Es como si no hubiese habido cuatro años de gobierno de Mauricio Macri. Es como si ese período hubiera sido un sueño colectivo, una suma de imágenes que pasaron una tras otra y un día millones de personas despertaron. Es lo que parece cuando la oposición –políticos, medios, intelectuales–esgrime sus argumentos para cuestionar al presidente Alberto Fernández y al Frente de Todos. Puede ser falta de creatividad. Esa sería la opción optimista. La otra es que en realidad se trate de una muestra del nivel de dogmatismo que habita en una porción muy importante del mundo antiperonista.
Hay dos slogans que han vuelto con la fuerza de los hits que se reeditan de décadas pasadas. El primero es del doble comando. Cuando CFK asumió su primera presidencia en diciembre de 2007 esa línea argumental fue utilizada hasta el cansancio. Hubo incluso una carta escrita por Elisa Carrió y envidada a las embajadas de varios países que era digna de un cuento. La carta sostenía que en Argentina la democracia había sido vulnerada porque la sociedad había votado a Cristina pero quien verdaderamente gobernaba era Néstor Kirchner. El viejo artilugio del poder detrás del trono. Ahora el doble comando es al revés. CFK es quienmueve los hilos detrás. Es todo tan desembozado que hay periodistas que tiran supuestos análisis afirmando que “el equipo económico es el mismo que tuvo Cristina”. Lo dicen para culparla de la intervención y expropiación de Vicentin. Y lo cierto es que si en Google se busca a los funcionarios de Economía, empezando por el ministro, no hay ninguno que haya formado parte del gobierno entre 2007 y 2015.
El otro argumento rescatado del diccionario básico escrito durante los ocho años de CFK es el de que Argentina será como Venezuela. Analizar el proceso venezolano que comenzó con Hugo Chávez,que produjo una enorme transformación, y el rumbo que tomó desde finales de 2015 necesita mucho más espacio que estas breves líneas. Pero sí hay algo que puede decirse con menos posibilidades de pifiar: es un país con una historia y una estructura económica y social imposible de comparar con la Argentina.
La idea de que se viene “Argenzuela” fue reeditada a partir de la decisión de intervenir y expropiar la empresa Vicentin. La derecha omite otras comparaciones que son más pertinentes. Y no se va a repetir aquí lo que está pasando en Europa con la reestatización de empresas para salvarlas de la crisis producida por la pandemia. No hace falta ir tan lejos. Puede mirarse lo que ocurre en el barrio. En la mayoría de los países emergentes el Estado tiene una presencia fuerte en los principales productos de exportación. Ocurre en Venezuela con Pdvesa, pero también en el México petrolero con Pemex y muy especialmente en Chile.
En 1971 el presidente Salvador Allende nacionalizó Codelco. Es la principal empresa que explota el cobre chileno. Para ubicarse: el 60% de las exportaciones de Chile son cobre y derivados, y Codelco produce alrededor de un tercio de ese total. Chile genera alrededor de un tercio del cobre que se comercializa en el mundo. Es decir que Codelco genera alrededor del 10% del cobre mundial. Y quién es el propietario de esa compañía: el Estado en un 100%. Por qué la derecha chilena nunca desmontó del todo aquella decisión de Allende es una pregunta interesante para dejar picando.
En los países de la región, incluso en el Chile ultraneoliberal, los Estados tienen un pie muy fuerte puesto en el principal producto de exportación. No sólo permite interceder en la producción sino que disminuye la capacidad de chantaje de los exportadores a la hora de la liquidación de divisas porque el propio Estado esexportador. No es Venezuela. Es Chile y México y Noruega y Canadá y Australia y se podría seguir.