Hasta hace algunos días los escenarios de la política argentina estaban unidos por un hilo delgado: la posible estabilización del dólar. Cerca de los 30 pesos, algunos aún pronosticaban una recesión corta que podía finalizar antes de las elecciones presidenciales. Es decir, con un Macri que podía ser candidato en un contexto de recuperación. Ahora, con casi diez pesos de más, el pronóstico de consenso es un 2019 malo, y un ciclo político condicionado por eso. El mensaje presidencial del 3 de septiembre admitía ese escenario.
Hablar de incertidumbre en tiempos de crisis nos expone a diferentes riesgos. Uno es contribuir a reproducirla y aumentarla: podríamos hablar acerca de todo aquello que se mantiene certero y constante –por ejemplo, de la gente que se sigue levantando a las 7 de la mañana para ir a trabajar–, pero optamos por hacer foco en aquello que se desmorona. Otro es la insensibilidad social. Problemas de incertidumbre hay muchos, pero en los medios de comunicación esa palabra suele ser utilizada para hablar de las preocupaciones de los que menos sufren. Incertidumbre sería todo aquello que no permite pronosticar el rendimiento de los activos financieros. Como si ello hubiera sido posible alguna vez. Pero se convierte en una calificación, con todo lo que ello conlleva. Un calificativo que disemina a través de toda la Argentina, de sus cosas y su gente, impregnándola de una suerte de viscosidad general.
La historia de esta incertidumbre argentina no es tan lejana. El concepto se instaló con fuerza durante el año 2001. Y se medía con el indicador de «riesgo país», no mucho más antiguo que la «sensación térmica». Entonces la tasa de riesgo de inversión (que es, en definitiva, la tasa de interés que paga la deuda soberana) expresaba el riesgo del default, la cesación de pagos y del quiebre de la moneda argentina. No se dudaba de que el presidente De la Rúa tenía voluntad de pagar la deuda contraída –su equipo tecnocrático era prueba de ello–, pero sí de su capacidad. La economía carecía de espalda, no había forma de refinanciar. Tuvo que estallar De la Rúa para poder sentar las bases de una nueva fórmula económica. Esta vez no hay nada que pueda estallar, porque las variables no están contenidas.
Macri habló, fundamentalmente, de ajuste fiscal. Le habló a su propio electorado y le pidió que lo siga acompañando. Esquivó el problema del dólar y la deuda. La angustia inocultable de la Argentina. Minutos después, en su propia conferencia de prensa, Dujovne dijo que el gobierno no sabe cuál va a ser el precio del dólar trepidante, porque eso «lo fija el mercado».
Desde el Rodrigazo y, sobre todo, en democracia, hubo dos tipos de gobierno en Argentina: los que buscaron controlar el dólar, y los que lo dejaron flotar. En general, los gobiernos peronistas en sus diferentes variantes formaron parte del primer grupo. Menem, a partir del sistema de convertibilidad, directamente fijó su precio por ley. Y el kirchnerismo intentó lo mismo a través de un mecanismo de intervención activa. Uno de los problemas centrales del segundo gobierno de Cristina Kirchner fue la dificultad para controlar el valor de la moneda estadounidense. Que es, para los argentinos, más que eso. Es algo así como nuestra segunda moneda.
El problema del dólar desborda su dimensión económica. Medido en depósitos y en circulante, Argentina es uno de los países más dolarizados de la Tierra. Hay más dólares en Argentina que en países que lo tienen oficialmente como moneda, como Ecuador o Panamá. Desde el análisis económico, es frecuente la equiparación del dólar con otros activos financieros que se utilizan para ahorrar e intercambiar. Y entonces, se llega a la conclusión de que el dólar es «un activo más», que se rige por los criterios de la oferta y la demanda. La diferencia es que se trata de una moneda soberana de otro país, que está sujeta a la administración que hace ese otro país de su circulación, y que circula en forma minorista. No es, en definitiva, una mercancía más.
En la Argentina convertible se decía que la política del «uno a uno» era un «acuerdo político y social» después de la hiperinflación. Lo mismo se escucha en los países latinoamericanos que han dolarizado. Que es una suerte de contrato social. Por eso, para el peronismo en la oposición la cuestión del dólar es un verdadero problema. No se expiden sobre el tema, porque esperan que termine de equilibrarse con Macri en el gobierno. Tal vez, a un valor más alto que el actual. Hasta que las reservas en dólares del BCRA equiparen el circulante de los pesos. Una especie de nueva convertibilidad… pero en otros valores, muy superiores a aquella. Mientras tanto, nadie cree que el dólar haya alcanzado su punto de equilibrio aún. Y en Argentina la gobernabilidad se mide por la capacidad de controlar el precio del dólar. Algo que no se puede lograr con Christine Lagarde detrás. «