Al establishment el juego que más le gusta es el sale o sale. El gran sueño de la derecha argentina de los últimos cuatro años tenía dos facetas. Una: marginar al kirchnerismo como expresión política. Dos: que la competencia electoral fuera entre Cambiemos y lo que a los medios les gustaba definir como “peronismo racional”.
Era una competencia electoral que no implicaba debate entre dos visiones del país. Que garantizara la continuidad del proyecto más conservador del capitalismo argentino más allá de quién ganara. Sale o sale, como el Quini.
Una democracia sin alternativas, con los políticos peleándose por el poder del gobierno para hacer lo mismo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Perú. El expresidente Alan García, que tuvo un trágico final pegándose un tiro en la sien, la segunda vez que fue mandatario, de 2006 a 2011, ya no era el joven que en su mandato anterior, 1985 a 1990, dejó de pagar la deuda externa para tratar de reconducir el dinero de los intereses en beneficio de las mayorías postergadas por siglos. Ese primer mandato lo terminó en medio del caos provocado por múltiples factores, que incluyeron el golpe de mercado. La segunda vez, Alan se paraba al lado del presidente de Estados Unidos en la Casa Blanca y hablaba en inglés frente a los periodistas. “We are friends”. Y no se refería a la extraordinaria comedia protagonizada por Jennifer Aniston.
Este breve viaje a la tierra de los incas es para poner un ejemplo del sueño de la derecha argentina: que cambien los presidentes pero no el modelo. Sale o sale.
El kirchnerismo (centralmente CFK) sobrevivió al bombardeo nuclear que descargaron los medios y un sector del Poder Judicial sobre su figura. Y el proyecto de un bipartidismo en el que ambos competidores defiendan la misma visión del capitalismo argentino fracasó. Entonces el sale o sale radica en la Justicia, reposa en la Corte Suprema. Alguien podrá decir que Mauricio Macri también recibió algún fallo adverso del Máximo Tribunal. Ocurrió por ejemplo con el primer tarifazo que la Corte obligó a escalonar. No hubo mucho más que eso.
¿Por qué resulta tan importante lo que ocurra con los jueces Bruglia, Bertuzzi y Catelli? Por lo que significa este caso. El trío ni siquiera accedió a presentarse ante el Senado para intentar que se confirmen los traslados hechos a dedo por Macri.
La idea básica de la república con división de poderes es que estos poderes, Ejecutivo, Legislativo, Judicial, se controlan entre sí. No es que el Poder Judicial controla al resto y a él no lo controla nadie. Si no, sería una dictadura de los jueces que no tienen que pasar por ningún tipo de escaneo. La presión sobre la Corte, en el caso del macrismo, es para cuidar el campo minado que dejaron en la Justicia federal, para perseguir adversarios y para proteger a los propios. El establishment mediático busca otra cosa. Dejar claro que la Corte tendrá la última palabra sobre cualquier decisión que se tome y política que se impulse. Y que se pronunciará en favor de sus intereses. Es el nuevo sale o sale: si gana el candidato que ellos impulsan, gobiernan con el Ejecutivo; y se pierde, gobiernan con el Judicial. Como decía Robert De Niro en la película Casino: “Al final siempre nos quedamos con todo”. En los próximos días se verá hasta qué punto es así.