Este es un fragmento del libro autobiográfico Hasta ser Victoria, escrito por la legisladora porteña Victoria Montenegro. En estas líneas se describen los misteriosos caminos que encuentra la propia identidad para manifestarse, a pesar del terrorismo de Estado.
«El que hablaba en la televisión y por cadena nacional era el presidente Néstor Kirchner, a quien no había votado y a quien tengo que reconocerle que cada tanto, y a pesar de estar del otro lado, me confundía. Pero ese discurso me llegó de otra manera. Es increíble cómo funciona nuestro mecanismo de defensa, quizá si lo hubiera estado mirando habría estado más atenta y fortaleciendo todos los prejuicios que iban a hacer que ese fuera un discurso más de otro político. Pero no ocurrió así. Cada frase del poema de Joaquín Areta me parecía más hermosa que la anterior. ¿Cómo era posible que la subversión pudiera escribir cosas tan lindas? Creo que esa fue la primera gran fisura que tuvo ese enorme vidrio que me protegía de la verdad. Fue un piedrazo brutal hecho de frases entrañables y hermosas de seres que hasta ese instante había odiado. Entonces, ¿aun en la subversión había humanidad? Entonces, ¿esas personas sentían? Enseguida volví a subir la guardia. ‘Son todos subversivos’, punto final. Pero para María Sol, el ‘daño’ ya estaba hecho.»
«La primera vez que vi a mis tíos fue en el juzgado del juez Marquevich, en San Isidro. Estábamos con Guti en la oficina de Rosario, esperando. Rosario era la secretaria del juez, la única persona, a esa altura, con la que yo podía hablar, porque ya me había peleado con todo el resto del juzgado. Rosario fue especial, fue fundamental. Ella me iba contando lo que pasaba, pero nunca dejaba de hablarme como si todo fuera un trámite. Los chicos habían quedado con mi suegro. Herman sabía que me tocaba ir al juzgado. Yo le contaba todo. Le compartía cada cosa que iba pasando. Hasta ese momento mi papá había estado al frente de todo el proceso judicial, pero ahora me tocaba a mí.» «