«El Testigo Inglés. Luces y sombras del Buenos Aires Herald» (Paidós) no es sólo la historia de un diario. Es, también, la historia de un país y de sus medios de comunicación.

La obra escrita por el periodista Sebastián Lacunza, quien fue el último director del periódico, es un documento necesario y fundamental para conocer el devenir de Argentina y los vaivenes de quienes la han vivido, contado y analizado.

Nos recuerda, una vez más, que la polarización política no es un invento nuevo, si acaso aquí sólo adoptó el nombre de «la grieta» y se convirtió en un gran negocio para comunicadores que se alternan el oficialismo o la oposición, según quien gobierne.

Todos los medios deberían tener un registro detallado de su historia como el que Lacunza plasma en estas páginas a partir de datos, entrevistas y todo tipo de fuentes. Sin especulación, algo tristemente excepcional en el periodismo actual. A lo largo de más de 600 páginas, el autor vuelve a imponer el sello que caracteriza su trabajo periodístico: la seriedad y el equilibrio.

Porque Lacunza suele evitar las lecturas planas y unidimensionales. En este caso, lo logra al contarnos el Herald y las complejas biografías de sus directores. No sucumbe a la nostalgia ni a los relatos épicos. Tampoco teme mostrar las contradicciones, las críticas, ni cuestionar los mitos. Rompe eslóganes que suelen ser muy románticos, pero inexactos.

En un momento en el que impera la manipulación mediática que pretende imponer realidades en blanco y negro, reforzar prejuicios y apelar a la indignación, se agradece el permanente esfuerzo de Lacunza para señalar los matices. No siempre es fácil, pero lo logra porque, sin importar los cargos que ocupe, nunca ha dejado de ser fundamentalmente un periodista. Un laburante de los medios que no grita, no acusa, no insulta, no indigna. Sólo investiga, pregunta, cuestiona.

Quienes no estábamos al tanto, descubrimos, por ejemplo, que el Herald no fue solamente «el diario que denunció a la dictadura», «el diario de los derechos humanos», sino un medio que apoyó golpes de Estado, que seguía llamando terroristas a las víctimas y que apoyaba la teoría de los dos demonios.

Estas contradicciones son apenas un marco que no opaca en absoluto el admirable papel que, bajo la dirección de Robert Cox, el diario desempeñó en la lucha de los derechos humanos al apoyar a Madres y Abuelas y al denunciar las desapariciones en soledad.

La revisión de esos dolorosos años me hizo pensar inevitablemente en México, mi país que hoy sangra sin parar y que ya acumula a casi 100 mil desaparecidos. Por suerte tenemos varios Herald, medios en su mayoría nuevos e independientes con periodistas excepcionales, especialmente mujeres, que a diario nos cuentan el horror que padecen las víctimas, los familiares y la sociedad entera. Porque si algo aprendimos de Argentina fue a luchar para que nuestra tragedia no quede en el olvido, ni en el silencio.

El libro también demuestra que la prensa tradicional argentina sigue marcada por la doble vara y la hipocresía. Así como silenciaron secuestros (incluso los de sus colegas, como Jacobo Timerman), torturas, desapariciones, asesinatos y robo de niños y minimizaron la cobertura de los juicios contra las Juntas, hoy desacreditan todo lo que no tenga que ver con sus propios intereses empresariales, económicos e ideológicos, así sea una protesta, un discurso, una denuncia, un fallo judicial. Ese papel vergonzoso les ha costado la pérdida de lectores y prestigio.

Foto: Télam

La diferencia, acaso, es que ahora las mentiras son mucho más visibles. Y cada vez es más evidente que la prensa es un poder que se victimiza mucho y se fiscaliza y transparenta poco.

En la parte final del libro, el autor cita el editorial «No cuenten con el Herald» con el que respondió cuando acusaban al diario de ser kirchnerista: «Es tiempo de obediencia debida. Quienes pasan revista para comprobar lealtades aspiran a un seguimiento acrítico de cuanta versión resulte útil para perjudicar al adversario. No esperen que el diario que dirijo abandone el periodismo». Siempre cumplió.

Hay colegas a los que les encanta repetir que el periodismo ha muerto. Se equivocan. «El Testigo Inglés» es la prueba de que nuestro querido y maltratado oficio se mantiene vivo, en resistencia.

Seguimos.