«Creo que la acumulación en el campo popular del 19 y 20 de diciembre la pudimos medir muy claramente el año pasado. Si no hubiese existido esa capitalizacion política desde el comedor más chiquito hasta la organización más grande, el escenario habría sido muy distinto», opina la abogada María del Carmen Verdú. «Esos militantes salieron a resolver la situación de millones ante la pandemia y si no hubo un estallido en el primer semestre en la cuarentena más dura fue pura y exclusivamente porque las organizaciones salieron al rescate, resolviendo los problemas de la gente. Creo que es lo que quedó del proceso 1999-2002″. Lo he visto en los barrios y también en mis compañeros y compañeras. Lo digo sin distinción política, porque es algo transversal a las organizaciones que están en el Frente de Todos y las que están en la izquierda», sostiene la abogada de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi).
Verdú fue una protagonista clave –junto con varios organismos de Derechos Humanos– del rescate de las víctimas de la represión en aquellos días de furia .
No habían pasado 20 minutos de las 4 de la tarde. «La negra» llevaba varias horas de ese 20 de diciembre corriendo entre comisarías y las zonas más calientes de la represión que había desatado la Policía Federal en los alrededores de la Plaza de Mayo. Todavía faltaban, al menos, dos horas, para que el presidente Fernando de la Rúa firmara la renuncia y huyera en helicóptero desde el techo de Casa Rosada. En un momento decidió parar el trajín y se sentó en uno de los bancos de cemento que por entonces tenía la Plaza de la República, que rodea al Obelisco.
«Me senté mirando hacia Avenida de Mayo y 9 de Julio y sentí dos estruendos muy fuertes. El primero eran las bombas de humo y los gases lacrimógenos que tiraba la policía y el segundo eran las descargas de las itakas de la infantería», recuerda. «De repente, veo que viene un compañero en moto hacia nosotros. Era uno de los motoqueros del Sindicato de Mensajeros y Cadetes (SiMeCa), que llevaba una bandera argentina», cuenta.
Era el grupo de trabajadores en moto que, desde la noche del 19, alertaban a los demás de la cercanía de la policía en los momentos más críticos de la represión. Esa zona de avenida 9 de Julio era, y sigue siendo, uno de las zonas originarias del gremio motoquero, cuyo aporte solidario quedó plasmado para siempre en esos días de rabia. «Se me arrima y me dice ‘Negra, vengo de Avenida de Mayo, hay por lo menos dos muertos y muchos heridos», reconstruye la abogada, oriunda de Bahía Blanca. Con ese dato demoledor y preocupante, cargó la batería del celular que tenía. Era uno de los cuatro «ladrillos» que tenía la organización para funcionar. Recibió un llamado de Aministía Internacional para reunir a todos los organismos de Derechos Humanos en la sede que tenían cerca del Congreso. La convocatoria fue para coordinar la defensa de los detenidos que estaban a disposición del Poder Ejecutivo que, a esa hora, era una cifra desconocida. También para organizar el amargo deambular por morgues con el fin de reconocer cuerpos sin vida.
«Me quedé preocupada con lo que me dijo. Lo que no sabía era que uno de esos muertos era ‘Petete’ Almirón», se amarga Verdú de nuevo e inevitablemente revive todo lo que siguió después de esas horas en las que De la Rúa trataba de negociar un gobierno de coalición, después de declarar el estado de sitio en la noche del 19 de diciembre. Después del mediodía del 20 la decisión era volver a despejar los alrededores de la Plaza de Mayo para que la movilización no obstaculizara aun más el camino de espinas de un gobierno que había decretado su final de la peor forma. La reunión en la sede de Amnistía era para eso: prepararse para lo peor. Una parte ya había sucedido con los primeros muertos de la represión y en Correpi todavía no tenían idea de que uno de ellos era Carlos «Petete» Almirón, de 23 años, que militaba en la organización y ese día se encargaba de asistir casos de violencia institucional sobre Avenida de Mayo. Desde ese día es uno de los 39 asesinados en todo el país por fuerzas federales y policiales durante la vigencia del estado de sitio.
«Nos pusimos a recorrer tribunales, contabilizar detenidos. Éramos unas 20 personas de ocho distintos organismos de Derechos Humanos: Correpi, AEDD, Liberpueblo, CeProdH, APEL, Serpaj, HIJOS Oeste, APDH y Cels. A mí me tocó ir a los hospitales y a las comisarías», relata Verdú. Acordaron tener un panorama del desastre en cuatro horas. «Pusimos como punto de reencuentro la sede de la Liga por los Derechos del Hombre, que está en Callao y Corrientes. Después de las 20, cuando De la Rúa ya había renunciado, contabilizamos 212 personas detenidas a disposición del Poder Ejecutivo», cuenta.
A la medianoche, cuando el microcentro todavía era un territorio tapizado de piedras, gomas quemadas y vidrieras rotas, solo quedaban tres personas en la histórica sede de «La Liga». «Éramos tres junto a Enrique «Cachito» Fukman y Adriana Calvo», dos de los fundadores de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD), que sobrevivieron a los tormentos de la ESMA y el Pozo de Banfield durante la última dictadura militar. .»Cuando nos confirmaron la soltura de los 212 hábeas corpus que habíamos presentado nos miramos los tres y decidimos irnos a casa», detalla. Llevaban un día y medio sin dormir yno tenían idea que era el prólogo de todo lo que vendría después. «Cuando llegamos a mi autoveo que en la vereda de enfrente estaban los policías de civil de la brigada de la comisaría tercera, porque estaban detrás nuestro. Cachito se bajó del auto, los encaró, puso los brazos en jarra y les gritó: ‘¡Sí, somos nosotros, nos estamos yendo a casa, no jodan más’!».
Al llegar a casa no había mucho espacio para el descanso. Se puso a escuchar los mensajes que tenía en el contestador. «El quinto era un compañero de Correpi. Me avisaba desde el Hospital Argerich que uno de los muertos era Petete. Recién ahí supe que lo habían matado cerca de Plaza de Mayo. Me bañé, me cambié y volví a salir para ir a la morgue, hacer el trámite para que entreguen el cuerpo», cuenta. El cuerpo lo entregaron dos días después y pudieron velarlo el domingo siguiente, después de una procesión multitudinaria desde Remedios de Escalada hasta el Cementerio de Lanús.
A «Petete» le decían así porque siempre andaba con un libro debajo del brazo, como el personaje de la vieja revista infantil «Anteojito». Había empezado a militar en CORREPI cuando terminó el secundario y entró al CBC de la UBA en Avellaneda. Militaba en su barrio, tenía vocación para el trabajo territorial y era el nexo de la organización con los familiares de las víctimas de gatillo fácil de la zona sur. Ese 20 de diciembre fue asesinado de un disparo en el pecho en la esquina de Avenida de Mayo y 9 de Julio, a escasas cinco cuadras de donde la Negra se había sentado por culpa del tobillo y escuchó esos dos estruendos de muerte.
Este año volverá a poner el nombre de «Petete» en la calle junto a sus demás compañeros y familiares. El testimonio de la vida de ese joven de 23 años es parte de un legado colectivo que, según analiza Verdú, no ha perdido vigencia y quedó demostrado en el momento más duro de la pandemia.
Desde su experiencia política, considera que ese proceso «es una acumulación que no resultó en un liderazgo y en la construcción de una fuerza social revolucionaria que pudo modificar el estado de cosas, pero si pudo resolver estas situaciones concretas y son vidas».«