El brillante escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió en su libro Días y noches de amor y de guerra: «El poder es como el violín, se toma por izquierda y se toca con la derecha”. La frase tiene condensación conceptual y poética, pero eso no la transforma en una regla de oro.
Analizar la política–y el peronismo en especial– con un exceso de carga ideológica puede llevar a errores en la descripción. Sergio Massa asumirá el martes un Ministerio de Economía súper poderoso, al viejo estilo. Massa viene del ala más conservadora del peronismo. Algunos antecedentes: su antichavismo acérrimo; sus fotos con el expresidente de Colombia, el derechista Álvaro Uribe, durante la campaña de 2015; su relación con el exalcalde de Nueva York, el republicano Rudolph Giuliani, creador de la doctrina «tolerancia cero» frente a los delitos comunes; su vínculo entrañable con el Departamento de Estado, que en parte explica las posiciones que antes se mencionó.
Massa también fue uno de los impulsores de la «ley del arrepentido» en 2016. La norma fue una pieza clave del lawfare. Funcionó como soporte legal para extorsionar a los detenidos y direccionar las denuncias detrás de los objetivos políticos que tenía el gobierno de Mauricio Macri.
No es que Massa haya impulsado la ley con esa intención, pero muestra su permeabilidad a un esquema legal parido en EE UU y que en Brasil también sirvió para la persecución política y encarcelar al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Massa quiere ser presidente. Asume Economía en un contexto de crisis financiera casi terminal y juega su gran apuesta para anotarse entre los candidatos del FdT en 2023; incluso con la posibilidad cierta de que su postulación termine siendo la única de la coalición. Es un político que tiene más recorrido accediendo al poder ganando elecciones que como funcionario. No es un dato menor. Luego de su paso por Anses durante el gobierno de Néstor Kirchner desembarcó en Tigre. Su gestión como intendente le valió la reelección y haber luego podido dejar un delfín.
Su recorrido a partir del 2013, alejado del kirchnerismo, es conocido. Ese año ganó la elección de medio término en la provincia de Buenos Aires proponiéndose como una suerte de post kirchnerista, es decir, una síntesis superadora. Luego de este cénit su estrella comenzó a perder intensidad. Su caudal electoral fue descendiendo. En el 2017 se alió con Margarita Stolbizer y sacó el 12% de los votos en territorio bonaerense. Esa elección, en la que Cristina cosechó 36% pero igual perdió frente al macrismo en el bastión peronista más poblado, fue la que puso la semilla del FdT. Todos–valga la redundancia–llegaron a la conclusión de que sin reunificación no había posibilidad de derrotar a Macri.
Un político que se forja en el terreno electoral y en la gestión alcanzada por el voto popular tiene una gran gimnasia de pragmatismo, aplicar lo que se considere más eficaz para resolver un problema determinado en un momento determinado. Sin desconocer los posicionamientos de Massa, que lo ubican en la colectora derecha de esa Avenida 9 de julio que es el peronismo, sería un error encuadrarlo de manera rígida y dogmática.
Boris Johnson, que no es el Che Guevara, impulsó el impuesto a la renta extraordinaria en Inglaterra. El neoliberal Emmanuel Macron nacionalizó el porcentaje privado de EDF, la principal empresa eléctrica de Francia. Le pesó más el nacionalismo francés, que apuesta a depender lo menos posible del petróleo ruso en el contexto de la guerra, que el manual ideológico en el que la iniciativa privada, supuestamente, es el gran motor de la generación de riqueza. Pragmatismo.
Massa quiere ser presidente. Con esa meta no puede transformarse en el impulsor de un gran ajuste liso y llano. En democracia llega a la presidencia quien tiene el apoyo popular. No sirven los aplausos del sistema financiero y la embajada americana. ¿Se puede construir un voto mayoritario con propuestas conservadoras? Por supuesto que sí. La derecha gana elecciones. El actual contexto hace muy difícil ese camino desde la gestión. La oposición puede darse el lujo de construir su campaña mezclando elementos incompatibles. Puede, al estilo de Javier Milei, sostener que si se pone una bomba nuclear a la estructura del Estado todo se arreglará de modo mágico. Desde el Ejecutivo, la única campaña posible son los resultados de gestión.
El trampolín para ser candidato del oficialismo en 2023 con chances de ganar es bajar la inflación y cambiar la tendencia de que los ingresos pierdan frente a los precios. No hay otro «éxito» para mostrar que pueda tener impacto electoral. Desde el 2018, la Argentina tiene índices de inflación superiores al 50%, con la excepción del 2020. Quien logre cambiar la tendencia puede soñar con la Rosada. Porque para el macrismo no será fácil esgrimir como consigna que bajará la inflación. Macri, antes de llegar al gobierno, con la soberbia que lo caracteriza, decía que la inflación era un problema que se resolvía en cinco minutos y finalmente lo que hizo fue duplicarla.
¿Cuánto pesarán algunas de las ideas ya conocidas de Massa y cuánto su ambición por conseguir el voto popular? Ese es el enigma. «