Se puede buscar la vía que sea, la que cada uno de los lectores elija, pero lo certero es que absolutamente ninguna supera la potencia del fútbol, que llega a todos los pibes, a todos los viejos, a todas las mujeres y los hombres de la Argentina, desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego. Ese dato no es meramente estadístico, sino que refleja con precisión suiza que la inversión publicitaria es de formidable importancia tanto política como socialmente. Y veamos un ejemplo que ratifica el concepto: de cara a los penosos hechos sucedidos el fin de semana pasada en el palacio Pro-Costa Salguero, las campañas contra la droga podrían ser de formidable extraordinaria utilidad. Algo tan obvio que no necesita mayor argumentación.
Dos mil millones dan el derecho a resarcirse y la única forma es llevar a cabo la divulgación de hechos que el Estado pretende fijar en la opinión pública. Los temas a abordar pueden ser tan diversos como se pretenda. Solamente en los relacionados con la salud, podemos enunciar, casi a vuelo de pájaro, ítems como drogas, dengue, Sida, mal de Chagas, cólera, campañas de vacunación, consejos sobre el calor y el frío. Pero sin ingresar en otros anuncios de cuestiones de su gestión que estrictamente puede publicitar el gobierno, también se deben dar explicaciones didácticas de cobros y ventajas que desconocen para jubilados, por dar un par de ejemplos. La lista es interminable.
Pero Macri-Lombardi-Marín, esa línea de mediocampistas tan mentada, juegan descaradamente para lo privado, y de esa manera le roban al Estado. Lo hacen asquerosamente. Servilmente. Delictivamente.
En vez de usar la publicidad que el Estado paga, le regalan un negocio vergonzante a los canales privados. En realidad, el propósito es servírselo en bandeja de plata al Grupo Clarín, por cierto. Y los otros canales se la rebuscan tomando una parte del negocio. Se les compra la palabra. En vez de denunciar el escandaloso robo, se convierten en cómplices de algo que es indigno a cualquier pretensión ética.
Que no haya un diputado, o una ONG que se anime a denunciar el hurto, demuestran la abrumadora indefensión que existe en la sociedad ante el poder del grupo concentrado. Los grandes vividores del Estado que son los actuales funcionarios han pretendido -como osó hacerlo Hernán Lombardi- elogiar la fórmula de la publicidad privada que, poniendo menos del 10% de lo que paga el Estado, se quedan con la parte del león, del cocodrilo y el mono.
Se trata, en definitiva de la ley de la selva del mercado llevándose por delante a una República indefensa frente a la rapiña descarada.
Tranquilos. Lo que viene es peor.