El domingo pasado, Tiempo dio cuenta del regreso al país de Fabián Rodríguez Simón “Pepín”, el máximo operador judicial del régimen macrista, luego de permanecer prófugo en Uruguay durante tres años y medio a raíz de sus deudas con el Código Penal. Esa fue la noticia más destacada del 20 de noviembre.
Ese mismo día acudió a los tribunales federales de la avenida Comodoro Py, donde fue bendecido por la jueza María Servini con la eximición de prisión, antes de dirigirse con premura al Jockey Club Bistró, un restaurante del barrio de la Recoleta. Allí lo esperaba el vicepresidente de la Corte Suprema, Carlos Rosencrantz, a quien lo une una indisoluble amistad.
El abrazo entre ambos conmovió a los comensales.
Pues bien, quiso el destino que, apenas 15 días después, Rosenkrantz y los otros tres integrantes del máximo tribunal ratificaran el fallo de la Cámara de Casación que ordenaba la realización del juicio por el llamado Memorándum de Entendimiento con Irán, luego de que el Tribunal Oral Criminal 8 absolviera a los acusados; a saber: Cristina Fernández de Kirchner, Carlos Zannini, Oscar Parrilli y Juan Martín Mena.
Fue el tarascón más reciente del lawfare en Argentina.
Así se denomina la triple alianza con fines políticos espurios entre cierto sector de la prensa, los servicios de inteligencia y el Poder Judicial. Y en el caso criollo, su factótum no fue otro que Pepín.
Cabe destacar al respecto que el asunto del Memorandum fue su bautismo de fuego. Bien vale reconstruir algunos detalles de esta historia.
Su origen se remonta a 2013, luego de que canciller Héctor Timerman y su par iraní, Alí Akbar Salehi, firmaran un tratado por el cual el gobierno de los ayatolas se comprometía a que los sospechados por el atentado al edificio de la AMIA declararan en Teherán ante el juez argentino Rodolfo Canicoba Corral.
El acuerdo nunca se llevó a la práctica.
Pero, a partir del arribo de Mauricio Macri a la Casa Rosada, este asunto se convirtió en la excusa de una epopeya persecutoria, motorizada nada menos que por el juez federal Claudio Bonadío, en base a directivas de Pepín.
Aquel expediente fue un himno al desplome del estado de Derecho. Y el procesamiento de Timerman requirió, por su debilitada salud, una dosis extrema de crueldad. Prueba de eso fue que su prisión preventiva le impidió viajar a los Estados Unidos para continuar un tratamiento oncológico. Y su salud se agravó. Era como si pesara sobre él una pena de muerte no escrita. Y que, en un plano más que simbólico, trazaba la continuidad del martirio de su padre, el periodista Jacobo Timerman, secuestrado durante la última dictadura.
En este punto no está de más retroceder al ya remoto invierno de 2013, cuando el por entonces presidente de la DAIA, Julio Schlosser, se reunió con Timerman en la Cancillería para discutir el Memorándum.
El cónclave fue reconstruido por Timerman el 10 de febrero de 2018 en su piso frente a la Plaza Alemania, al recibir –ya convaleciente y con arresto domiciliario– al autor de esta nota; también estaba el dirigente de Familiares y Amigos de Víctimas de la AMIA, Sergio Burstein, y el periodista Juan José Salinas. Los detalles vertidos por él adquieren ahora una notable relevancia.
Schlosser había llegado al despacho de Timerman con su vice (y actual ministro de Seguridad de la CABA) Waldo Wolff y el secretario general Jorge Knoblovits. Al canciller lo secundaba el secretario de Culto, Guillermo Oliveri.
Los visitantes no creían que el acuerdo con Irán para interrogar allí a los presuntos responsables del atentado pudiera guiar la pesquisa hacia la verdad. También invocaron “impedimentos estratégicos” no debidamente aclarados. Y al respecto, Schlosser esgrimió un notable argumento: “Los muertos ya están muertos, Héctor. ¡Hay que pensar en los vivos!”.
Wolff, a su vez, permanecía mudo, con los ojos clavados en el suelo.
Knoblovits, abogado de profesión, iba levantando temperatura. Hasta que, de pronto, saltó de su asiento, al grito de:
–Si Canicoba Corral va a Irán y les dicta a los acusados la falta de mérito porque la prueba no alcanza, ¿de qué nos disfrazamos? ¡Eso sería inaceptable!
Schlosser entonces le ordenó con un parpadeo que se llamara a silencio. Wolff continuaba con los ojos clavados en el suelo.
¿Qué temía realmente Knoblovits? ¿Acaso no estaba convencido de la autoría iraní del atentado?
Tanto las circunstancias de esa reunión como el registro textual de los diálogos fueron confirmados por Oliveri.
A un lustro de semejante “sincericidio”, el doctor Knoblovits alcanzó la cima de la DAIA. Su entronización coincidió con la agonía de Timerman. El excanciller exhaló días después su último suspiro. Vueltas de un destino cincelado por los altos dignatarios del macrismo junto con esa dirigencia comunitaria.
Tanto es así que fueron ellos quienes lo querellaron en base a una trampa tendida por el expresidente de la AMIA, Guillermo Borger, al grabar de modo clandestino, en 2013, un diálogo telefónico con él, donde –en su condición de funcionario– se lo escucha decir: “¿Y con quién querés que negocie? ¿Con Suiza?”. Esa frase fue su pecado. Cabe destacar que era la primera vez desde la vuelta de la democracia que en los tribunales se convalidó, como prueba, el uso de una comunicación intervenida en forma ilegal.
Es raro que justamente Knoblovits no haya dicho nada al respecto, dado que él mismo supo padecer esta clase de canalladas en carne propia.
En enero de 1998 el noticiero de Canal 9 emitió imágenes filmadas con cámara oculta que mostraba a Knoblovits al coordinar con Ricardo Manselle, un testigo de la causa por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, el guion de un nuevo testimonio diametralmente opuesto al que ya había brindado, y que comprometía a Alfredo Yabrán.
“En tu nueva declaración vos tendrías que decir que fuiste presionado por la institución policial y la revista Noticias”, le indica Knoblovits, mientras engulle con apetito una medialuna. Y agrega: “Con una vez más que aparezcas en los medios cambiando tu testimonio no vas a tener problemas. Todos te van a creer. Yo soy un abogado de prestigio”.
Lo cierto es que Manselle salió otra vez en los medios, pero acusando a Knoblovits de ofrecerle 60 mil dólares para despegar del caso a Yabrán.
No menos cierto es que Knoblovits salió indemne del asunto. Si bien el juez que instruía el expediente por el asesinato del fotógrafo tomó por válidas esas imágenes, en 1999, la Justicia entendió que la denuncia contra el actual dirigente comunitario era falsa. El juez Daniel Turano sobreseyó a Knoblovits y dio a entender que fue el propio Manselle quien intentó poner en marcha una negociación para cambiar su declaración a cambio de dinero.
Sea como fuere, Knoblovits demostró con su asesoramiento ser un gran alquimista procesal.
En resumen, esta es una de las tantas brumas que opacan la legitimidad de la causa por el Memorándum con Irán.
Como si nada de eso hubiera sucedido, Knoblovits concluyó su segundo mandato en la DAIA sin que ninguna sombra cabalgara sobre su prestigio,
En paralelo, Pepín está otra vez entre nosotros. Y el lawfare sigue latiendo. «