Hezbollah, Partido de Dios, nació en 1982, a raíz de la segunda invasión israelí a territorio libanés. El objetivo era expulsar a las fuerzas invasoras. Fue al inicio una guerrilla de orientación chiíta que creció en el contexto de la revolución islámica triunfante en Irán, que se había producido en febrero de 1979. Luego devino en partido político. Para sus seguidores y simpatizantes, es un grupo de resistencia. Para un puñado de países alineados con Washington, en cambio, es una organización terrorista.
Pero tener un brazo armado no implica cometer actos terroristas. De tal modo, la Organización de Naciones Unidas nunca aceptó incorporarla a la lista que elabora sobre ese flagelo. De hecho, nunca se logró un consenso internacional para definir qué es terrorismo, algo básico si se quiere encuadrar un delito. Y la razón no es menor: muchas de las acciones de Estados Unidos, Israel o Arabia Saudita en el mundo podrían ser consideradas como terroristas de acuerdo a la mayoría de las definiciones vigentes en los claustros académicos.
Hezbollah cumple innumerables tareas sociales en los territorios donde se asienta. Además, tiene una cadena de televisión, Al-Manar, una de radio, Al-Nour, y una revista, Qubth ut Alla, con bastante ascendencia entre los libaneses, especialmente entre las clases populares. Actualmente cuenta con tres ministros en el gobierno de El Líbano y 13 diputados en el Parlamento.
Muchos analistas atribuyen el encono del gobierno de Donald Trump y el de Benjamin Netanyahu a que efectivos de Hezbollah fueron claves para que el gobierno de Bachar al Assad pudiera derrotar a los extremistas de ISIS, que recibían apoyo encubierto de las potencias occidentales y Arabia Saudita.
«Hezbollah no es una organización terrorista, es un partido político, con un brazo armado, formado ad hoc para combatir al invasor israelí que ocupaba –y ocupa– el Líbano desde fines de 1970 a la fecha. Que luego combatió al terrorismo en Siria para seguir defendiendo al Líbano», indica Galeb Moussa en una columna que publicó este medio.
«¿Cómo puede ser terrorista esta agrupación político-militar, cuando hay calles de Beirut que llevan los nombres de sus mártires? Y siguiendo la misma línea de interpretación. ¿Por qué no se considera así a Isis, Al Qaeda y sus patrocinadores como Israel, Estados Unidos, Arabia Saudita, Emiratos Árabes o Turquía, que promueven el terrorismo real?», se pregunta.
«Acusar a Hezbollah o a cualquier otra persona jurídica o física de ser una organización terrorista o de participar en una, sin ningún documento de respaldo de las Naciones Unidas, del Comité contra el Terrorismo de su Consejo de Seguridad y sin ningún respaldo probatorio de esa acusación producido por algún estamento estatal de nuestro país, nos pone a las puertas de un conflicto diplomático con múltiples países y de una situación de arbitrariedad interna intolerable en un Estado Democrático», argumenta Marcelo Brignoni, también desde Tiempo, apelando a la normativa jurídica que rige las relaciones internacionales.
Y recuerda Brignoni que en varias ocasiones el mismo gobierno de Mauricio Macri firmó convenios con la ONU en relación al terrorismo pero jamás se puso en la lista a Hezbollah, lo que contraría el decreto firmado por el primer mandatario en ocasión del 25 aniversario del atentado a la AMIA.
Recién en 1997 Washington incluyó en su lista negra a Hezbollah. Y para tener en cuenta: en 2015 el presidente Barack Obama, en el marco del acercamiento con el gobierno de Raúl Castro, sacó a Cuba de la lista de naciones que apoyan el terrorismo.
La política desplegada por Trump desde que llegó a la Casa Blanca fue de avance sobre Irán y apoyo irrestricto al gobierno de Netanyahu. No es posible enfrascarse en una dirección semejante en esa región sin mantener a Hezbollah como un grupo terrorista, sobre todo cuando en la guerra civil en Siria, impulsada por los países occidentales, Estados Unidos tuvo que recular a partir del apoyo de Rusia a Al Assad y de la incursión de milicianos libaneses en defensa de su gobierno.
A principios de julio, Trump amplió sanciones contra miembros de Hezbollah con participación política en El Líbano. Entre ellos, fueron castigados un funcionario de seguridad del movimiento libanés, Wafiq Safa, y los parlamentarios Amin Sherri y Muhammad Hasan Rad. Esto generó el rechazó y la protesta del presidente del Parlamento, Nabih Berri. «Los actos hostiles contra el Parlamento (libanés) sin duda también lo son contra todo el Líbano», dijo.
El primer mandatario libanés, Michel Aoun, insistió en que Hezbollah es un partido político que cuenta con apoyo de la población y que representa al chiísmo, una fe religiosa como otras que conviven en ese convulsionado país.
Entre la nueva tanda de sanciones de Trump hay penalidades económicas a parlamentarios y a la organización en general. Las autoridades de la UIF, la Unidad de Información Financiera, que investiga lavado de dinero en Argentina, se sumó a Washington y ordenó congelar activos de Hezbollah.
Hasán Nasralá, líder de la agrupación en El Líbano, aseguró este lunes que «la Administración del presidente Donald Trump busca a través de intermediarios abrir canales de comunicación con Hezbollah», y afirmó que redujo al mínimo la participación de sus milicianos en Siria. habrá que ver la reacción en Buenos Aires ante un nuevo escenario en Medio Oriente. «