Mauricio Macri decidió seguir adelante con la estrategia electoral que tenía pensado desplegar antes de que el electorado al argentino le contestara a sus casi cuatro años de fracaso económico, con incremento de la pobreza y del desempleo, con un voto castigo que el gobierno no esperaba.
El discurso del presidente culpando a la oposición por un nuevo salto del dólar, producto del esquema especulativo que el gobierno armó, y que permite entrar a los capitales golondrina sin ningún control, cambiar los dólares por pesos y ganar una tasa de ganancia en dólares única en el planeta, entre el 50 y 70%, volvió a explotar. Cabe recordar que en la devaluación de 2018, que fue del 100%, Macri venía de ganar las elecciones de medios término de 2017 con 42 puntos a nivel nacional y el juego especulativo produjo sus efectos igual.
El presidente volvió hoy al juego que más le gusta o quizás al único que le queda, culpar al peronismo de todos los males de la Argentina y de la historia y ponerse en el lugar de víctima. Es extraño, pero el mandatario que dice contar con el apoyo del “mundo entero” no puede con todo ese respaldo ordenar un poco el tipo de cambio, a menos que el propio gobierno lo esté dejando correr para desplegar su campaña del terror al estilo del incendio del Reichstag en Alemania, antes de que los nazis asumieran el poder.
El discurso de Macri sólo tiene posibilidades de consolidar el núcleo duro del voto antiperonista más cerril. No cuenta con chances de ampliarse siquiera hacia el 8,2 por ciento que optó por Roberto Lavagna en estas PASO, ya que ese voto demanda centralmente un cambio de la política económica. Eso es lo que encarna Lavagna, que fue ministro de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner y que en los últimos días de campaña desplegó propuestas similares a las de Alberto Fernández, aumentar jubilaciones y salarios para reactivar el consumo, desdolarizar las tarifas, en resumen, reactivar la economía argentina que funciona en un 75 por ciento en torno al mercado interno.
Quizás las palabras del presidente puedan captar algo de votos por derecha, del 2,4 por ciento que respaldó a José Luis Espert y un puñado de Gómez Centurión. Ahí se termina su capacidad de ampliar su base electoral por el camino elegido.
Los newman boys, que nunca entendieron la complejidad de administrar el Estado, que nada tiene que ver con manejar una empresa, están además pagando el precio de no creer en la política. Hay distintos momentos en estos 37 años de democracia en que adversarios políticos ancestrales llegaron a ciertos acuerdos en la Argentina. Ocurrió con el levantamiento cara pintada en 1987, con la reforma constitucional de 1994, con la crisis del 2001, para dar algunos ejemplos. Pero esos dirigentes “tradicionales”, que el macrismo denosta como la “vieja política”, que por supuesto incluye al peronismo, tenían códigos mínimos de convivencia más allá de sus diferencias ideológicas y sus encarnizadas luchas por el poder. Macri rompió todos esos códigos al utilizar el armado de causas y la cárcel para disciplinar y sacar de la cancha a sus adversarios.
¿Cómo se puede convocar al diálogo después? Las prácticas autoritarias, y este gobierno es el que más tuvo desde 1983 hasta ahora, hacen imposible los puentes de diálogo. Y lo que queda flotando en el aire, con un tono enojado con la sociedad, rebotando en las paredes y en eco de la Historia, es el soliloquio del presidente.