El tipo solía expresar una cortesía helada, casi reglamentaria como su pistola Browning. Eso incluía compartir unos mates, siempre sin azúcar, con quienes lo visitaban en su antiguo despacho del Departamento Central. Un detalle nada fácil de eludir en esta hora: el emblemático ex comisario de la Policía Federal y primer jefe de la ya inexistente Metropolitana, Jorge “Fino” Palacios, cayó abatido por un infarto durante el atardecer del viernes, justamente cuando disfrutaba en su hogar de dicha infusión.
Su trayectoria fue notable.
Corría el 23 de septiembre de 1991 cuando Mauricio Macri fue llevado a una casa de Parque Patricios para reconocer el sitio donde había transcurrido su secuestro. Allí rompió en llanto como un niño. Un oficial lo estrechó entre sus brazos con fingida ternura, sin imaginar hasta qué punto tales palmaditas incidirían en su propio destino. Era Palacios.
A 18 años de aquella escena, ya siendo alcalde de la Ciudad, Macri le concedió el honor de organizar y conducir la mazorca porteña. Y eso causó su primera crisis política, dada la calaña del uniformado en cuestión.
El rechazo hacia él tuvo múltiples motivos: su papel en la investigación del atentado a la AMIA, su protagonismo en la oleada represiva del 19 y 20 de diciembre de 2001, además de la ya famosa escucha telefónica en la cual le manifiesta a un traficante de vehículos robados su interés por una camioneta. El nexo entre ellos fue el ex subcomisario Carlos Gallone (ahora condenado a prisión perpetua por la Masacre de Fátima, uno de los crímenes más brutales de la última dictadura). Por ello, el Fino fue echado de la Federal en 2004.
Su carrera arrancó en 1969 al llegar con el grado de oficial ayudante al edificio de Moreno 1417. Era la sede de Coordinación Federal, un eufemismo para nombrar el brazo represivo de la principal agencia policial del país. Allí, desde el otoño de 1976, funcionó un centro clandestino por el que pasaron alrededor de 800 víctimas del terrorismo de Estado.
El hombre fuerte del lugar era el comisario Juan Carlos Lapouyole, alias “El Francés” (también condenado a perpetua por la Masacre de Fátima). De él dependían los jefes de las patotas operativas. Gallone era uno de ellos.
Aún se ignora en qué área específica prestó servicios el Fino durante su permanencia en Coordinación, ya por entonces llamada Superintendencia de Seguridad Federal. Aún hoy aquello es un misterio guardado bajo siete llaves.
Desde 1984 Palacios inició una etapa profesional que lo convirtió en un oficial reconocido y exitoso, al punto de llegar a la cima del escalafón con el grado de comisario general. En aquel trayecto supo encabezar la División de Toxicomanía y, luego, la Dirección Unidad de Investigaciones Antiterroristas (DUIA). A partir de entonces se adueñó de la investigación del atentado a la AMIA. Su anhelo era llegar a ser el jefe de la Policía Federal. Pero el intento de comprar aquella camioneta robada hizo que Néstor Kirchner lo exonerara.
Fue el bueno de Macri –por entonces presidente de Boca Juniors– quien lo rescató del ostracismo al darle empleo como jefe de seguridad del club. Allí estableció un provechoso vínculo con personajes de la talla del ex ministro de Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, el ex ministro de Modernización, Andrés Ibarra, y el fiscal federal Carlos Stornelli.
Su mano derecha en aquella función no fue otro que el después famoso espía Ciro James, un ex “pluma” de la Federal –así como se les llama a los agentes de su aparato de inteligencia–, al que llevó en carácter inorgánico a las filas de la Metropolitana.
El regreso de Palacios a la función policial –en apariencia una segunda oportunidad brindaba por la vida– fue para él una fuente inagotable de dolores de cabeza. Empezando por el rechazo masivo que causó su designación.
A eso se le añadiría el escándalo por las escuchas telefónicas realizadas desde la Metropolitana a familiares de víctimas del atentado a la AMIA, junto a políticos, empresarios y hasta parientes incómodos de Macri. El ejecutor de la maniobra no fue otro que James.
Palacios se apartó de la Metropolitana en agosto de 2009.
El 17 de noviembre de aquel año fue detenido en el marco de esa causa. James corrió idéntica suerte. Ambos fueron excarcelados 13 meses después.
Por entonces el fiscal Alberto Nisman también lo procesó por encubrir a un sospechoso del ataque a la mutual judía (el empresario Kanoore Edul) y por el “extravío” de escuchas telefónicas vinculadas a ese expediente.
La última vez que se lo vio fue a comienzos de 2019 en los tribunales de Comodoro Py, al presenciar la lectura de su absolución.
A los 72 años se topó con la muerte por culpa de un corazón desbocado.