Demasiados dirigentes del Frente de Todos parecen dar por perdida la elección del año que viene. El clima predominante es el de alguien que está convencido de que la tormenta llegará y será terrible: las nubes grises se acercan y está convencido de que no hay nada que pueda hacer. Y lo cierto es que un nuevo triunfo de la derecha en 2023 es lo más parecido a la tempestad. En la ecuación política que compuso al FdT, que la figura que concentra mayor respaldo popular haya ido en el segundo puesto de la fórmula, quizás produjo un efecto paradojal: una jugada brillante para derrotar al macrismo, pero muy compleja a la hora de gobernar.
Sobre esta base llegó la peste. Si algún presidente, en alguna parte del planeta, dijera que su plan de gobierno es cerrar escuelas, cines, bares, dejar el transporte público solo para trabajadores esenciales, y decirle a la población que se encierre en su casa, habría que preguntarse si no se trata de un dirigente con una pulsión suicida. Nadie llega al gobierno con eso como plan. Fue la peste. El tiempo le dará el reconocimiento que merece al modo en que Alberto manejó la pandemia. El juicio de la Historia hará justicia. Pero por ahora prima el enojo por las consecuencias de la peste.
El otro punto es la inflación. Mauricio Macri la dejó en 50% y ahora es casi el doble. El problema socioeconómico que la población consideraba la peor herencia del macrismo se agravó. Es lo que explica el pesimismo que recorre los despachos del oficialismo. Hay logros en este frente: la economía creció 10% el año pasado y en este 2022 lo hará cerca del 6%. El desempleo está en el nivel más bajo de la última década. Estas cifras quedan escondidas detrás de las nubes oscuras de los sueldos pulverizados y los fogonazos que preanuncian la tempestad del posible retorno de la derecha.
Esta semana se cumplieron 12 años de la muerte de Néstor Kirchner. El aniversario empuja una pregunta: ¿qué haría Néstor ahora? Quien escribe solo puede esgrimir la respuesta de un ciudadano que conoció al expresidente de la misma forma que los 47 millones de argentinos, por su vida pública, por su actividad política. Hay cuestiones esenciales de las personas que se perciben aún sin haberlas conocido personalmente: el cinismo y la soberbia de Macri, por ejemplo. Lo mismo pasa con la pasión de Néstor. No hacía falta conocerlo. La transmitía. Era un dirigente peronista pragmático, sí. Había gobernado durante 12 años Santa Cruz antes de ser presidente; y previo a eso había sido intendente de Río Gallegos. Uno de los rasgos que lo hacían un político distinto era cierta falta de cálculo. Seguía su instinto más allá de lo que dijeran las encuestas o el “sentido común político”. Creía que los sueños podían hacerse realidad. Puede considerarse un rasgo hasta infantil, pero es el que tienen las personas que son capaces de mover, aunque sea un poco, la Historia.
Una semana después de la derrota electoral que sufrió en 2009 en la Provincia de Buenos Aires, frente a Francisco De Narváez, fue a la reunión de los intelectuales de Carta Abierta en el Parque Lezama para levantarles el ánimo. Les dijo que había que corregir lo que fuera necesario pero seguir adelante. Un guerrero democrático incansable; un soñador pragmático. De Narváez hoy es solo un millonario que hizo una aventura en la política, como quien vive una aventura extramatrimonial pero finalmente vuelve a la casa con su pareja. Kirchner tiene un lugar central en la historia argentina y latinoamericana.
Vuelve la pregunta: ¿qué haría Néstor en esta circunstancia? En principio, podría asegurarse que no andaría por los pasillos con la cabeza baja porque todo está perdido. «