“Cuando arrancamos, decíamos con los compañeros que teníamos que decir que no queríamos ser propietarios. No vas a ser propietario en tu puta vida, como la consigna de los inquilinos españoles. Tenemos que decir la verdad, pensábamos. No podemos seguir con el sueño de la casa propia mientras vivís para el orto y la inmobiliaria te roba todo. Fue muy antipático con nuestro sector, pero sabíamos que el futuro nos iba a dar la razón”, asegura Gervasio Muñoz.
Muñoz tiene 42 años, es porteño y referente de Inquilinos Agrupados y la Federación Nacional de Inquilinos. Este miércoles a las 18 hs realizará junto a sus compañeros y compañeras una intervención frente al Congreso que denominaron Valijazo, para protestar contra el proyecto de modificación de la ley de alquileres presentado por la oposición, que plantea un retroceso en las condiciones de alquiler de vivienda. Habrá réplicas en la ciudad de Córdoba, Rosario y Neuquén.
La idea era hablar de futuro pero el diálogo pasó mucho por el presente en el que este dirigente lidia con la certeza de que solo la organización a la que pertenece es capaz de defender los derechos de quienes alquilan. Según Indec, un 20% de la población es inquilina.
“Nosotros cargamos con la responsabilidad de representar a un sector que se avergonzaba de su condición. El inquilino se sentía mucho más un posible propietario. Pero nosotros decimos que no, que vamos a ser inquilinos toda la vida y queremos organizarlos. Eso genera algún tipo de conciencia y creo que se está viendo”, manifiesta.
Pero para hablar del futuro, Gervasio primero relata algo del pasado.
¿Cuál es tu primer recuerdo que podrías identificar como político?
Algo que me marcó bastante fue la movilización contra el indulto de Menem a los militares en 1991. Yo era re chico, tenía 11 años. Me acuerdo que ahí percibí que había algo por mi historia personal [NdR: uno de sus familiares fue detenido-desaparecido por la dictadura cívico-militar] Por lo que se cantaba. No entendía muy bien qué quilombo había, pero estaba pasando algo. Después recuerdo de la primera asamblea de estudiantes en la que participé, en el colegio Fernando Fader, en Flores. Éramos muy poquitos, menemismo puro, segundo o tercer año. Se discutía desde movilizar contra el menemismo hasta que no haya máquinas expendedoras de alimentos porque estábamos en contra de las máquinas y a favor del bar del colegio.
Una cosa medio ludita.
Sí, bien románticos éramos.
La anomalía y el pasado
En la actualidad pareciera que los planteos de futuro que hace el progresismo siempre son algo parecido a aguantar los trapos frente a lo que propone Elon Musk o Milei. ¿La actual ley de alquileres entra en esa lógica?
Creo que hoy el peronismo, la progresía o como se llame tiene un problema enorme porque han quedado en la década pasada. La crisis política es ante todo una irrupción en el kirchnerismo. El peronismo si no fuese por el kirchnerismo sería esto que vemos hoy: un sector que no sabe muy bien cómo interpretar las demandas, que no se entiende a quién representa ni cuántos votos tiene. A los sindicatos les cuesta darse cuenta que sus trabajadores alquilan. A la clase política le cuesta plantear que hay que intervenir el mercado inmobiliario. No es casual entonces que el feminismo y la militancia contra el cambio climático estén por fuera de la lógica partidaria o sindical. Tampoco es casual que la militancia sobre el alquiler de vivienda también quede afuera de las estructuras tradicionales. Lo que digo es que las demandas se han escindido de las instituciones tradicionales y la única anomalía fue el kirchnerismo, que logró interpretar por un tiempo y generar transformaciones. Pero fue una anomalía. Lo normal en Argentina fueron las dictaduras, los gobiernos conservadores y el neoliberalismo.
A veces pareciera que la ley de alquileres abrió la puerta del clóset de las relaciones sociales. Como si fuera algo que siempre perteneció a lo no hablado. ¿No tendrá que ver un poco con eso, con que no la ven? Más allá de que seas diputado y tengas 3, 4, 10 alquileres a tu nombre o seas inmobiliario.
No, no creo que esa sea la explicación. Te doy un ejemplo: en 1907 hubo una huelga inquilina. Hace 100 años no se permitían niños en los conventillos. Hoy no se aceptan niños en los alquileres. Hace 100 años empezó la huelga porque aumentaron los precios un 30% de un día para el otro. Hoy te aumentan un 120% en una renovación de contrato. En 1907 empezó porque vivían hacinados en una convivencia colectiva que terminó en organización y solidaridad de clase. Hoy le dicen «coliving» al hacinamiento. Para mí la diferencia es que la crisis ahora es del peronismo. Si Perón congeló el precio de los alquileres, prohibió la vivienda vacía por más de un mes y ahora la ciudad de Berlín metió un impuesto a eso mismo además de exportar a los grandes tenedores de vivienda, ¿qué cambió? Cambió la voluntad del peronismo de transformar la realidad “combatiendo al capital”.
Los costos de desnaturalizar
“Creo que en esta crisis de representación, quienes proponemos políticas de futuro -que no es más que recoger cosas que ya se hicieron en Argentina- vamos a tener algún lugar en el diseño de lo que viene. Esa tensión entre pasado y futuro, esa discusión permanente, se resuelve con audacia”, dice Gervasio Muñoz cuando empezamos a hablar sobre el territorio en el que hoy se disputan las reivindicaciones de su sector: la política parlamentaria.
Hay quienes comparan la situación actual de las propuestas de modificación de la ley de alquileres con el proyecto de Boleta Única en papel. Te escuché decir que es algo completamente distinto. ¿Por qué?
Muy simple. No es que la gente no va a ir a votar porque no se sabe si es con boleta única o como siempre. En cambio, la permanente discusión sobre la ley de alquileres, junto a que el estado no controla el cumplimiento de la ley vigente, provoca que finalmente no haya ley y eso genera cosas gravísimas. Necesitamos definiciones: que se controle el cumplimiento de esta ley o que se cierre la discusión porque el Senado vota en contra. O si se vota a favor, que Alberto Fernández la vete. Y que se termine la discusión. Hoy lo que rige es la ley de las inmobiliarias, alquiler en dólares, contratos de seis meses, actualización cada tres. Lograron eso. En el plano de lo real, quien decide cómo se alquila en Argentina es el mercado como si fuera un estado paralelo. Eso es, como dijo Cristina, consecuencia de un “estado estúpido”.
¿Cuáles son las herramientas que el estado argentino tendría que activar para hacer cumplir la ley de alquileres actual?
Primero que nada, una campaña nacional de difusión de los derechos conquistados con la ley. Es legislación fundamental para casi 10 millones de personas. No solo para que el inquilino sepa que ahora los contratos duran tres años. Es para que el mercado vea que el estado se está ocupando, que no tienen vía libre. Luego, el ministerio de Hábitat debería articular con todas las provincias la creación de áreas de defensa de los derechos de los inquilinos y que funcionen bien. Con eso tenés un aparato estatal que le disputa el control de la ley al mercado. Se podría hacer de todo sin gastar un peso, usando lo que hay.
En el principio de la aplicación de la actual ley, se criticaba mucho el tema de la inscripción en el registro de alquileres de AFIP. «Yo no me voy a disparar en el pie», era la frase entre inmobiliarios y propietarios.
Se ha naturalizado que en el negocio de la vivienda no hay que cumplir ningún tipo de ley. No hay que dar factura, no hay que registrar contratos, te pueden robarel depósito, te hacen firmar contratos completamente ilegales y te echan cuando quieren. La ley de alquileres es sobre todo una desnaturalización de la certeza de que quien pone las condiciones para alquiler en Argentina es el mercado. Entonces se abrió un escenario de disputa feroz entre el mercado, las organizaciones inquilinas y el estado. Porque la ley puso en tensión la relación del mercado y el estado: si el estado cumple la ley, se pelea con el mercado, y si no la cumple se pelea con nosotros.
¿Sería un conflicto de tres partes, justo en esta época en que todo se agrieta y se parte en dos?
Antes era la hegemonía del mercado y el estado se había desentendido completamente. La irrupción de Inquilinos Agrupados, con un discurso disruptivo que dejó de hablar de la casa propia, generó un escenario de disputa que venimos dando en una soledad importante. Tenemos a todos en contra: los medios, el mercado inmobiliario, la derecha, un sector del Frente de Todos. También a todo el poder judicial, que se dedica al mercado inmobiliario.
Teniendo en cuenta este desequilibrio de fuerzas que planteás, ¿cuál fue el momento más difícil que pasaste o pasaron con tus compañeros?
Te diría que al principio, cuando arrancamos. Las inmobiliarias de CABA publicaron la dirección donde yo vivía con mi hijo, que era muy chiquito, y con su mamá. Fue muy jodido pero a la vez fue bisagra porque tomé cierta conciencia de que yo tenía los métodos de la militancia y ellos tenían otros métodos. Y después hubo otro momento cuando nos dimos cuenta de que el gobierno nacional no iba a hacer absolutamente nada para controlar o difundir la ley de alquileres. Yo tenía cierta esperanza de que un gobierno popular, más allá de sus quilombos y contradicciones, avanzara en algo que es bastante obvio, porque toda política de vivienda tiene que incluir al alquiler. Cuando entendimos que no lo iban a hacer, fue un poquito duro. Pero siempre creo que lo que termina imponiéndose es que tenemos razón. Con el tiempo la política de alquiler de vivienda va a ser algo real en Argentina y un poco vamos a tener que ver con eso.