La respuesta surgió del candidato más votado en las PASO y muy probablemente (por ser cauteloso, aunque los resultados electorales aconsejarían menos formalidad) próximo presidente de la Nación, en la conferencia de prensa que se organizó de improviso el miércoles pasado en sus oficinas de la calle México. Una periodista le consultó si ya estaba pensando en un eventual Gabinete. La réplica de Alberto Fernández fue breve, espontánea y sincera: «Sí, claro. ¿Cómo no voy a estar pensando en eso?» En la última semana, la especulación sobre cuáles serán los nombres que integrarán su equipo de gobierno y qué impronta tendrá el primer Gabinete de Fernández en el caso de asumir la presidencia fue el gran tema de conversación en los círculos de poder, como también inspiración de esperables artículos periodísticos.
Circularon nombres, que esta nota también mencionará aunque con algunos añadidos. En cualquier caso, como aclararon en diálogo con Tiempo desde el búnker albertista de México al 300, lo que debe entenderse es que en la conformación del probable Gabinete prevalecerá la racionalidad política, el reconocimiento de la gravedad de la crisis y la voluntad de ampliar la coalición de gobierno para enfrentar la transición con una base de sustentación más amplia. «En mucho de lo que se escribió hasta ahora primaba el criterio de que el Gabinete será el equipo de los afectos de Alberto. Es obvio que no será así», advirtió a este diario uno de sus colaboradores de mayor confianza.
La elección del staff de ministros que acompañará a Fernández en el caso de ganar la elección del 27 de octubre –una eventualidad que da como un hecho toda la política vernácula, los consultores económicos y los actores internacionales– responderá en definitiva a dos objetivos absolutamente centrales. Se trata de las dos prioridades que el candidato del Frente de Todos traslada a sus interlocutores cuando la conversación se concentra en los primeros seis o 12 meses de una posible gestión. Esas dos iniciativas fundamentales, que guiarán toda la acción de gobierno en el primer tramo de un eventual mandato, son, a saber: la renegociación de los términos del acuerdo con el FMI, por un lado, y la concreción de un acuerdo institucionalizado entre cámaras empresariales, Estado y sindicatos (lo que para el peronismo resulta casi una tradición desde el Pacto Social de 1973, con el entonces ministro José Ber Gelbard como cara visible) que permita apagar los incendios, estabilizar la economía y empezar –gradualmente, con realismo– a recuperar el empleo.
La forma en que se pongan en marcha estas dos variables, que por supuesto están relacionadas y se condicionan entre sí, dependerá de qué suceda en los próximos meses en materia financiera. Aquí entran a tallar el valor del dólar, sobre el cual el propio Fernández en una definición audaz y quizá políticamente antipática estimó que sería conveniente que se estabilice en 60 pesos, la fortaleza o debilidad en materia de reservas monetarias disponibles del BCRA, y hasta la situación de liquidez o escasez en los bancos de la plaza local. Es obvio que en el corto plazo el panorama que enfrenta la economía argentina es amenazante: a las dificultades de la macro se le deben agregar las declaraciones que ex profeso buscan torpedear la llegada de un presidente de signo opositor: es el caso del mandatario brasileño Jair Bolsonaro, por citar el nombre más rutilante, a quien sus aliados desautorizan en la intimidad pero que igualmente tiene capacidad de daño. Sus dichos se retransmiten en la prensa mundial y llegan a inversores que toman decisiones. Esta encrucijada difícil para el espacio nacional-popular, junto a las capacidades de cada uno de ellos, explica por qué tendrán roles protagónicos en el cortísimo plazo nombres alejados de cualquier heterodoxia económica y que generan tranquilidad en el sistema financiero local e internacional: Guillermo Nielsen y Martín Redrado. El primero cuenta con sobrada experiencia en renegociación de deuda y reúne iniciativa personal más un marco de interlocutores bastante encumbrado más allá de las fronteras. Apenas una muestra de ello son las conversaciones con el CEO de la Cámara de Comercio argentino-estadounidense (AmCham), Alejandro Díaz. En el caso de Redrado, el ex titular del Banco Central logró posicionarse para lo que viene con una definición audaz, una acusación potenciada por la condición market-friendly de quien la profería. En referencia al lunes negro posterior a las PASO, en el que se produjo el salto devaluatorio más pronunciado desde diciembre de 2016, Redrado acusó a Mauricio Macri de soltar al dólar «para que se vaya a dónde se tenga que ir de tal modo que los argentinos aprendan a votar».
En el staff de probables ministros, secretarios de Estado y titulares de bancos públicos y organismos clave que circula en la calle México –aunque Fernández, salvo excepciones, no suele confirmar a nadie y mucho menos por anticipado– figuran también Emmanuel Álvarez Agis, Matías Kulfas, Cecilia Todesca, Carlos Heller y Arnaldo Bocco. La gran sorpresa pero ya no tanto podría ser convocar a Roberto Lavagna para un rol estelar una vez que termine la coyuntura electoral. Sería la decisión más potente para hacer realidad el llamado a ampliar la coalición post-27 de octubre. Hasta aquí se han mencionado los nombres del que podría ser definido como el «Gabinete económico» pero que también, dadas las circunstancias, podría caberle la definición de «pilotos de tormenta». Para el resto de un eventual equipo de gobierno, tanto en lo político como en las otras áreas del Estado, también resuenan nombres. Son muchos, pero Tiempo se arriesga a sintetizar en cuatro personas a las que el destino y Fernández presidente les reservan responsabilidades importantes: Felipe Solá, Santiago Cafiero, Jorge Argüello y Eduardo «Wado» de Pedro. «