La política es, entre tantas cosas, una cuestión de apuesta y resultados. Por ejemplo: cuando la expresidenta Cristina Fernández postuló a Alberto Fernández para la presidencia y se puso ella en segundo lugar proliferaron opiniones de todo tipo. Desde que era una jugada “magistral” hasta que se trataba de un “gran error” que supuestamente confirmaba que el principal talento político de CFK no es el armado electoral. Corrían las apuestas y las PASO dejaron claro quiénes ganaron esa compulsa de pronósticos.
Hace poco más de cuatro años, en la ciudad de Gualeguaychú, Entre Ríos, cuando el radicalismo decidió aliarse con Mauricio Macri, hubo un intenso debate y se abrieron apuestas. Había dos dados rodando sobre la mesa. Uno se centraba en el corto plazo y el otro en el largo. El argumento de corto plazo ponía el acento en la efectividad electoral del acuerdo, en la posibilidad de ganarle al entonces Frente para la Victoria y de que el radicalismo recuperara alguna gobernación, intendencias, y engrosara los escaños que tenía en el Congreso. El otro argumento-el del largo plazo-ponía el acento en la identidad, en los “valores” que, según este sector, la UCR había defendido históricamente.
El resultado de la batalla excedió la descripción de una cultura política y mostró un rasgo humano: ganó el corto plazo.
El “mercado de apuestas”, sin embargo, nunca termina. Quienes perdieron en esa contienda asumieron en su mayoría una postura crítica respecto del gobierno de Mauricio Macri, pero mantuvieron la “disciplina partidaria”, como Ricardo Alfonsín o Jorge Sappia. Ahora ven que sus posiciones recobran fortaleza, como los movimientos de la marea. Ante el fracaso del gobierno de Mauricio Macri, que repitió un modelo económico centrado en lo financiero y en la libre circulación del capital especulativo, la idea de que “renunciar a las banderas históricas” era un error que se pagaría con creces resurge como el Ave Fénix. Los que la postularon mostrarán además que finalmente también fue un “mal negocio” electoral.
La interna radical que se abrirá cuando el proceso electoral termine y confirme-todo indica que así será-el triunfo del Alberto Fernández será similar al debate de Gualeguaychú. El sector “disidente” ya está planteando el final de Cambiemos mientras los más cercanos al macrismo guardan silencio para no agitar el debate todavía.
La disputa por el radicalismo traerá consigo otra contienda que contiene a todas las fuerzas que conformaron Cambiemos. Será por la base social que votó por el oficialismo en las PASO y que a partir de diciembre-todo indica-pasará a ser el electorado opositor. ¿Pueden los radicales disidentes, con un discurso moderado, con coincidencias con el peronismo respecto del modelo económico y social representar a esos sectores? ¿O esos votantes, el núcleo duro, se identifica con los discursos de antiperonismo explícito encarnados por figuras como Elisa Carrió o la propia María Eugenia Vidal? Las respuestas a estas incógnitas definirán de qué lado caerán los dados de la interna boina blanca que asoma en el horizonte. Se abren las apuestas. «