Cualquier intento de magnicido amerita una reacción responsable y madura por parte de la clase política y de la prensa. Que estén a la altura de las circunstancias. Que entiendan la gravedad de los hechos. Que, por un rato, hagan a un lado los partidismos, las filias y fobias políticas, y asuman una actitud republicana y en defensa de la democracia, contra la violencia y los discursos de odio. Sin «peros». Sin condiciones.
Pero en Argentina no ocurrió.
Parte de la oposición regateó la condena al atentado que el jueves por la noche sufrió la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, y que debía ser contundente, unánime. Figuras de nula relevancia intelectual pero de gran repercusión mediática, famosos propagadores de rabia antiperonista, de inmediato sembraron dudas sobre la agresión. Oscilaron del «no les creo nada» a «esto no es violencia política». Prefirieron indignarse con el decreto de un feriado que con el intento de homicidio contra una expresidenta. Esas son sus escalas de «valores» que tanto ostentan. No faltaron los que, de plano, se escudaron en el silencio. Conocidos por su incontinencia verbal, ahora optaron por la especulación política.
La animadversión hacia el peronismo y hacia la presidenta predominó sobre la sensatez que exige un momento tan delicado. Le dio, otra vez, la razón al oficialismo que desde hace tiempo denuncia la ya larga y añeja lista de mensajes y escraches cargados de violencia que nunca son condenados por los dirigentes de las fuerzas opositoras.
Pero, claro, cómo van a criticar estas prácticas que sólo exacerban la dañina confrontación social si muchos de ellos, a su vez, son los mismos que impulsan o replican la constante andanada de desprecio a todo lo que tenga que ver con el peronismo. Ahí está como máximo ejemplo la exministra de Seguridad. Quedará para la historia el lamentable desempeño que tuvo una noche que se requería un verdadero compromiso con el país.
Tan penoso como el papel que jugaron algunos medios y algunos autopercibidos periodistas que se definen «serios» e «independientes», que no asumen sus militancias más que evidentes. No por esperable dejó de ser vergonzoso. Otra vez, la manipulación se impuso al compromiso que deben (debemos) cumplir con la sociedad.
Hubo coberturas, posteos, tuits que intentaron mover el eje de lo trascendental (el atentado) para generar suspicacias, difundir noticias falsas, alentar la incredulidad y la indignación («lo provocó Cristina para victimizarse», «¿será cierto?», «la culpa fue de la custodia, del ministro de Seguridad»). Todo, menos informar. O sea: a lo que ya nos tienen acostumbrados, aun en estas condiciones de extrema gravedad.
Ojalá no se hubiera impuesto la mezquindad, ni los intereses partidarios. Bien podían esperar.
Sí, ya sé. En un ambiente de polarización que, en realidad, sólo es un buen negocio para algunos, era mucho pedir. Implicaba un optimismo alejado de la cotidiana realidad.
Seguimos. «