La lectura del escrutinio de las elecciones legislativas del 22 de octubre nos muestra una victoria insoslayable del oficialismo nacional. Cambiemos, el partido del presidente, alcanzó el triunfo en 13 distritos: Provincia y Ciudad de Buenos Aires, Corrientes, Córdoba, Chaco, Entre Ríos, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Neuquén, Salta, Santa Cruz y Santa Fe. Trece sobre 24 constituye una mayoría federal, que incluye a los cinco distritos más grandes (Buenos Aires, CABA, Córdoba, Mendoza, Santa Fe), en los que viven dos de cada tres argentinos. Todo eso suma alrededor del 42% de los votos positivos. Estamos ante una ola nacional: la expansión de Cambiemos en el mapa es el principal dato de la elección.
Cambiemos, además, logró dar vuelta distritos que no había ganado en las PASO: La Rioja, Chaco, Santa Fe, Salta, Buenos Aires. A su vez, hubo provincias en los que los oficialismos provinciales peronistas que dieron vuelta los resultados de unas PASO que habían perdido frente a Cambiemos: Chubut, La Pampa, San Luis. El peso de los aparatos se hizo sentir. Lo mismo cabe para los oficialismos provinciales de Misiones (Frente Renovador) y Santiago del Estero (Frente Cívico), los dos «partidos provinciales» creados durante el kirchnerismo. Que comparten la característica de incluir al Partido Justicialista en su interior.
En la provincia de Buenos Aires, fue clave para el triunfo de Cambiemos el aumento de la participación, que orilló el 80%. La mayoría de quienes concurrieron a votar en octubre y no lo habían hecho en agosto lo hizo por Bullrich-González, quienes sacaron 4 puntos de ventaja sobre la fórmula Kirchner-Taiana.
Cambiemos, que obtuvo 34% en las presidenciales de 2015 (primera vuelta) y 37% en las PASO de 2017, llegó ahora al 42%. Este crecimiento sostenido de la fuerza política oficialista proyecta consolidación y expectativas. Sus bloques legislativos, aunque no llegarán al ideal de la mayoría propia, superarán lo previsto. Los mercados encontrarán nuevas razones para la euforia.
Hasta aquí, lo que Cambiemos sumó. Que sorprendió aún a los propios. Pero también ostenta ahora otro nuevo pilar de gobernabilidad: un peronismo quebrado por tiempo indefinido. El movimiento, que ya estaba en crisis, camina ahora hacia un quiebre formal. Finalmente está sucediendo. Cristina no felicitó a Bullrich por su triunfo, y solo se ocupó de marcar la cancha al PJ. A su vez, la mayoría de los gobernadores peronistas se prepara para organizarse y enfrentar a la candidata peronista más votada. Esto se materializará en una ruptura del bloque peronista de senadores, y en la formación de dos espacios partidarios diferenciados.
Hay una lógica difícil de revertir. En provincias como San Juan, Entre Ríos o Tucumán, los gobernadores peronistas iniciaron su ciclo en 2015, al igual que Macri, y aspiran -como él- a quedarse por ocho años. Para ello, necesitan llevarse bien con la Casa Rosada. Cristina no los acompaña a ese lugar. Todo lo contrario. En muchos casos, ahora tienen un buen argumento para justificar la foto con Macri: «Sus electorados se lo piden». En Córdoba, Entre Ríos, Salta, Chaco y otras provincias gobernadas por peronistas, Cambiemos salió primero el domingo 22 de octubre.
Todo ello refuerza el escenario de un Macri hasta 2023. La elección dejó un peronismo dividido por la estrategia electoral y la relación con la Presidencia, más allá de sus afinidades sociológicas. Cambiemos superó sus propias expectativas y se convirtió en una fuerza nacional, derrotó finalmente a su gran adversaria bonaerense, y ahora asiste al quiebre de la oposición. Sin demasiado futurismo, podemos estar seguros de que 2018 será el año de Mauricio Macri.