajo de la mesa hay tironeos. Mario Negri quiere quedarse con la presidencia del bloque radical, que se separará del PRO y la Coalición Cívica, y Cornejo, candidato a diputado nacional por Mendoza, quiere el mismo lugar.
Por otra vía vienen los disidentes, referenciados en Ricardo Alfonsín, que cuestionaron desde el principio las políticas impulsadas por Macri y ahora esperan que pasen las elecciones para cantar “yo te avisé” y tratar de disputar la conducción radical con la esperanza-difícil-de que el partido centenario vuelva a su doctrina yrigoyenista.
En la mesa política de la Coalición Cívica hace ya varios meses que daban por perdida la elección nacional y la bonaerense. El partido de Elisa Carrió fue el que mejor “cobró”, en términos de poder, su lealtad al presidente y ahora se prepara para seguir su propio camino. En las PASO de 2015, cuando compitió contra Macri y Ernesto Sanz, Carrió sacó 2,28 por ciento. Se podrá escribir un libro de ciencias políticas para analizar cómo con ese mísero caudal, Carrió logró armar después un bloque de diez diputados pidiendo lugares en las listas a cambio de mantenerse dentro de la alianza y no utilizar sus armas de denunciadora serial contra el jefe de Estado.
¿Y el PRO? El macrismo puro tiene en riesgo su propia subsistencia como fuerza. Un análisis a primera vista indicaría que Horacio Rodríguez Larreta debería quedarse con la Ciudad y con eso tener refugio y lugar de proyección para el postmacrismo. El punto es que la crisis es tan intensa y su dinámica tan impredecible que descartar por completo un balotaje porteño en el que Matías Lammens destrone a Larreta es un error de lectura. Todas las posibilidades están sobre la mesa. Predecir el futuro del PRO es como querer saber qué hubiera sucedido con Yugoslavia cuando cayó el muro de Berlín. «