Sergio Massa jamás hubiera llegado a superministro de Economía sin el impulso de Cristina Fernández y Máximo Kirchner. Quien se resistía a su desembarco en el Gabinete era Alberto Fernández. El presidente había hecho una gran apuesta con la designación de Martín Guzmán.
El resultado que dejó el acuerdo con el FMI y la inestabilidad macroeconómica constante empujaron la renuncia del joven discípulo de Joseph Stiglitz. Alberto aceptó la llegada de Massa en medio de una nueva corrida contra el peso que amenazaba con una crisis política más voluminosa que la simple renuncia de Guzmán.
Cuando un político ocupa un lugar de tanta centralidad, como asumir una cartera económica recargada, está construyendo una posible plataforma para la candidatura presidencial. Entre otras cosa por eso Alberto no quería el desembarco de Massa. Tenía la expectativa de pelear su reelección y el tigrense se transformaba en uno de sus rivales.
La vicepresidenta tiró a rodar la posible candidatura de Massa en diversas reuniones durante los últimos meses. Lo hizo con sindicalistas, gobernadores, dirigentes de otros ámbitos. Era una forma de mostrar la carta y tantear las respuestas.
Las fotos del frenesí de los últimos días provoca que no se vea la película de los últimos 10 meses, desde la llegada de Massa al Gabinete. No es una candidatura construida en 48 horas y contó con el impulso de CFK, en una negociación con el poder territorial peronista.
Las últimas dos semanas tuvo lugar la negociación final al estilo murguero del peronismo. Por momentos crea la sensación de que todo vuela por aire y en algún momento alguien chifla y las cosas se acomodan.
La idea de que la candidatura de Massa es una “derrota” de Cristina es una fantasía que construye el sector del periodismo que tiene una obsesión psiquiátrica con atacar a la vicepresidenta.
El enigma: qué hará Massa si gana la elección. A un presidente no se lo termina de conocer hasta que asume.
En el camino hasta la Rosada el tigrense debería ser capaz de seducir a los votantes de Cristina, que es la mayoría del voto del peronismo en el siglo XXI. Y que ese respaldo no sea sólo en función del «mal menor».
La política argentina actual no tiene minorías intensas y mayorías volátiles. Es al revés. Hay mayorías intensas y minorías blandas. Por eso Patricia Bullrich puede ganar la interna de Juntos por el Cambio.
Massa debería intentar conquistar a la mayoría intensa que quería votar por Cristina. Luego puede ampliar a ese 10 o 15 por ciento que votó por CFK en 2011, por Mauricio Macri en 2015, y por Alberto en 2019. Ese votante existe, claro que sí, pero no expresa a las grandes mayorías como a veces se suele creer.
En el desafío de representar a las multitudes intensas del voto peronista se puede construir la hoja de ruta -sabiendo que gobernar es un arte difícil de planificar- de un futuro gobierno. La campaña electoral es el momento para pactar el programa y comprometerlo con los votantes. A lo mejor en los próximos días comienza por fin a disiparse el enigma. «