El fundamento del “cuentapropismo” –esgrimido en la causa que investiga el espionaje ilegal del grupo de fisgones denominados “Súper Mario Bros” para revocar el procesamiento del ex jerarca de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas– determinó que sus hacedores, los camaristas Mariano Llorenz y Pablo Bertuzzi, obtuvieran el premio al bochorno judicial del año.
Quiso el destino que, apenas unos días después, saltara a la luz el video (registrado por la propia AFI macrista) de la reunión del 15 de junio de 2017 en una sede del Banco Provincia, donde el Reichsführer Marcelo Villegas –a cargo del Ministerio de Trabajo bonaerense– expresa su anhelo de tener “una Gestapo para terminar con los gremios”. Aquellas fueron sus palabras. Y las dijo ante reputados funcionarios provinciales, desarrolladores inmobiliarios y empresarios de la construcción. Pero también había tres cabecillas de la AFI: su jefe de Asuntos Jurídicos, Sebastián De Stefano; su jefe de Gabinete, Darío Biorsi (no es un nombre de cobertura), y su jefe de Contrainteligencia, Diego Dalmau Pereyra. Allí se planeó “engarronar” a sindicalistas, cosa que luego fue llevada a la práctica.
El hecho es que la difusión de esta alhaja documental fue el tiro de gracia al fallo de Llorenz y Bertuzzi. Y a la vez dejó al desnudo el armado del lawfare en el territorio que había estado gobernado por María Eugenia Vidal.
Aquel video –soslayado alevosamente por las señales noticiosas de los medios hegemónicos– fue exhibido una y otra vez por C5N.
Entre los televidentes se encontraba el ex subsecretario de Gobierno y Asuntos Municipales bonaerense, Alex Campbell (que ahora ocupa una banca en la Cámara Baja de La Plata). El tipo transpiraba copiosamente, atrapado en un súbito nerviosismo. Razones no le faltaban.
En este punto es necesario retroceder al 27 de octubre de 2017; es decir, cuatro meses y 12 días después del cónclave en la sede del Banco Provincia.
Durante el atardecer de aquel martes, el bueno de Alex –un funcionario muy querido por la señora Vidal– se reunía en La Plata con la recién electa senadora Felicitas Beccar Varela, famosa alguna vez por sus apariciones en el programa Jugate conmigo, de Cris Morena. Entre ambos flotaba la alegría, ya que él era su padrino político. De pronto recibió un mensaje por WhatsApp.
“Hola Alex, ¿cómo estás? –leyó en su smartphone–. Te molesto porque recién salgo de ver a Susana Martinengo (la coordinadora de Documentación Presidencial, con despacho junto al de Mauricio Macri) y hablamos de algunas cosas sobre las cuales me dijo que estaría bueno que las hable con vos. Si la semana que viene tenés un ratito, paso a verte. Abrazo”.
El remitente era nada menos que el esbirro de la AFI, Leandro Araque (uno de los “cuentapropistas” del grupo “Súper Mario Bros”).
De hecho, este mensaje en particular puso al descubierto su vínculo con la señora Martinengo, una pieza clave de tal estructura. Y por ello, a mediados de 2020, empezó a ser investigada por el juez de Lomas de Zamora, Federico Villena. Una causa que, gracias a la Cámara Federal porteña, ahora duerme el sueño de los justos. Pero retomemos el hilo de esta trama.
Primero se había probado que Martinengo mantuvo en la Casa Rosada unas 12 reuniones con los espías Araque, Leandro Melo y Jorge Sáez, donde recibía papers de interés para el “uno”, tal como solía referirse al presidente.
Luego hubo indicios de que la ubican en un sitio más trascendente que el de una simple mensajera. Hasta es señalada como hacedora del seguimiento al ex funcionario kirchnerista Roberto Baratta (detenido con posterioridad), de quien era vecino en el distrito de San Martín.
Lo cierto es que su directiva al agente Araque para hablar “de algunas cosas” con Campbell no solo dejó a la intemperie su rol ejecutivo en aspectos puntuales del espionaje ilegal sino que Campbell y ella ya tenían entre manos algunas epopeyas en común.
Fue el martes 31 de octubre cuando Araque le escribió a la secretaria de Campbell en referencia al encuentro con él solicitado cuatro días antes.
“¡Hola Erika! –fue su saludo, tratándola por su nombre de pila–. Estoy por llegar. Te aviso para cuando te llamen del ingreso, que estoy con Sáez”.
Su respuesta fue: “Ok. Anunciate vos igual al subsecretario de Gobierno y Asuntos Municipales Alex Campbell”.
Araque obedeció. Su ingreso con Sáez quedó debidamente asentado.
En virtud del profuso material incautado por el juez Villena en el celular de Araque –una extraordinaria cantera informativa– surge que su vínculo con Campbell fue extendiéndose en el tiempo. Y se conoce su propósito.
Resulta que a los jefes y ejecutores de esta simpática asociación ilícita enquistada en el Estado nacional y provincial los desvelaba –en este caso– la figura del Sumo Pontífice. Porque algún bromista les había hecho creer que el Papa Francisco trabajaba, desde las tinieblas vaticanas, en un armado político de corte populista con dirigentes del ámbito local.
Ya en 2018, otro espía orgánico, Leandro Matta, le mandó a Araque una voluminosa carpeta con información y seguimientos al ex intendente platense Pablo Bruera. Y anuncia: “Ahora voy por el obispo”. La respuesta fue: “Sos un groso, amigo. Ya le paso a Alex”.
El obispo era Jorge Lugones, titular de la diócesis de Lomas de Zamora. También era fisgoneado su hermano, Luis Lugones, un alto dirigente del PJ de La Plata. La proximidad de monseñor con el Papa y los frecuentes contactos de su hermano y él con Bruera no podían sino explicarse por el hecho de estar unidos en aquella presunta conspiración. En realidad los agentes no se habían tomado la molestia de averiguar el lazo familiar entre ellos: Bruera es sobrino de los Lugones. Simplemente eso.
Moraleja: lo más atroz del régimen macrista fue su estructura de chiste.
Pero el pobre Alex ahora suda la gota gorda.