Horacio Rodríguez Larreta es el único presidenciable de la oposición que está verdaderamente en campaña. En su territorio no tiene grandes conflictos en curso ni en el frente interno ni en el externo y aprovecha las iniciativas locales para darles rebote nacional.
Con una estructuración política en las provincias que está en pleno desarrollo, evita debatir con sus competidores de Juntos por el Cambio y sube el perfil de opositor duro polarizando directamente con Cristina Kirchner, sabiendo que el ascenso de Sergio Massa puede significarle algún problema a futuro.
Es cada vez más evidente que Larreta hará campaña con la política que hace desde la CABA: programas culturales abiertos al resto del país; acciones para mostrar su política de seguridad como un modelo replicable; eventos internacionales -como la próxima Cumbre Mundial de Alcaldes- para seguir construyendo a la ciudad como una marca ligada a la modernidad y el cosmopolitismo.
En este marco, el anuncio que el Jefe de Gobierno protagonizó esta semana sobre las exigencias que regirán el programa Ciudadanía Porteña deja varias cosas para analizar.
Por un lado, pone en evidencia un modus operandi presente, por ejemplo, en la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en las instituciones educativas. Primero, la desrresponsabilización ante un problema que se enuncia como ajeno a la acción de gobierno de una fuerza política que lleva casi 15 años al frente del distrito. Segundo, la implementación de una medida efectista, que apunta más a interpelar al núcleo duro de su base social que a contribuir a resolver tal problema.
En este caso, además el anuncio tiene un doble plus simbólico al tender a culpabilizar por sus condiciones de vida a quienes quedan al margen de un modelo de desarrollo que les excede y que se caracteriza por no tener lugar para todes. Y más concretamente permite eludir el debate sobre las políticas que sí podrían implementarse para atacar el ausentismo y la deserción escolar en una Ciudad como la de Buenos Aires que cuenta con un presupuesto comparable con el de ciudades europeas de primer orden.
Por otro lado, el anuncio da cuenta de una estrategia más general. Para Larreta la apuesta más redituable es pugnar por ocupar el centro en el campo de la derecha y desde ahí abrir el juego al centro del espectro político.
Por eso no puede darse el lujo de quedar relegado en debates que hacen a las cuestiones centrales de la agenda conservadora contemporánea como la seguridad, los impuestos o los “planes sociales”. Y al mismo tiempo, desde el Gobierno de la Ciudad incorpora otras temáticas, como la cuestión ambiental, que le permiten diversificar su arco de interlocución y reforzar su perfil de gestor al día con los debates globales.
Si en la práctica política una de las claves reside en quién impone los temas de discusión y, más aún, los términos en que se discuten las posibles soluciones, la derecha porteña cuenta con ventaja. No solo puede proyectar un nivel de iniciativa y una articulación narrativa que contrasta con la crisis del gobierno nacional, sino que además se aprovecha del desplazamiento conservador y el tono resignado que domina la escena pública actual. No queda otra que reconocerle virtudes propias, pero también destacar las responsabilidades ajenas.