En la delicada coyuntura argentina parece que la mayoría de los dirigentes se transformaron en weberianos ortodoxos: políticos, sindicalistas, referentes de movimientos sociales, periodistas y personalidades públicas en general militan la «ética de la responsabilidad» ante la catástrofe generada por el gobierno de Mauricio Macri.
La administración Cambiemos lleva al país camino al colapso. Se empeñó con obstinada persistencia en combinar todos los errores de los gobiernos que acabaron detonados, como los de Alfonsín, Menem o la Alianza, sin poseer ninguna de sus dudosas «virtudes». Hoy casi nadie discute si estallará o no la bomba perfecta que construyó el gobierno sino cómo, cuándo y quién pagará las consecuencias.
Frente a esta dramática situación, la inmensa mayoría de la dirigencia política reafirma permanentemente que desea que el gobierno pueda terminar su mandato en paz y que llegue entero a las elecciones del año que viene. Los referentes de la CGT aseguran que convocaron al paro del 25 de septiembre responsablemente (es decir, sin convicciones) porque no quieren convertirse en destituyentes. Y algunos líderes de los llamados movimientos sociales aseveran que no quieren la explosión de una crisis porque siempre termina afectando a los más necesitados.
La peligrosa lógica interna que guía estos razonamientos conduce hacia una falsa conclusión: la causa de un eventual agravamiento de la crisis no reside en la acumulación de contradicciones salvajes que están en la naturaleza del plan económico sino en los excesos de una resistencia presuntamente poco responsable.
Estos argumentos empujan a la moderación política y, paradójicamente, se convierten en uno de los pocos factores de «fortaleza» de Macri. Además llevan a la impotencia para frenar sus planes de ajuste y poner un límite al desastre que está provocando en el país.
Una de las excepciones a esta aparente ley de hierro fue la protagonizada la semana que pasó por los trabajadores y las trabajadoras del legendario Astillero Río Santiago de Ensenada. El ataque en su contra había tenido el condimento de una feroz campaña mediática llevada adelante por el mercenario Jorge Lanata en su programa Periodismo para Trolls y una represión que se extendió varias horas hace algunas semanas en el centro de La Plata. El objetivo era vaciar el astillero y convertirlo en un símbolo de derrota y ejemplo de ajuste implacable.
Sin embargo, el jueves último, desde el mediodía, los obreros navales llevaron adelante una decidida permanencia pacífica frente a la gerencia. Exigían insumos para trabajar, entre otras demandas, y pasadas las 21 hs., el gobierno aceptó firmar un acta en la que se comprometía a dar cumplimiento a la exigencia de insumos y vehiculizar el resto de las demandas. Fue un triunfo parcial pero muy significativo en el contexto de ataques que no logran frenarse y, por esa misma razón, ocultado prolijamente por la gran prensa.
Un ejemplo anterior, en el mismo sentido, fueron las jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2018 contra la Reforma Previsional. Fueron denostadas hasta el cansancio por el periodismo biempensante (sin excluir a muchos progresistas) y condenadas por una variopinta gama de comunicadores que medían la violencia en fantasiosas toneladas de piedras. Aunque no lograron detener la aprobación del saqueo a los haberes jubilatorios, sí implicaron un freno a los planes generales del gobierno y una derrota política de la que el macrismo jamás se recuperó.
Los dos episodios demostraron que la convicción se impuso a la responsabilidad, no sólo por principio, sino también por eficacia.
El clásico texto ético de Weber se titula La política como vocación y es una versión más extensa de una conferencia que pronunció ante una asociación de estudiantes en el caliente invierno revolucionario alemán de 1919. Poco antes de la exposición, los líderes espartaquistas Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht habían sido asesinados en Berlín durante la segunda intentona revolucionaria y además había sido proclamada la República soviética de Baviera.
Es conocido el destino trágico de la República de Weimar parida por la «responsabilidad» y son incalculables las pérdidas para Alemania y para el mundo entero producidas por la derrota de los inquebrantables Liebknecht y Luxemburg.
En el presente argentino, mutatis mutandis, se vuelve a plantear ese recurrente dilema: si a la debacle patética de los cambiemitas se le opone la descafeinada e impotente ética de la responsabilidad weberiana o las convicciones metálicas de los espartaquistas. «