Las interpretaciones post electorales son muy divertidas. Como todo lo que pasa en este país, las lecturas se hacen a modo, como le convenga a quien las hace. Con doble vara, por supuesto.
Ahora resulta, por ejemplo, que Mauricio Macri ganó y Alberto Fernández perdió.
Cuando empecé a escuchar a las y los comunicadores que aseguraban eso, me asusté. Ah, caray, me dije, capaz vi mal los resultados. Pero no. Las cifras oficiales eran claritas: el peronismo ganó con más del 48% de los votos en primera vuelta y el macrismo perdió con el 40%. Ocho puntos me parece una diferencia más que respetable. Además, el propio Macri había reconocido dignamente la derrota el mismo día de la elección.
Pues no. Muchos periodistas oficialistas, que se merecen una medalla porque están militando hasta el último momento con muchas ganas, insisten en que Macri ganó porque se esperaba que Fernández le diera una «paliza» de votos que no fue tal.
Yo pensaría que perder en primera vuelta y ser el primer presidente post dictadura que busca la reelección y no la consigue es una derrota por donde se mire, pero bueno, capaz me equivoco.
La cosa no termina ahí
Lo más gracioso es que muchos de quienes están convencidos de que Macri ganó aseguran que ese 40% de votos consolida el equilibrio del país, impide el regreso de «la dictadura K» y garantiza la democracia, la libertad y la República. Impresionante. Bendecidos por Elisa Carrió, a quien algún día seguro pedirán canonizar (pero no por el peronista Bergoglio, ni lo mande Dios), se autoerigen como la conciencia moral argentina, los impolutos, seres superiores. Hay que reconocerles su capacidad de autoestima, la verdad.
Lo más raro es que en 2015, cuando el peronismo perdió por muy poquito en segunda vuelta, con una diferencia de poco más de dos puntos, lo dieron por vencido para siempre. «No vuelven más», les gritaron una y otra vez. A pesar de que la victoria de Macri había sido tan ajustada, vaticinaron el inicio de una nueva era en la que ese casi 50% de argentinos que no lo habían elegido no contaba.
El problema (para algunos) es que volvieron. En primera vuelta. Y con la tan amada y tan odiada expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de nuevo en la boleta.
Por cierto, es de destacar que, con el 54% con el que obtuvo la reelección en 2011, la abogada sigue siendo la presidenta más votada de Argentina desde la recuperación de la democracia, y antes, apenas superada ni más ni menos que por Juan Domingo Perón. También es la única política que ha ganado con el voto popular una diputación provincial y una nacional, senadurías, presidencia, reelección y ahora vicepresidencia. O sea, todos los cargos electivos posibles.
En otros récords menos meritorios, Fernández de Kirchner acumula once procesamientos penales, siete pedidos de prisión preventiva y cinco acusaciones ya elevadas a juicio oral, pero como la Justicia no es tal y aquí siempre se acomoda a los vientos políticos, las condenas y cumplimiento de eventuales penas son cada vez más improbables. Es el resultado de haber buscado más venganza que justicia y de que las investigaciones tuvieran tantas irregularidades.
Pero bueno, ahora que ya está recontrachequeado que Fernández ganó, nomás resta saber si Macri le entregará los atributos presidenciales en la Casa Rosada o en el Congreso. Si Macri se convertirá en calabaza a la medianoche del 9 de diciembre o si sumará horitas en la presidencia hasta la mañana del 10. ¿O volverán a tener a un presidente interino de gestión inolvidable como Pinedo?
Qué emoción.
Seguimos. «