El Cordobazo marcó un punto de inflexión. Evidenció un grado de unidad y conciencia política de trabajadores y estudiantes que determinó un cambio de época. No fue la primera movilización de masas del año 1969, había sido precedido por el Correntinazo y el Rosariazo, y le seguirían otras grandes insurrecciones populares.
El paro de 36 horas con movilización convocado por la CGT regional Córdoba para los días 29 y 30 de mayo demuestra la voluntad política del movimiento obrero cordobés, que se venía destacando con algunas figuras que luego pagaron cara su combatividad, como Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López. Puede afirmarse también que fue el resultado de largos años de resistencia de la clase trabajadora a los planes de ajuste de los sucesivos gobiernos desde el golpe militar de 1955. Y que los indispensables protagonistas de ese tiempo fueron los delegados de base. Ninguna de las grandes huelgas y movilizaciones hubieran sido posibles sin su decisiva participación.
Una de las claves del poder del movimiento obrero de aquellas históricas gestas se basó en el control de las fábricas por parte de los delegados, a pesar de la disputa constante con el capital, que pretendió recuperarlo de todas las formas posibles. Exactamente cuatro años antes del Cordobazo, las comisiones internas fueron gestoras de los planes de lucha de la CGT que incluyeron la toma concertada de 800 establecimientos a la vez. Según informes de inteligencia, «la ocupación simultánea de los establecimientos sólo podía ser llevada a cabo por las bases y sus representantes inmediatos». Indudablemente ese engranaje funcionó también en las insurrecciones de 1969.
La última dictadura militar que buscó destruir la fuerza del movimiento sindical, no dudó en centrar su persecución en los representantes de base. Aun así, es notorio en la actualidad que los gremios organizados con fuertes comisiones internas y que promueven la elección de delegados son los más eficaces en la defensa de sus condiciones de trabajo y de su salario real. «