El atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner desató una conmoción a nivel nacional cuyo alcance todavía sigue en pleno desarrollo. En el frente de Todos aseguran que «nada volverá a ser igual» a partir de esta inflexión política inesperada. Un importante dirigente del panperonismo confió a este diario que «la vida sigue, pero hay que ver cómo sigue». Sin embargo, ninguna de las fuentes consultadas pierde de vista que, más allá de la crisis, el panperonismo experimenta un proceso de unidad que nadie habría pronosticado hace dos meses, cuando Martín Guzmán renunció por las redes al Ministerio de Economía y profundizó la fragilidad económica del gobierno de Alberto Fernández.
En el conglomerado opositor creen que sólo se trata de una «corta primavera» que comenzará a diluirse en las próximas semanas ante un escenario económico que empeorará. La lectura busca dejar de lado el recrudecimiento de la interna opositora. Desde que Guzmán renunció, los principales dirigentes de JxC opinan (con el expresidente Mauricio Macri a la cabeza) que las chances de volver al poder en 2023 se han multiplicado. Pero esas expectativas no unificaron a los socios opositores. Se incrementaron los codazos internos ante la coyuntura, y la ausencia de un liderazgo unificador quedó más en evidencia que antes. Esas falencias, que no han podido mantenerse en la intimidad de la coalición, no se ordenaron desde que la esquina de Juncal y Uruguay se tranformó en un nuevo e impensado escenario para la política nacional. Por el contrario, comenzaron a dispararse desde la madrugada del último sábado de agosto, apenas el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta decidió instalar un vallado metálico alrededor del edificio donde vive la titular del Senado.
Han transcurrido ocho días de los incidentes que transformaron la decisión del alcalde en un búmeran para su administración. El vallado no duró un día, porque la militancia que se acercó a solidarizarse con CFK lo derribó. La pulseada callejera con la Policía de la Ciudad desnudó que la fuerza que conduce el ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, cuenta con un aceitado mecanismo de individualización de militantes y dirigentes políticos para detenerlos en caso de ser necesario. Fue vivido en carne propia por quienes fueron detenidos sin motivo alguno y también por el diputado nacional Máximo Kirchner. La violencia de esa jornada puso a prueba la relación de Rodríguez Larreta con el resto de sus socios dentro del PRO y en JxC. Los dardos más dolorosos los recibió de parte de la titular del PRO, Patricia Bullrich, que lo trató de «debilucho» por las redes y en distintas entrevistas aseguró que estaba en desacuerdo con la decisión larretista de no reponer el vallado.
Las expresiones de la exministra de Seguridad tocaron la zona más sensible del alcalde. Así comenzó una guerra que no pudo ser solapada y que no ha encontrado cause, ni siquiera luego del atentado contra CFK, que se registró el jueves a las 21.10, en la misma zona que la policía porteña quería controlar con mano de hierro.
Desde el lunes pasado Rodríguez Larreta piensa en contestarle, pero eligió movilizar a sus ministros. Acusaron a Bullrich de ser «funcional al kirchnerismo» y el alcalde se guardó las críticas para decírselas en privado en el almuerzo que compartieron esta semana en el barrio de Puerto Madero con Mauricio Macri. Se filtraron cruces y discusiones, pero según pudo reconstruir Tiempo, la pelea escaló más lejos. Los dirigentes del PRO porteño, con Larreta a la cabeza, no sólo le pidieron a Bullrich que se calle sino que además debería dejar la presidencia del macrismo a nivel nacional porque su figura no los representaba.
La advertencia contra Bullrich sigue en pie y es uno de los puntos que más incomoda a Macri, ahora concentrado en mantener la expectativa de pelear por un segundo mandato presidencial y jugar esa carta luego del verano que viene. El fundador del PRO le sigue achacando a su exministra que no afloja su virulencia y tampoco negocia. Macri sabe que ella se le va a cruzar en el camino si sigue adelante con su ambición de pelear un segundo tiempo en 2023. Lo demostró con el vallado contra Cristina, porque quería que siguiera en pie y lo volvió a hacer este viernes, luego del atentado contra la vicepresidenta.
La jefa del PRO es la única dirigenta nacional de JxC que no condenó el intento de magnicidio. Quedó al mismo nivel que la legisladora santafesina Amalia Granata, que opinó que estaba todo armado y afrontó una ola de repudios que derivaron en un pedido de destituirla. Bullrich también quedó pegada al silencio de los diputados de ultraderecha, Javier Milei y Victoria Villarroel, que tampoco condenaron los ataques. El economista lo hizo a medias este sábado en la sesión especial de la Cámara de Diputados (ver página 5), pero visiblemente nervioso luego de afrontar críticas de todo el arco político por no decir una palabra.
Así como Macri no quiere quedar pegado con los ataques de su exministra contra Larreta, tampoco tiene intención de avalar su indiferencia con el intento de asesinato a la vicepresidenta. Por eso dudó poco tiempo en repudiar el hecho y esperó que Bullrich hiciera lo mismo. La dirigenta sigue sin morigerar su virulencia y desde ya se transformó en un nuevo problema dentro del PRO, que este sábado tuvo que afrontar duras discusiones dentro de JxC ante la decisión de sus integrantes de no bajar al recinto y formular una declaración paralela al repudio acordado.
La dirigenta que más furiosa está con los sobregiros de Bullrich es Elisa Carrió. Antes de la crisis por el vallado recordó que había sido espiada por la policía cuando «Pato» estaba al frente de Seguridad. Luego del intento de mangnicidio no volvió a hablar, salvo para decir que «el camino es la no violencia». Carrió respalda a Rodríguez Larreta y considera que la impericia de Bullrich es sospechosa en un momento como este. Lo mismo piensa Macri, mientras el alcalde porteño transita otro examen difícil.
La crisis de Recoleta dejó expuestos a colaboradores muy cercanos, como su jefe de Gabinete, Felipe Miguel y al propio D’Alessandro. Sobre ellos podría disparar verbalmente Bullrich si la siguen acorralando, aunque quienes hablan con el alcalde reconocen que hace tiempo que no lo veían tan enojado. Sus detractores estiman que es un síntoma del mal momento que atraviesa, acorralado entre los «halcones», que buscan capitalizar sus titubeos, y elegido por CFK como un nuevo adversario. Lo subió al ring side mientras Bullrich no deja de pegarle. Macri observa expectante cómo crece la centralidad de CFK y se prepara para antagonizar con ella, aunque eso implique terminar de postergar las ambiciones de los dos competidores que tiene dentro del PRO. Ambos no soportan que los siga tratando como su jefe, pero el magnate no le oculta a nadie que los dos están en ese lugar gracias a él. «