Hace exactamente un año fue detenido el falso abogado Marcelo D’Alessio en el country Saint Thomas, situado en la localidad bonaerense de Canning. Así quedó al descubierto una red de espionaje y extorsión integrada por jerarcas judiciales, periodistas y agentes secretos ligados al régimen macrista. En dicha ocasión también fue requisado un cúmulo de elementos probatorios, mientras él, con las muñecas ya esposadas, clamaba a viva voz: «¡Yo quiero hablar con la ministro!». Se refería a Patricia Bullrich.
Consultada ya entonces por la prensa al respecto, ella sostuvo: «Lo he visto una sola vez. Me pareció una persona que tiene algún tipo de problema. Jamás trabajó en el Ministerio de Seguridad. Va haber una querella por esto». Y repitió tal frase a través del tiempo, siempre con dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva.
Sin embargo, ahora acaba de trascender un embarazoso intercambio de mensajes entre ambos por WhatsApp.
«Hola Patricia, espero estés bien. Vengo de Rosario. Tengo una escucha para darte. Cuando quieras nos vemos. Un beso», le escribió él a comienzos de 2018.
Días antes, Ramón Machuca, (a) «Monchi», un líder del clan narco de la familia Cantero –conocido como «Los Monos»– departía en el locutorio de la Alcaidía del Centro de Justicia Penal (donde fue alojado durante el juicio a esa banda en Rosario) con un individuo menudo, de traje gris y ojos centelleantes. No era otro que D’Alessio. El Monchi lo miraba de soslayo, mostrándose muy cauto a sabiendas de que el otro grababa la entrevista a escondidas.
Aquel hombrecillo había llegado a él a través de Lorena Verdún, viuda del «Pájaro» Cantero, el fallecido jefe de la organización. Y dijo pertenecer al Ministerio de Seguridad, dándose dique por su cercanía con Bullrich.
En rigor, pretendía averiguar el paradero de 50 millones de dólares que –supuestamente– Monchi tendría a buen resguardo en algún «embute». Pero también le soltó una propuesta indecente: efectuar tareas de espionaje desde la cárcel (entre estas, una cámara oculta) para involucrar con el narcotráfico al gobierno provincial de Miguel Lifschitz.
La contestación de Bullrich al mensaje de D’Alessio fue: «Ok. ¿Podés reunirte con Bononi? Y le das el material. Después nos vemos».
Rodrigo Bononi era el funcionario que supervisaba los «trabajitos» que D’Alessio efectuaba por encargo de la ministra.
«¡Vos sabés, Patricia, que estoy a tu disposición! ¡Lo que vos digas!», fue el remate del diálogo electrónico.
Ese cruce figura en una reciente resolución del juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla. Y es una de las razones por las que le niega a D’Alessio el arresto domiciliario. Pero de tal circunstancia también se desprende que su interlocutora se encuentra en una zona de riesgo penal.
Porque el «Peladito» –como le decían al espía en el edificio de la calle Gelly y Obes– era una pieza crucial en la estructura inorgánica del Ministerio. Tanto es así que él estuvo detrás de casi todos sus hitos operativos.
El más exitoso fue, en junio de 2017, el secuestro de 1984 ladrillos de cocaína ocultos en bobinas de acero. D’Alessio ofició entonces de entregador por cuenta de la DEA, que en realidad controlaba todo el asunto.
Pero otras hazañas suyas transitaron sin escalas de la gloria al ridículo.
También en junio, pero un año antes, no pasó desapercibida en el lado brasileño de la Triple Frontera la aparatosa captura del traficante de efedrina, Ibar Pérez Corradi. Un arresto negociado, porque garantizaba a su protagonista una confortable y corta estadía carcelaria a cambio de enlodar en su testimonio al ex ministro Aníbal Fernández. El orquestador de la tratativa no fue otro que D’Alessio. Pero en vez de cumplir con lo pactado, el narco únicamente acusó al principal aliado radical de Cambiemos, Ernesto Sanz, por una coima.
Otra bizarreada: el aparente «esclarecimiento» del crimen de dos narcos colombianos en el playón de Unicenter. De tamaño logro se ufanó la ministra a los cuatro vientos al dar por cierto que el arma usada en el hecho pertenecía al barrabrava Marcelo Mallo, cuya captura fue transmitida en vivo por todos los noticieros. D’Alessio tampoco fue ajeno a esta trama. Tanto es así que hay una foto suya con Bullrich al momento del arresto. Una lástima que el asunto se haya desplomado estrepitosamente al comprobarse que los peritajes de esa pistola fueron groseramente fraguados en el laboratorio de la Policía Federal.
No menos sublime fue la denuncia de corrupción efectuada por Bullrich al entonces director de Aduanas, Juan José Gómez Centurión. Se sabe que al final el viejo carapintada fue rehabilitado al no comprobarse sus presuntos delitos. El derrumbe de aquella acusación fue para Bullrich un duro golpe. En tal ocasión fue su amigo –y espada parlamentaria–, el diputado mendocino Luis Petri, quien habló en su nombre: «Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas e hipótesis erróneas».
Recién durante la detención de D’Alessio fue descubierta en su casa la documentación que acredita las tareas de inteligencia sobre el militar hasta horas antes de la denuncia presentada por Bullrich.
En su cuenta de WhatsApp también había un video con una salutación por el año nuevo de Bullrich y su esposo, Guillermo Yanco. Semejante registro chorreaba confianza, afecto y amistad.
Ella entonces esgrimió que el celular con tales intercambios en realidad lo usaba su nieto para entretenerse con los jueguitos.
Resulta notable que un ser como D’Alessio, en paralelo a sus misiones para el Ministerio de Seguridad, también brindara sus «servicios» a la AFI, a ciertos dignatarios de la Justicia y a reputadas dirigentes como Elisa Carrió, Paula Oliveto y Mariana Zuvic. ¿Acaso él ahora siente que tal conglomerado de mandantes le soltó la mano? De ser así, tal vez su lengua deje un tendal.