Uno de los rasgos de los “socialismos reales” que la humanidad conoció durante el Siglo XX era el de un profundo control cultural. El modelo de partido único, aplicado en la Rusia Soviética y en China, entre otros países, traía consigo un esquema cultural que no permitía las fisuras o “desviaciones” de los valores y las ideas del socialismo. Una hendija podía hacer temblar la estructura toda.

La Revolución Cultural de Mao Zedong, iniciada en 1966 contra sus adversarios del propio Partido Comunista Chino, convocó a los jóvenes a que se organizaron en la Guardia Roja. Se inició un proceso político marcado por la violencia, en el que se convocaba a abandonar las viejas costumbres chinas, abrazar el maoísmo, y lograr que Mao volviera al poder. En simultáneo, los adversarios del líder eran acusados de “infiltrados” contrarrevolucionarios. En 1969, luego de tres años de matanzas, y con el regreso de Mao al poder, él mismo declaró el fin de la Revolución Cultural. Buena parte de las víctimas del proceso habían sido los intelectuales y los artistas chinos; además de que se había producido una purificación de la estructura del Estado. Todo parecido con la realidad argentina actual no es pura coincidencia.

Durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia, Javier Milei visitó Chile en más de una ocasión. En una de las apariciones televisivas de sus visitas dijo que en el país trasandino habían descuidado la “batalla cultural educativa” y por eso se había producido el chilenazo, el estallido social que comenzó un grupo de jóvenes estudiantes al saltar los molinetes del metro de Santiago en octubre de 2019. Ese proceso desembocó en la convocatoria a una reforma constitucional, que sigue entre idas y vueltas, y en la llegada a la presidencia de Gabriel Boric, uno de los referentes del estallido.       

Esta semana, en su programa de streaming, Daniel Pairisini, alias el Gordo Dan, tuitero devenido en empresario de medios que responde al asesor Santiago Caputo, sostuvo que era fundamental que La Libertad Avanza desembarcara con un ejército de ocupación en las estructuras del Estado. Lo dijo luego de que se produjera la eyección de Diana Mondino de la Cancillería por el voto argentino en la ONU en contra del bloqueo criminal que Estados Unidos impone contra Cuba hace décadas. Las definiciones del Gordo Dan parecían más dirigidas a fortalecer la excusa que el gobierno se inventó para tapar su propia descoordinación: culpar a un supuesto “comunista infiltrado” del voto en la ONU. Lo cierto es que más que producto de los infiltrados es la consecuencia de un presidente que no se dedica a la gestión, que no está cerca de los temas de cada día.

Sin embargo, la vocación de la extrema derecha por construir una hegemonía cultural sin fisuras existe. Tiene que convivir con el alto nivel de improvisación del gobierno nacional.

Al mejor estilo Mao, Milei suele convocar a una “revolución cultural” que demuela los valores que hicieron grande a la Argentina, entre ellos a las universidades públicas, sobre las que el régimen ha desatado su última campaña de desprestigio. Nadie dice que las granjas de tuiteros libertarios sean comparables con la Guardia Roja de Mao. El paralelismo se ciñe solamente a la vocación y a la aparente convicción de que el neoliberalismo extremista que impulsa el gobierno tiene serios problemas para convivir con la pluralidad de ideas. Es el propio Milei quien lo transmite.          

¿Acaso es algo novedoso para el país? En lo más mínimo. Todas las dictaduras de derecha, pero en especial la última, tenían por objetivo purgar a la sociedad de ciertas formas de pensar el país y el mundo. Como concepción, Milei no trae nada nuevo, excepto en ciertos aspectos de la forma de comunicar y en haber entendido el lenguaje y la importancia de las redes sociales.