Las causas judiciales iniciadas en los últimos días por delitos cometidos desde la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) durante el régimen macrista sugieren la existencia de una estructura criminal enquistada dentro del propio Estado, en cuyo pináculo se adivina la figura de Mauricio Macri. Ahora saltó a la luz otra trapisonda: el espionaje ilegal sobre unos 400 periodistas acreditados para cubrir en Buenos Aires, entre 2017 y 2018, las cumbres de la Organización Mundial del Comercio (OMS) y del G-20. Lo notable es que tales trapisondas fueron efectuadas en base a un protocolo operativo ideado por el Ministerio de Seguridad y suscripto por su jefa, Patricia Bullrich. Este detalle conduce hacia un asunto hasta ahora no explorado: su gran influencia en la central de espías.
En este punto bien vale retroceder al invierno de 2016, cuando el militar carapintada Juan José Gómez Centurión recorría los canales de TV en defensa de su honor, tras ser eyectado de la Aduana por una denuncia anónima. “¡Esta cama me la hizo Bullrich y (Silvia) Majdalani!”, repetía sin cesar. Todo indica que aquel hombre no se equivocaba.
Ya entonces era de dominio público la gran sintonía entre la ministra y la subdirectora de la AFI. En los pasillos de la realpolitik no era desconocida la afinidad entre ellas. Un vínculo que se remonta a los días en que la “Turca” –como a Majdalani todos la llaman– presidía la Comisión de Inteligencia de la Cámara Baja y Bullrich, la de Legislación Penal. También se podría decir que ambas fueron compañeras de estudios, ya que asistieron juntas a los cursillos para legisladores y jueces impartidos en la Escuela Nacional de Inteligencia.
Allí, la señora Majdalani quedó deslumbrada por uno de sus profesores: Diego Dalmau Pereyra. De modo que años después, al acceder a la cúpula del organismo de la calle 25 de Mayo, lo puso en la jefatura de Contrainteligencia, el mismo puesto que el famoso Antonio Stiuso había dejado de mal modo.
Se dice que esa vez la Turca le había hecho caso omiso a “Pato”, quien le había sugerido –desinteresadamente, claro– otro nombre para ese cargo.
Mientras tanto, en el Ministerio de Seguridad de La Pampa brillaba el joven director de Inteligencia Criminal, quien se había convertido en el ladero más conspicuo de Juan Carlos Tierno, el ultraderechista titular de esa cartera. Su nombre: Alan Flavio Ruíz. La devoción del ministro hacia él fue tal que hasta basó en su figura un documental transmitido por el canal de la provincia sobre el rescate, por parte de policías locales, de una adolescente pampeana secuestrada en Paraguay. Un héroe. Pero un héroe con ciertas oscuridades. Porque en La Pampa a Ruíz también se lo rememora por una maniobra urdida en complicidad con el ex crack de Boca y –por entonces– secretario de Deportes, Carlos Mac Allister, que consistió en armarle una causa por abuso sexual al senador Juan Carlos Marino, un rival electoral del “Colorado”.En otra causa también armada por Ruíz resultó involucrado el diputado justicialista Espartaco Martín.
Lo cierto es que, en diciembre de 2016, la súbita renuncia del golden boy de la seguridad pampeana dejó con la boca abierta al ministro Tierno. No menos cierto es que aquella abdicación se debió a un ofrecimiento de Bullrich que Ruíz no pudo rechazar.
Desde entonces aquel tipo de porte intimidatorio y mandíbula de piedra supo posar para las fotos con ella en los actos oficiales, como coordinador de Asuntos Legales. Después fue puesto al frente del Programa de Búsqueda de Prófugos, hasta que la buena de Patricia se lo cedió a su amiga Majdalani. La Turca, muy agradecida, lo puso al frente de Operaciones Especiales, una dirección interna de la AFI que absorbió ciertas tareas –y los atributos– del área a cargo de Dalmau Pereyra.
De modo que Ruíz pasó a ser una pieza clave del espionaje macrista; el gran titiritero, cuya singularidad radicaba en seguir reportando a Bullrich.
El abogado y agente de la AFI, Facundo Melo, lo sufrió en carne propia. Hoy célebre por su rol en la colocación de una bomba de trotyl en la casa del ex funcionario José Luis Vila, este hombre trabajó bajo las órdenes de Ruíz. Y recuerda su obsesión por engarronar a los camioneros Hugo y Pablo Moyano en la causa por las irregularidades en el club Independiente.
A tal efecto, le pidió que se interiorizara en el estado del expediente.
– Está muy flojito –fue la opinión de Melo.
Ruíz, entonces, montó en cólera. Y bramó:
– ¡Vos no tenés que hacer ninguna interpretación, boludo! Tu función es “direccionar” los testimonios.
La aparente negativa a manipular uno de aquellos testimonios –el del barrabrava detenido Daniel Lagaronne (cuyo defensor era Melo)– provocó su salida de la AFI. En tales circunstancias, Ruíz no se mostró muy amable:
“Date por despedido. Y tené cuidado con lo que hacés y decís. Porque podés tener problemas peores que quedarte sin trabajo”.
Así de frontal era él.
Al tipo le atribuyen maniobras tan extravagantes como haberle plantado una empleada doméstica de la AFI al vicejefe porteño, Diego Santilli. Y no sin ironía argumentaba la razón: “Este pibe gasta más que un narcotraficante”.Una maniobra idéntica hubo en la casa de Horacio Rodríguez Larreta.
No es una exageración decir que Alan cargaba sobre sus hombros tareas de suma delicadeza. Tanto es así que el mismísimo Presidente, quien confiaba mucho en él, le concedió el honor de espiar a su propia hermana, Florencia.
Tampoco le perdía pisadas a Florencia Kirchner; ni a su madre, Cristina.
“Emi: Buscame por favor la dirección de CFK y del Instituto Patria”, le pedía Ruíz por mail a un colaborador. “¿El departamento de ella es el que sale al balcón?”, consultó ya iniciada la “capacha” en el edificio de la calle Uruguay.
Ahora ya hay en poder de la justicia fotos, videos y audios de semejante intromisión. Y hasta imágenes de los propios fisgones posando como turistas en los sitios que debían espiar.
Los resultados de tales relevos, así como otros informes de inteligencia, se volcaban en dos copias. Una para Majdalani y otra para Bullrich. División de poderes en la república macrista. «