Mauricio Macri perdió más que una elección: perdió el poder. El contundente triunfo del Frente de Todos en las PASO rediseñó el escenario político argentino de un modo tan drástico como novedoso. Según el cronograma electoral, Alberto Fernández deberá esperar al 27 de octubre para validar su condición de presidente electo. Dos meses y medio en el calendario. Una eternidad para un país devastado y exhausto que el domingo le cantó a Macri que “no va más”.
El desafío del oficialismo y la oposición será ahora coordinar los términos de esa transición. La mayor responsabilidad, claro está, recae sobre el presidente, responsable de la botonera de la gestión. Sus primeras expresiones fueron desalentadoras. En el límite de la negación, el presidente llamó a persistir en la batalla electoral. “(Debo) Reconocer que hemos tenido una mala elección y eso nos obliga a partir de mañana a redoblar los esfuerzos para que en octubre logremos el apoyo que se necesita para continuar con el cambio”, dijo el presidente, confundiendo firmeza con obstinación. Y mandó al pueblo “a dormir”.
Lejos de insinuar una convocatoria a coordinar políticas de transición con los triunfadores, Macri insistió con la confrontación. Alberto Fernández, en cambio, hizo una llamada a la concordia y la reconciliación. Los mensajes todavía llevan impregnadas las imposturas propias de la campaña, pero con el resultado puesto, adquieren otras significación: mientras que Macri le habló a un electorado que le dio la espalda, Fernández se dirigió al “Círculo Rojo” con el que se dispone a discutir los términos de convivencia en el poder.
En su discurso Macri aludió a lo evidente: su derrota mete ruido en una economía que la agencia especializada Bloomberg calificó como una de las más vulnerables del mundo. A tono con la estrategia de la campaña oficialista, el presidente buscó recargar la responsabilidad de la inminente volatilidad cambiaria y financiera a la oposición. Habrá que ver cuántos operadores del “mercado” sigue creyendo ese embuste, pero es evidente que ese artificio no impacta en el conurbano bonaerense, donde los vecinos votaron en masa a Áxel Kicillof.
El arrollador triunfo del ex ministro de economía de Cristina Fernández muestra que las urgencias de la economía doméstica pesan más en los votantes que los pronósticos de tempestades financieras cuyo origen, por otro lado, se perciben como consecuencia de las inconsistencias de las políticas macristas.
Macri tiene derecho constitucional a intentar una remontada hisórica. Desacostumbrado a los contradichos, y aficionado a las metáforas futboleras, es probable que considere que tiene por delante un «partido de vuelta» difícil, pero posible. Es un riesgo que puede tomar, aunque las consecuencias no serán personales: la insistencia porfiada por la reelección puede terminan debilitando su rol institucional. El mismo Macri lo dijo en la conferencia de prensa que siguió a la admisión de la derrota. «A los que hacemos servicio público nos juzga la historia», balbuceó. A pesar del tendal que dejarán su gobierno, la derrota le dio una chance de obtener un veredicto piadoso. «