Días pasados, el ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, anunció la nueva cúpula de la policía provincial, comandada desde el 10 de diciembre por el comisario general Pablo Bressi. Una especie de salto al vacío.
Según se comenta por lo bajo en ciertos cenáculos macristas, la llegada de María Eugenia Vidal al primer despacho de La Plata habría sido para ella algo tan sorpresivo que no tuvo tiempo de planificar debidamente su política hacia la agencia de seguridad más díscola del país.
De modo que no dudó en aceptar una sana sugerencia: poner al frente de su estructura compuesta por 90 mil hombres armados al tal Bressi, sin reparar en un hecho al menos simbólico: su rol de negociador en la toma de rehenes que derivó a fines de 1999 en la masacre de Ramallo. Pero eso resulta ahora hasta irrelevante
Tal «sugerencia» se la hizo nada menos que el jefe saliente, Hugo Matzkin, quien a través de Bressi intenta prolongar su influencia en la fuerza. En tanto, la gestión entrante mantuvo intacto el esquema de funcionarios ministeriales heredado de Alejandro Granados. Y ambas decisiones desataron una vidriosa interna entre las líneas policiales en pugna por espacios de poder.
En medio de semejante tirantez, la increíble fuga de los hermanos Lanatta y Víctor Schillaci aceleró el despertar de la mandataria en el mundo real, a sólo 17 días de asumir. También sirvió para que Ritondo pronunciara una frase que seguramente será recordada por las futuras generaciones: «Los prófugos están acorralados». Días más tarde cuando estos ya eran buscados por otras fuerzas en Santa Fe, el ministro reconoció que esa frase se la había soplado al oído «un comisario». Lo que se dice, una broma iniciática; apenas un aviso de baja intensidad. Después vendrían mensajes más cruentos, y sin otro propósito que marcar la cancha. Así, las sospechas y temores del flamante Poder Ejecutivo se expandieron notablemente entre acusaciones políticas y purgas anunciadas de antemano. Esto último, una rareza: en las leyes secretas de las fuerzas de seguridad resalta la de no «boquear» los descabezamientos para así impedir la réplica por lo general, virulenta de los inminentes exonerados. Los primeros efectos de tamaña omisión no tardaron en hacerse sentir.
Ya durante la búsqueda de los tres fugitivos, los «Patas Negras» incurrieron en la táctica de «poner palanca de boludo», tal como ellos llaman el trabajo a reglamento para así apurar sus reclamos a las autoridades de turno.
A partir de ese momento, empezó en el Gran Buenos Aires una seguidilla de sugestivos delitos. Prueba de eso es la súbita ola de secuestros exprés, como el del fiscal general adjunto de Lomas de Zamora, Sebastián Scalera. Y también, asaltos no menos extraños, como el de la casa del mismísimo intendente de La Plata, Julio Garró. Una simple demostración de fuerza.
Ocurre que las «profundas reformas» anunciadas por Ritondo pusieron a toda la corporación policial en pie de guerra. A su vez, la entronización de la nueva cúpula avivó en el comisariato el fuego de la discordia. En especial, por parte de las líneas opuestas a Matzkin, que habían cifrado en la transición sus sueños de grandeza.
Ante esa última circunstancia, entre los más heridos resalta el aún influyente ex jefe de Investigaciones, Néstor Larrauri, quien fue pasado a retiro junto con su lugarteniente, el ex jefe de la DDI de Quílmes, Roberto Di Rosa.
La suerte también les fue esquiva a dos emblemáticos jefes que reportaban sin intermediarios al ministro Granados. A saber: el de la Zona Oeste, Carlos Grecco quien tuvo efímera notoriedad por ser acusado de encubrir en 2008 a los secuestradores de Leonardo Bergara y el de Delitos Complejos, Marcelo Chebriau, entre cuyas hazañas se destaca el haber malogrado intencionalmente la pesquisa por el crimen de la niña Candela Sol Rodríguez.
Lo cierto es que en el corazón de La Bonaerense no tardaron en florecer los primeros signos del encono: a mediados de febrero se produjo la escandalosa detención de tres oficiales afines a Bressi por brindar protección a narcos en barrios de Esteban Echeverría. Y semanas después, saltó a la luz pública el curioso decomiso en la Jefatura Departamental platense de sobres con dinero alrededor de 150 mil pesos, episodio que particularmente enlodó el buen nombre del comisario Alberto Domsky, ex jefe de ese coto y actualmente en la flamante plana mayor. No se duda, desde luego, de una mano negra tras tales operativos. Un típico pase de facturas.
Más temprano que tarde, la señora Vidal cayó en la cuenta de que en esta trama de poco vale el marketing, la magia de los focus group y los asesores de imagen. Ni la tropa a disciplinar es el personal contratado del Teatro Colón sino una fuerza militarizada que se financia a sí misma. Y se autogobierna. Si algo enseña la historia de las últimas décadas es que La Bonaerense es ante todo un Estado dentro del Estado. María Eugenia eso ahora bien lo sabe. «