En uno de los pasajes de su libro Los orígenes del Totalitarismo, la filósofa alemana Hannah Arendt hace una reflexión sobre el desarrollo del antisemitismo y marca una diferencia sobre su despliegue en el ámbito político y en el social. Lo plantea como una paradoja: «El antisemitismo político se desarrolló porque los judíos eran un cuerpo separado, mientras que la discriminación social surgió a consecuencia de la creciente igualdad de los judíos respecto de los demás grupos».
En la Argentina hace varios años, pero en especial desde el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales del 2015, hay un creciente discurso que transforma en el chivo expiatorio, el culpable de los todos los males, al kirchnerismo como expresión política y a Cristina Fernández como su figura central.
El lawfare tiene una búsqueda de proscripción, pero también de aniquilación. Su objetivo es confirmar a través del Poder Judicial la maquinaria de odio que antes se despliega desde los medios del establishment. Este es el punto de contacto entre el aparato de propaganda antikirchnerista y el que desplegaba contra los judíos de Europa la maquinaria nazi. Los judíos eran los responsables de todos los males que pudieran existir.
Durante la pandemia, los medios explicaban las restricciones en otros países y sus consecuencias económicas y sociales como producto del virus que asoló a la humanidad durante 24 meses. Cuando mostraban la caída de 10 puntos del PBI en Inglaterra, la responsabilidad era de la pandemia. Sin embargo, al momento de describir la misma situación en la Argentina la culpa era del gobierno de Alberto y Cristina.
No es posible desligar la pandemia del fortalecimiento de las agrupaciones neonazis, como Revolución Federal, en la que participaban Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, autores materiales del intento de asesinato de CFK. Estos grupos tienen carnadura en sectores de clase media baja, pequeños emprendedores, como ocurrió en la Alemania del ascenso de los nazis al poder. Los comerciantes judíos, señalados como los culpables de los problemas económicos luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial, son los «planeros» en la Argentina del siglo XXI. Viviana Canosa en su programa de televisión llegó a decir iba a «tener que trabajar más» porque «hay mucha gente que mantener». Lo dijo luego de que se anunciara un aumento de la Asignación Universal por Hijo.
El pequeño comerciante, el dueño de un taxi, que hace propio el discurso de Canosa y del poder económico, se considera a sí mismo un emprendedor esquilmado por el Estado para mantener a los planeros. Se identifica con el empresario fugador de dólares que «no tiene otra opción que evadir impuestos», como dijo el propio Mauricio Macri. Se siente lejos del trabajador asalariado que cobra el modesto Potenciar para garantizarle un mínimo piso de ingresos. Como escribió Arendt, «el odio social crecía a medida que los judíos conseguían igualdad de condiciones frente a los demás grupos».
Sabag Montiel y su novia Brenda viven obsesionados con ser «diferentes» a los morochos planeros. Pueden ser reconocidos por el discurso que baja desde el poder. No son planeros, venden copos de azúcar, aportan a la sociedad. Si además asesinaban a la figura que encarna la suma de todos los males tendrían garantizado su lugar en el universo privilegiado.
El aparato de propaganda anti K hizo su aporte responsabilizando de todos esos males a Cristina, también a Alberto. Puso la semilla del extremismo y de la posibilidad del regreso de la violencia política, de la que la Argentina se salvó –quizás– «por Dios y por la Virgen», como dijo CFK.