A Jorge Mario Bergoglio se le anticiparon los hechos que signarán el octavo año de su papado. Este viernes cumplió siete años al frente del Vaticano, pero las prevenciones por la pandemia del coronavirus ya lo obligaron el domingo pasado a dar el «ángelus» por streaming, encerrado en su despacho. Francisco comenzará un nuevo año como Obispo de Roma y posiblemente lo transite aislado, como buena parte del clero vaticano que deberá resguardarse de una pandemia que ya paralizó a todo el país y que golpea las puertas de la Plaza San Pedro, con Europa como epicentro de la nueva enfermedad.

Un escenario que el cardenal argentino jamás habría imaginado en febrero de 2013, cuando dejó Buenos Aires para participar del cónclave que debía elegir al sucesor del alemán Joseph Ratzinger, el primero en 500 años que no dejó el cargo vitalicio por muerte, sino por una renuncia que abrió un proceso inédito en la jefatura de la Iglesia Católica, detentada por Bergoglio, pero en convivencia con un «papa emérito».

Desde que comenzó esa dinámica de poder Francisco no pisa Buenos Aires. Si hasta diciembre pensaba no hacerlo este año, con la pandemia global las posibilidades de que salga de Roma son cada vez más remotas. A contrapelo de sus deseos, y de la hiperactividad que mantuvo durante estos siete años, el papa quizás no viaje por un tiempo. Y si lo hace, no podrá hacerlo con gestos de acercamiento a multitudes como han sido sus giras por los cinco continentes. El 17 de diciembre pasado cumplió los 83 y como buena parte del gobierno del Vaticano, está dentro del grupo de riesgo del COVID-19, que comienza a los 65 años de edad.

Esas variables no sólo alejan a Bergoglio de nuevas giras internacionales. También de un regreso a su terruño, una posibilidad que el presidente Alberto Fernández no descartará hasta que termine su mandato en 2023. Las opciones ya no son muchas: este año ya está descartado y en 2021 hay elecciones de medio término, un impedimento político para que el actual jefe del Vaticano visite a su país de origen. Más aún si se trata de un pontífice criollo que tiene tantas adhesiones al peronismo como críticas a sus opositores.

El aborto de Macri a Fernández


La pandemia y las elecciones no serán los únicos impedimentos para que Bergoglio deshaga la ruta que emprendió desde Buenos Aires en 2013, en un puente aéreo con Roma que se congeló en los últimos años. El frío comenzó en diciembre de 2015, cuando Mauricio Macri asumió la presidencia y se intensificó en 2018, cuando promovió el debate en el Congreso para la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Así como la Iglesia invirtió todos sus esfuerzos para impedir que la norma prosperase en el Senado, Bergoglio hizo lo propio para profundizar su alejamiento con Macri por su ausencia de franqueza para abordar el tema, un punto secundario en comparación con las críticas que le dijo personalmente en Roma, sobre las consecuencias dramáticas de su política económica y por el ahondamiento de la grieta, a partir de lo que considera una «venganza contra el peronismo comparable con la Revolución Libertadora de 1955».

El cura jesuita nacido en Flores nunca le ocultó sus críticas a Macri cuando fue presidente porque ya se las habia dicho sin intermediarios durante los ocho años que fue jefe de Gobierno porteño, mientras Bergoglio fue arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado. Su interpretación sobre la venganza del macrismo contra el peronismo también se la dijo a Alberto Fernández hace dos años, antes de que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner lo nominara como candidato presidencial para impedir la reelección de Macri.

La unidad del peronismo y la derrota del líder del PRO le devolvieron las esperanzas a Bergoglio sobre Argentina. Mantiene una excelente relación con Fernández y con la vicepresidenta, a quien estrecha en sus vínculos desde la muerte de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010. Esos lazos serán más fuertes que las diferencias que comenzarán a experimentar cuando el nuevo proyecto de legalización del aborto ingrese a la Cámara de Diputados con la rúbrica presidencial.

La diferencia con Macri no sólo será el apoyo manifiesto de Fernández, sino que le anticipó en persona a Bergoglio su decisión de incluir el tema en su campaña electoral y de intentar cumplirlo en caso de resultar electo.

Si fuera por el vínculo con Fernández, posiblemente Bergoglio planificaría pronto un operativo retorno, pero la posible legalización del aborto se transforma en un obstáculo político, más en un año donde los obispos argentinos elegirán nueva conducción política. En noviembre próximo la Conferencia Episcopal Argentina elegirá nueva Mesa Ejecutiva y su actual presidente, Oscar Ojea, buscará la reelección por un segundo mandato de tres años con el apoyo de Bergoglio.

Cumplir con ese mandato implicará contener a los sectores más conservadores del clero, que ya están en pie de guerra ante la nueva batalla legislativa por el aborto. Desconfían de «cierta permisividad» que le adjudican a su actual conducción ante la decisión del Ejecutivo de respaldar un nuevo proyecto que será acompañado por otros textos destinados a contener a los planteos de los credos, como el apoyo del Estado a los primeros mil días de vida de los niños y un cambio en el sistema de adopciones.

Gestos presidenciales para el jesuita 

Por fuera de la pirotecnia politica y simbólica por el aborto, la relación de Bergoglio con Fernández pasa por un buen momento. El papa no sólo le agradece la franqueza por contarle su estrategia por la interrupción voluntaria del embarazo, sino que coincide plenamente con el Plan Argentina contra el Hambre, la renegociación de la deuda externa soberana y la reforma del aparato de inteligencia, a partir de la intervención que dispuso con la designación de la fiscal federal Cristina Camaño.

Fernández lo sabe porque le anticipó ambas medidas apenas fue electo Presidente. Quizás por eso ya lo nombró dos veces en los dos discursos que ofreció ante la Asamblea Legislativa cuando asumió el 10 de diciembre y cuando abrió el período de sesiones ordinarias del Congreso el 1 de marzo.

«La Argentina necesita una política ambiental activa, que promueva una transición hacia un modelo de desarrollo sostenible, de consumo responsable y de valoración de los bienes naturales. En esa búsqueda estamos inspirados en la Encíclica “Laudato Si” de nuestro querido papa Francisco, Carta Magna ética y ecológica a nivel universal. Por eso hemos tomado como primera decisión jerarquizar como Ministerio el área ambiental», dijo Alberto pocos minutos después de calzarse la banda presidencial, para reivindicar el texto publicado por Bergoglio en mayo de 2015.

Hace dos semanas también le agradeció el apoyo silencioso a las negociaciones de la deuda. «Quiero expresar particularmente mi agradecimiento al papa Francisco, quien de modo singular y ante los líderes de las finanzas internacionales, volvió a enfatizar su llamamiento a construir una una economía con alma. “Se trata –dijo– de ser capaces de sacarnos las escamas de los ojos y de los corazones, para ver con una nueva luz estas realidades de codicia e injusticia que claman a la tierra”, ofrendó el Presidente, como un guiño de gratitud ante los movimientos que le adjudican al Vaticano desde la Casa Rosada: desde el respaldo al ministro de Economía, Martín Guzmán, y a su mentor, el premio nobel Joseph Stiglitz; hasta los buenos oficios tejidos con una ferviente católica que admira a Bergoglio: la búlgara Kristalina Georgieva, nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional.

En comparación con los gestos adustos que le prodigó a Macri, Bergoglio comienza el octavo año de su papado con un gobierno en Argentina al que le reconoce más virtudes que defectos. Aunque el mayor de ellos, como el intento de legalizar el aborto, pondrá a prueba el vínculo como nunca antes, porque redefinirá o ratificará la relación del Estado con la Iglesia que, desde 2013, tiene un jefe argentino, latinoamericano y jesuita por primera vez en su historia.