Las dinámicas políticas argentinas ahora orbitan alrededor de Alberto Fernández y sus declaraciones. Los dichos del candidato virtualmente electo ya tienen más peso sobre las expectativas económicas y sociales que las mismas acciones del presidente en ejercicio, Mauricio Macri. Sus definiciones sobre las LELIQ, el precio del dólar, la relación con el FMI y la deuda por vencer han sido, en gran medida, los parámetros que ajustaron los precios del mercado.
Para anticipar los primeros pasos de lo que muy probablemente será un gobierno fernandista hay que escuchar lo que prenuncia Alberto Fernández en público. Su compañera de fórmula, Cristina, se abstiene de hablar en un inequívoco gesto de respaldo. Recientemente, en un espacio lleno de connotaciones –el seminario «Democracia y Desarrollo» organizado por Clarín– Alberto Fernández dijo bastante. Aun cuando venía de una expresa política de decir poco, para no generar superposiciones con la palabra que aún debe valer, que es la del presidente en ejercicio. Allí, Alberto descartó el default y subrayó que no habría quita nominal en una eventual renegociación. Habló también de acuerdos para combatir la inflación, y se posicionó como un moderado en el marco de una situación financiera delicada. Y lo hizo en una convocatoria hecha por Clarín, en la que reconoció haber tenido un encuentro reciente con su titular, Héctor Magnetto, el archienemigo del kirchnerismo. Nada menos.
Seguramente, en una unidad básica el discurso del presidenciable hubiera sido distinto. Pero para el mundo financiero, vale el pronunciado en el Seminario Clarín. Mientras tanto, los referentes en materia económica y candidatos a ocupar cargos relevantes en una gestión fernandista (Guillermo Nielsen, Emmanuel Álvarez Agis, Cecilia Todesca, Martín Redrado) dan más precisiones. Más cautamente ante la prensa, y más abiertamente en encuentros dirigidos a empresarios. Recientemente, en uno de estos encuentros, el economista Guillermo Nielsen –quien fue candidato massista en la Ciudad de Buenos Aires en 2015 gracias a su vínculo con Alberto Fernández, por entonces próximo al Frente Renovador– dio algunas ideas acerca de lo que podría ser un tratamiento de la deuda en la primera etapa. Sostuvo que los únicos interrogantes giran alrededor de la capacidad de pago de la Argentina y no de su voluntad, a la que describió como «total». En ese sentido, están siguiendo de cerca las reservas de libre disponibilidad y las LELIQ («la principal bomba de tiempo que nos dejan»). Sobre un escenario de renegociación, sostuvo que el horizonte sería un cambio de bono por bono y no una quita. Agregó que apenas asuma Alberto Fernández, funcionarios del área económica del nuevo gobierno organizarán un viaje a Estados Unidos para transmitir esa idea al gobierno de Trump y los bancos tenedores de bonos.
La apuesta económica general del gobierno fernandista, una vez equilibrada y estabilizada la macro y despejadas las dudas sobre la deuda, tendría dos ejes: Vaca Muerta (con el objetivo final de convertir a la Argentina en un exportador energético), y un plan de competitividad que incluiría reformas impositivas y otras facilidades para la producción y la generación de empleo. En ese marco, Nielsen acota que Alberto Fernández no discrepa con la política de acuerdos comerciales y acceso a la OCDE que impulsó Cambiemos, aunque sabemos que el justicialismo será más partidario de mirar la letra chica de los acuerdos y no afectar los intereses de los empresarios nacionales. Hoy, de todos modos, la sombra que se cierne sobre el acuerdo Mercosur-UE son las tensiones políticas que genera el gobierno de Bolsonaro con los países europeos (ahora están los incendios en el Amazonas en primer plano, pero no es lo único que genera ruido).
Todas estas señales, incluidos sus protagonistas, son enviadas en el marco de un delicado momento financiero. Señales que incluyen a sus interlocutores, que son bien vistos en el mundo de los bancos y los acreedores. Y pintan al fernandismo como una opción racional frente a los desafíos que le tocarán. Sin dudas, un gobierno de Alberto Fernández asumirá en un contexto de severas restricciones presupuestarias; de hecho, su campaña fue inusualmente mesurada a la hora de las promesas.
No obstante, antes que a las urgencias del mercado y la macroeconomía deberá prestar especial atención a la urgencia social. La devaluación del peso del 12 de agosto y su posterior impacto en los precios se trasladará rápidamente a los números de desempleo y la pobreza. Algunos imaginan un desempleo de 14% y una pobreza que se acerca al 40% para fines de año: números dramáticos que hablan de dolor y sufrimiento social.
Ahí es donde una administración fernandista deberá actuar en forma inmediata. El 47% que obtuvo en las PASO tuvo el mandato de poner fin al ajuste, y eso seguramente estará acompañado de intervenciones rápidas en la canasta básica y tarifaria, y en medidas de reactivación. Daniel Arroyo, asesor de Alberto Fernández en desarrollo social y con buen vínculo con los movimientos sociales, habla de un paquete medidas para la generación de empleo a través de programas de transferencia directa.
Esta necesidad de focalizar la agenda inicial en ambos grandes ejes –sociolaboral y económico-financiero– en forma simultánea, políticamente podría adquirir la forma de dos equipos. Uno más tecnocrático, poblado de economistas bien vistos por los bancos y las empresas, y otro más político, con presencia de dirigentes de alta popularidad y más cercanos a las demandas de los votantes del Frente de Todos. Podemos suponer que en este segundo equipo la incidencia de Cristina será mayor. «