La glorificación por parte del régimen macrista de la denominada «justicia por mano propia» es apenas un matiz de la agonía del Estado de derecho. Por eso no sorprende el cálido recibimiento que la ministra Patricia Bullrich brindó al médico Lino Villar Cataldo, declarado «no culpable» del asesinato de un joven que quiso robarle el auto el 26 de agosto de 2016.
Idéntica deferencia había tenido el año pasado con el carnicero Daniel Oyarzún, también declarado «no culpable» del asesinato de un joven que quiso asaltar su comercio el 13 de septiembre de 2016.
Lo cierto es que aquel sujeto será siempre recordado por una innovación metodológica en la materia que bien podría caratularse «embestida vehicular seguida de linchamiento». Porque tras atropellar a un ladronzuelo en fuga, su faena se vio completada con la súbita complicidad de un número impreciso de «vecinos» que descargaron una lluvia de puñetazos y patadas sobre la víctima, cuando éste, aplastado entre la trompa del auto y el poste de un semáforo, se desangraba con el cuerpo roto por dentro.
Lo del médico fue más tradicional. Simplemente vació el cargador de su pistola Bersa Thunder Pro calibre 9 milímetros sobre la víctima, en defensa de su amado Toyota Corolla, y sin que hubiera una amenaza de vida para él.
Entre ambos hechos sólo hubo 18 días de diferencia. Y los dos acusados resultaron absueltos en juicios por jurados.
¿Acaso el veredicto de jueces profesionales hubiese sido distinto?
Un notable indicio del asunto es la semejanza estratégica en los alegatos de los defensores de uno y otro, durante sus respectivos procesos orales.
Tanto es así que Ricardo Izquierdo (abogado del carnicero) ensayó con la mirada un travelling sobre el jurado (12 ciudadanos elegidos al azar), antes de soltar: «Jamás se olviden de que Oyarzún es uno de ustedes».
Y Diego Szpigiel (abogado del médico), también apelando al travelling sobre los integrantes del jurado, soltó: «Les pido que se pongan en el lugar de Lino (el uso del nombre de pila fue todo un detalle) e imaginen qué hubieran hecho ustedes en su situación».
Son argumentaciones que, en armonía con la doctrina Bullrich, apuntan hacia la identificación con el homicida, para construir de ese modo una suerte de «socialismo funerario». Su levadura: el gen criminal del ciudadano común.
Según las estadísticas judiciales, los casos de «legítima defensa» suman en la Capital y el Conurbano unas ocho muertes mensuales. Una cada 90 horas.
El ingeniero Horacio Santos fue pionero en el rubro. Durante el ya remoto 16 de junio de 1990 persiguió en auto por el barrio de Villa Devoto a dos rateros que habían hurtado su pasacasete, hasta liquidarlos con cinco precisos balazos. Cabe destacar que aún no era un tiempo signado por una gran tasa de delitos, pero en el imaginario social ya aleteaba el buitre de la inseguridad.
Desde entonces, el deporte del «gatillo fácil civil» se ha multiplicado con una brusca gradualidad, y con «vengadores» procedentes de todos los estratos. Desde remiseros hasta magistrados, como –por caso– el juez federal Claudio Bonadio, también conocido como «Doctor Glock», dado que con una pistola calibre 40 de dicha marca mató el 5 de octubre de 2001 por la espalda a dos asaltantes en una esquina de Villa Ballester.
En la actualidad, la «justicia por mano propia” posee un destacado papel en el marketing político del oficialismo. Aunque su falta de sutileza obnubila el lado oscuro de semejante ejercicio.
Porque la autoprotección armada es un hábito proclive a la mala praxis. Un gran ejemplo al respecto fue el dramático episodio vivido por el conductor radial Ángel Pedro Etchecopar. Le pudo pasar a cualquiera. Pero le tocó a ese hombre, el afamado «Baby». Y fue su popularidad, anudada a la amenazante incursión de tres malhechores en su residencia de San Isidro, lo que hizo de él un símbolo social, después de que con su hijo adolescente se defendiera a tiro limpio. Uno de los intrusos falleció por ocho balazos, el hijo recibió cuatro y Baby, tres. Entonces, la imprecisa mayoría silenciosa «se puso en su lugar». Y teorizó hasta el cansancio sobre las ventajas y complicaciones de iniciar en una pequeña habitación un tiroteo entre cinco personas armadas. Un debate que podría haberse liquidado con la siguiente pregunta: ¿acaso sería de su agrado sufrir un asalto en compañía del señor Etchecopar?
Aun así, tal polémica persiste. Y se renueva en estudios de televisión, sobremesas y sepelios. Porque andar «calzado» para evitar asaltos no parece ser un buen negocio, dada una dificultad de índole práctica: es casi imposible desenfundar, apuntar y disparar sobre alguien que lo tiene a uno encañonado. De hecho, el 77% de los homicidios en ocasión de robo se produce debido a la resistencia armada de la víctima. Una tendencia elocuente para una fuente inagotable de tragedias.
Ajena a tales circunstancias, el jueves pasado, al recibir al doctor Villar Cataldo en su búnker de la calle Gelly y Obes, la ministra Bullrich lo miró con expresión entre cariñosa y comprensiva, para decir: «No vivamos en el mundo del revés. Esta es nuestra filosofía y la vamos a defender». «