Por estas horas analistas, dirigentes, periodistas y repetidores seriales -todos oficialistas, claro- reiteraron como mantra una obviedad que, por supurar tanta intencionalidad manifiesta, provocó algo más que vergüenza. «Todos somos iguales ante la ley», rezaron desde la cabeza del Poder Ejecutivo hasta algún que otro amanuense preocupado por hacer buena letra. La finalidad fue la estigmatización de Hebe de Bonafini.
Pero el problema es previo. Preexistente.
De eso no se habla.
La ley, su aplicación en verdad, y por ende, la Justicia, debe ser igual para todos. «La igualdad ante la ley es una garantía constitucional, que en los hechos, no existe como tal», define Néstor Espósito en la página 9.
Una vez más, un acto de rebeldía de la inclaudicable Hebe desnudó la maquinaria de la gran familia judicial-política-mediática conservadora que anda desde hace tiempo desbocada por recuperar cada resquicio del poder que vio perdido, o al menos relegado, en los últimos años.
El centro de operaciones «on demand» al servicio de los poderosos que impera en la mayoría de los despachos de Comodoro Py ya ni pierde tiempo por cuidar las formas. La doble vara es norma.
Se dijo, pero es válido recordarlo, que ni Mauricio Macri ni Fernando De la Rúa -que huyó de la Rosada regando muertes en las calles y reprimiendo a las Madres en su Plaza- enfrentaron la misma situación que Hebe con ese absurdo show mediático/represivo de policías y carros hidrantes; escena que montaron el jueves 4 frente a la sede de Madres y en torno a la Pirámide de Mayo, día en que se cumplían 1999 rondas de los Pañuelos. Macri y De la Rúa eludieron varias indagatorias y siguieron paseando por la vida como nada.
La Historia adjudicará un lugar a cada uno. El de Hebe, por si había dudas, lo reconfirmó el impacto internacional que tuvo el intento por detenerla. Su rostro, abrazado por el pañuelo blanco, símbolo heroico de la resistencia al terror desaparecedor, fue portada de los principales diarios del planeta.
En cambio, por ejemplo, para ese minúsculo funcionario del Poder Judicial cuando cuelgue el traje de juez, la Historia también reservará un lugar: el olvido.
A sus 87 años, Hebe dijo no. En tiempos de genuflexiones y angustias patrias, su «no» resonó en un eco difícil de silenciar.