Ya sabemos que Sergio Berni es habitué a las pantomimas. Su estilo ha sido el mejor escudo protector del gobernador en estos años. El perfil que cultivaba el ministro con sus performances contribuyó a cuidar la espalda del gobernador Kicillof. Si eventualmente alguien tenía que pagar platos rotos, ese sería el ministro. Su perfil alto impide que los hechos salpiquen al gobernador.
Acaso por eso mismo, se ha sostenido en todos estos años al ministro de seguridad. No es para menos, sobre todo cuando el gobierno se mide con una agencia policial que, después de las gestiones de Scioli y Vidal, se ha ido desmadrando, está muy precarizada y puede convertirse en cualquier momento en una pesadilla para los bonaerenses.
Ahora bien, lo que en determinado momento sirve para remar una coyuntura, incluso, llevar agua para su propio molino, en otro contexto puede costarle demasiado caro y reportarle pérdidas no solo a él sino a su gobernador. Conviene, entonces, no enamorarse de las tácticas, porque pueden llevarse por delante a la realidad.
Es lo que ha sucedido el lunes pasado: El asesinato del chofer hay que leerlo al lado de un malestar general que incluye el aumento de la pobreza, el incremento de las tarifas, los alquileres y los alimentos, es decir, la licuación constante de los salarios; pero también al lado de la polarización política que continúa alejando a los funcionarios y el resto de la dirigencia política de los consensos que necesitan la búsqueda de soluciones creativas.
Si a eso le sumamos la desconfianza social que pesa sobre aquellas instituciones encargadas de perseguir el delito (la justicia y la procuración) y cuidar a la gente (policía), entonces, los ciudadanos tienen sobradas razones para enojarse y manifestar su indignación.
Una indignación que tampoco les saldrá gratis: no solo porque continúan llenándose de miedo, sino porque no se dan cuenta que las palabras que destilan para hablar, por ejemplo, de los llamados “pibes chorros”, son un boomerang social con el que se medirán el día de mañana cuando se encuentren con esos mismos pibes que también se van colmando de rabia y usan la violencia de manera emotiva.
Así están las cosas, cuando la gente vive mal y les gana otra vez la incertidumbre, se van llenando de resentimiento, van acumulando odio que no pueden o quieren desactivar, y que solo contribuye a poner las cosas en lugares cada vez más difíciles. Basta que alguien encienda la mecha para que las piedras comiencen a volar por los aires y cobre un ministro que llegó al lugar de la protesta “regalado”.
Cualquiera que viaje en tren en estos días, sabe que la gente camina por una cuerda anímica muy floja. El menor incidente (otro corte de vía, la interrupción del servicio, el robo de un celular, etc.) puede transformarse en una pelea y escalar los conflictos hacia los extremos. La gente está cada vez más impaciente. Basta con mirar las protestas vecinales punitivas que Crónica TV trasmite todos los días en vivo y en directo, todas las noches, para darnos cuenta que las cosas se están caldeando otra vez.
Y si encima aparecen candidatos sin escrúpulos que están dispuestos a decirle a la gente lo que muchos quieren escuchar, y se la pasan no solo escupiendo hacia arriba y sino para los costados, entonces tenemos razones para manifestar nuestra preocupación y eludir la risa que llega con los memes que empiezan a circular por las redes sociales a la velocidad de la luz.
Sospecho que los funcionarios se habrán dado cuenta que va a ser muy difícil hacer campaña en un clima cada vez más hostil. Más aún cuando gran parte del periodismo continúa enloqueciendo a la opinión pública. El riesgo ya no es perder las elecciones, sino que tengan que salir corriendo en cada esquina. Le pasó lo mismo a Larreta cuando se tuvo que ir volando de un café porteño en plena ola de calor, cuando los cortes de energía y la falta de agua no habían cesado.
Lo que pasó ayer al mediodía no es una anécdota: el personaje se comió la curva y el resto nos quedamos pasmados mirando el acontecimiento otra vez por televisión. Pero esta vez los hechos son la expresión de la alienación política en la que vive parte de la dirigencia, sobre todo aquella que se la pasa tomando selfies, rodeada de gente sonriente que contrasta con el malhumor del resto de la sociedad.
No se trata solamente de funcionarios con poco timing, sino sobregirados, pasados de rosca: funcionarios que confunden la realidad con el relato festejado por el entorno afín que vive de la fotocracia, allí donde no se sabe dónde termina el autobombo y empieza la ceguera.
Con esa prepotencia, no solo subestiman la realidad, sino que sobredimensionan las capacidades propias, lo que no solo les lleva a poner la realidad en un lugar donde no se encuentra, sino que tienden a pelearse con ella. El ministro asestó el golpe y tomó nota. Pero, a juzgar por las declaraciones que siguieron, parece que no está dispuesto a dejar de lado al personaje que le dio de comer. A esta altura, gambetear los hechos es escamotear la realidad y puede costarnos caro a todos. Lo mismo que su renuncia.
Pelearse con la realidad no solo es un error, es exponerse a un peligro mayor: Si la sociedad argentina o sectores de ella se bolsonarizan, tarde o temprano hará las cosas “mejor” que en Brasil. Como suele decirse en este país: Argentina no es Brasil. La realidad no quiere ser mediocre.
El autor del texto es director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Temor y control, La máquina de la inseguridad, Vecinocracia: olfato social y linchamientos, Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil y Prudencialismo: el gobierno de la prevención.