El golpe contra Evo Morales y el esparcimiento del caos por la faz de Bolivia coincidió con la presencia de Vladimir Putin y Xi Jinping en Brasil. Consultado por los periodistas, Putin respondió: le preocupaba que Bolivia caiga en el caos y comparó su situación con la de Libia. Simultáneamente, la Cancillería rusa emitió un comunicado anoticiándose de que Jeanine Áñez había asumido el gobierno provisional. Todo eso hizo que algunos medios se apresurasen a decir que «Putin reconoció a Áñez» y a sacar deducciones sobre ello. ¿Acaso Putin, al igual que Trump, estaba celebrando el golpe?
No es tan así. En rigor, las referencias a Bolivia en el comunicado ruso son sinuosas. Comienza por decir que este país está sumido en «el enfrentamiento entre partidarios y opositores de la remoción de Morales», dando a entender que la renuncia presidencial no fue voluntaria. Luego lamenta la violencia, el caos y la inestabilidad. Continúa diciendo que Rusia recibió la información de que Áñez asumió la presidencia interina, y que presumen que lo hizo siguiendo los legítimos parámetros constitucionales. Concluye en desear que esto una a la nación, que se restauren las instituciones, y que la comunidad internacional actúe con responsabilidad; «a Rusia le interesa una América latina estable y política y económicamente sustentable». Más que celebrar la remoción de Morales o referirse a la democracia -la política exterior rusa no opina sobre los regímenes políticos-, hace un llamamiento al orden y la estabilidad. Y pone un énfasis especial en lo que más preocupa a la Rusia de Putin: la legalidad de los estados.
Sobre la velocidad de la declaración, que sorprendió a muchos (¿por qué salió tan rápido a hablar?), hay que tener presente que Moscú se define como protagonista central de las relaciones internacionales, y siempre se posiciona rápido. Rusia tiene el segundo servicio diplomático más grande del mundo, después del estadounidense, con grandes embajadas en todos lados y miles de profesionales trabajando en ellas. Y a diario emite posición sobre una gran cantidad de asuntos. No es sorprendente que haya sido uno de los primeros. No sucede lo mismo con otros países con diplomacias más pequeñas, que todavía están analizando lo de Bolivia para tomar posición oficial.
Pero además, Rusia está defendiendo en Bolivia uno de los temas recurrentes de Putin: la legalidad del Estado. La diplomacia de Estados Unidos siempre defiende los valores de la democracia y la libertad (con el sesgo de sus alianzas, claro) y ahora con Trump agregó la retórica proteccionista (por lo menos, Trump lo es). La diplomacia china, siempre defensora de la autodeterminación de las naciones, en la era Xi Jinping (y Trump) se convirtió también en una portavoz a favor del comercio libre y contraria al proteccionismo. Y Rusia, la histórica vocera de la cooperación de los pueblos, con Putin se convirtió en el baluarte de la estabilidad política y el gobierno soberano. Putin brega por el estado-nación y por una institucionalización del derecho internacional, y no es fan de revueltas, protestas y mucho menos de secesionismos.
La Rusia de Putin es formalmente contraria a la teoría (washingtoniana) de los estados fallidos, y ve factores de desestabilización cuando un gobierno empieza a tambalear. Pero lo que más rechaza son las consecuencias de la desestabilización. En la doctrina rusa, sus intereses nacionales se ven afectados con la inestabilidad, mientras que los Estados Unidos (que tienen un sector privado y una sociedad civil más dinámicos que Rusia) se ven favorecidos en el desorden -y su espejo global. Por eso, para Rusia siempre tiene que haber un gobernante legítimo y legal en cada país. Por supuesto que Moscú puede tener amigos y aliados, pero el orden es la precondición. Hay, además, otro factor: Rusia siempre pelea por mantener la integridad de su territorio. En la historia rusa, la inestabilidad interna conduce a la fragmentación de su propio estado territorial. La doctrina Putin es internacional, y también es interna. «