Era la noche del 20 de mayo de 2004 cuando el entonces ministro de Defensa, José Pampuro, atendió una llamada telefónica del presidente Néstor Kirchner.
– Pepe, andate ya mismo al regimiento Patricios –le ordenó.
– ¿Qué pasa en Patricios?
– Hay unos muchachos que se juntaron para comer y charlar. Fijate en qué andan.
La súbita aparición del funcionario en el casino de oficiales atragantó a los comensales. Entre ellos había un civil: el radical Enrique Nosiglia.
Éste, casi por reflejo, soltó:
– Ojo que no estamos conspirando…
– Eso que decís me garantiza que sí –fue la respuesta de Pampuro.
En tanto, algo incómodos por la situación, los generales retirados Daniel Raimundes y Ernesto Bossi no despegaban los ojos de sus mayonesas de ave.
Tal vez a modo de desagravio por esa comilona inconclusa hacía ya 16 años, ambos uniformados hayan bautizado “Mesa de Encuentro” su reciente intento de reflotar el Partido Militar. Un intento infructuoso, puesto que esta vez los conjurados –entre quienes también se encontraba el comisario general de la Bonaerense, Pablo Bressi– no llegaron ni al primer plato. Bastó que el ministro de Defensa, Agustín Rossi, amagara con cortar el financiamiento del Estado a las mutuales castrenses para que Raimundes y Bossi, los cabecillas del “movimiento” capitularan sin presentar batalla.
Fuentes militares consultadas por Tiempo coincidieron en deslizar la no ajenidad a dicho cenáculo del civil Fulvio Pompeo. Este individuo con nombre de centurión romano fue el titular de Asuntos Estratégicos de la Jefatura de Gabinete macrista y es el actual secretario de Relaciones Internacionales del PRO. Conviene reparar en él.
Se trata de un politólogo y relacionista internacional con título obtenido en la Universidad de Belgrano y algún postgrado en Londres. Supo pertenecer al duhaldismo; de hecho, fue funcionario de Carlos Ruckauf en la Cancillería cuando el ex bañero de Lomas ejercía la presidencia interina. En los últimos años fue muy cercano a Mauricio Macri, a quien acompañaba en sus giras oficiales, siendo ahora uno de sus asesores de cabecera. Y se lo considera el “cerebro” del revuelque entre los conceptos de Defensa y Seguridad.
Esta cuestión fue una de las metas esgrimidas por Raimundes y Bossi para la Mesa de Encuentro. De hecho, el vínculo entre ellos y Pompeo data de la época en que este último revestía en la Cancillería y Raimundes era ladero del jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, durante el interinato duhaldista. En ese entonces, Bossi –quien fuera secretario general del Ejército durante la gestión del general Martín Balza– frecuentaba a ambos.
Raimundes, cuya destreza para las intrigas palaciegas es proverbial, fue procesado en 2012 por espionaje a ministros, dirigentes políticos y figuras de la cultura, como integrante de una gavilla dirigida por Juan Bautista Yofre (a) “Tata” (jefe de la SIDE menemista), e integrada por los periodistas Roberto García, Carlos Pagni y Edgar Mainhard, entre otros.
A su vez, entre los laureles curriculares de Bossi resalta su participación en el narco-golpe del general boliviano Luis García Meza en 1980, integrando el Servicio Exterior del Batallón 601 en el marco del Plan Cóndor, la alianza represiva entre las dictaduras del Cono Sur. De esa etapa conserva un marcado negacionismo con respecto a los crímenes de lesa humanidad. También estuvo involucrado en el resonante contrabando de armas a Croacia y, más cerca en el tiempo, estuvo bajo el radar de la Unidad de Investigaciones Financieras (UIF) por un presunto lavado de dinero efectuado desde la Sociedad Militar Seguro de Vida (SMSV), una de las mutuales que integraron la Mesa de Encuentro.
A comienzos del milenio, Pompeo trabó un cordial vínculo con dos jóvenes oficiales que revoloteaban alrededor de Raimundes: los actuales generales retirados Claudio Pasqualini y Bari del Valle Sosa. Lo cierto es que el paso del tiempo no los separó. Porque, mientras Pompeo cumplía funciones para el régimen macrista bajo el ala de Marcos Peña, Pasqualini se desempeñó como comandante en jefe del Ejército, siendo Del Valle Sosa jefe del Estado Mayor Conjunto. Cabe destacar que ambos llegaron a sus respectivas cimas gracias a los buenos oficios de Pompeo. Y ahora el destino los volvió a juntar en la Mesa de Encuentro.
A los 60 años, Pasqualini sigue siendo un referente del sector castrense que reclama la amnistía por delitos de lesa humanidad. Pero nadie le festeja tal prédica más que su propia esposa, María Laura Renés, hija de Athos Renés, un ex coronel condenado a perpetuidad por la Masacre de Margarita Belén. Ella pertenece al grupo de Cecilia Pando. Pero él también tiene otra obsesión: el vuelco del Ejército hacia tareas de seguridad interna. Un ideal por el que bregó –codo a codo con el bueno de Fulvio– durante el macrismo. Aún hoy, cuando se lo consulta al respecto, contesta: “Estamos preparados para muchas tareas”.
A su vez, Del Valle Sosa era para Macri poco menos que el mariscal Rommel. Claro que se trata de un individuo muy didáctico y envolvente. Fue director del Colegio Militar y rector del Instituto Universitario del Ejército. Asimismo, presume ser un hombre de acción. En realidad, este infante de 61 años tiene una personalidad muy compleja e indescifrable. A diferencia de Pasqualini, quien no oculta sus ensoñaciones de “reconciliación” para así concluir con los juicios a los represores, Del Valle Sosa –sin sepultar ese reclamo– privilegia la “reconversión” de las Fuerzas Armadas “para satisfacer –tal como lo supo exponer en Diálogo-Revista Militar Digital– las exigencias y desafíos que enfrentará la Argentina del siglo XXI”. Un planteo tomado de la biblia norteamericana de las “Nuevas Amenazas”. Pero semejante visión del mundo él ya la tenía con anterioridad a esta centuria, cuando abrevaba en las fuentes genuinas de Brinzoni y Raimundes, precursores de ese discurso en los cuarteles del país.
Ahora, para todos ellos la “nueva amenaza” es el ostracismo. «