Jefes y Jefas de Estado y de Gobierno de Iberoamérica, Representantes de los Estados Miembros, Queridos amigos y amigas: “Hacia una Iberoamérica justa y sostenible”. Ese es el objetivo que hoy nos convoca. Siendo América Latina el continente más desigual del mundo, semejante propósito asoma ante nosotros como un desafío muy difícil. 

Si advertimos además que lo justo y sostenible que buscamos debe ser alcanzado en un tiempo en el que la humanidad aún se repone de los efectos de una pandemia, en el que el mundo central se enreda en una guerra inexplicable que altera la economía global, en el que crujen los cimientos del sistema financiero internacional y en el que el clima observa cambios que anegan o secan territorios vitales para la humanidad, entonces la dimensión del objetivo se vuelve gigantesca.  

No vengo a sembrar desánimo entre nosotros. En todo caso destaco el escenario que enfrentamos reclamando el coraje y la convicción transformadora que hace falta para que “lo justo y sostenible” en Iberoamérica sea una realidad y no sea solo parte de la retórica discursiva de este encuentro.   

La globalización está en crisis. Asistimos a una revisión de las lógicas que le dieron vida. Ahora sabemos que aquella “Gran Aldea” nunca nació y que solo se construyeron “barrios centrales” que concentran los recursos financieros del mundo y “barrios marginales” que en el sur del mundo hacen ingentes esfuerzos en la búsqueda de un desarrollo que nunca parece llegar. 

La globalización otra vez se muestra frágil. El capitalismo financiero hace temblar la economía cuando otra de sus burbujas cargadas de especulación explota inesperadamente. El mundo central que pasivamente deja inflar esas burbujas, corre en socorro del “sistema” ante la explosión para que el efecto dominó que ya vivimos hace quince años no vuelva a asomar. A esta altura de los acontecimientos, con tanta concentración, con tanto juego especulativo, ya deberíamos entender que al sistema financiero actual no hay que socorrerlo más. Debemos cambiarlo drásticamente.

La globalización expresa también un tiempo de revisión en su faz comercial. La clara irrupción de China en el mercado mundial ha generado dos efectos contundentes. El primero, es una relocalización de las industrias en sus lugares de origen. La búsqueda de mano de obra barata solo deparó demandas y crisis sociales. El segundo, es el fortalecimiento de los bloques regionales. Las naciones, unidas en bloques, han logrado potenciar sus recursos y generar un mejor marco de desarrollo social.

Nuestra América, en los años en los que Donald Trump gobernó en los Estados Unidos, sufrió un proceso de desintegración regional tremendo. La UNASUR fue desvaneciéndose a medida que sus miembros se desvinculaban cumpliendo mandatos impuestos por aquel gobierno republicano. Hasta la OEA quedó al servicio de ese objetivo desintegrador convalidando un golpe de Estado en Bolivia.

Si queremos una Iberoamérica justa y sostenible, el primer paso que debemos dar es restablecer la unidad. Una unidad que no permita que se prolonguen bloqueos económicos que afectan a pueblos de la región. Una unidad necesaria para preservar intereses comunes en la que debemos respetar la diversidad ideológica en democracias fuertes donde los derechos humanos sean respetados. 

En un tiempo tan difícil como el que atravesamos, signado por un descontento social en el que encuentran eco los discursos del odio que castigan las democracias, estamos moralmente obligados a unir esfuerzos. Somos todos pasajeros de un mismo barco. Tenemos pues un destino común que nos convoca. “Nadie se salva solo”, nos diría Francisco. 

La unidad de la región es una necesidad política. Una condición necesaria para alcanzar nuestros sueños. La justicia social es un imperativo ético que la hora nos impone. 

Debemos reconstruir la solidaridad en la región. Consolidar sociedades que a todos amparen y no promuevan la cultura del descarte. La inclusión efectiva genera empleo, consolida el mercado interno y abre posibilidades al comercio internacional. Todos sabemos que no hay inclusión efectiva sin políticas públicas de inversión social en seguridad alimentaria, educación, desarrollo cinetífico y tecnológico, infraestructura y salud. 

Deseo que salgamos de aquí con ideas renovadas que favorezcan la construcción de la unidad regional que consolide la equidad social basándose en el desarrollo sostenible. 

Somos integracionistas por identidad. En 1991 fundamos el MERCOSUR que sigue vigente a pesar de los problemas que enfrenta. Ha perdurado por la convivencia entre gobiernos de distintos signos políticos. Hoy ejercemos su presidencia pro tempore.

El pasado 24 de enero, culminó nuestro mandato al frente de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un mecanismo de diálogo y concertación política del cual participan todos los países que integran nuestra geografía común. Tanto la CELAC como la Cumbre Iberoamericana proveen marcos adecuados para pensar soluciones desde el multilateralismo y para intercambiar experiencias que involucren al conjunto de Iberoamérica y el Caribe.

Si la desigualdad mata, el individualismo y la falta de integración nos posterga y empobrece. Debemos continuar trabajando para fortalecer los lazos entre todos los espacios de integración en un marco que preserve la institucionalidad del Estado de Derecho y respete los derechos humanos. No hay solución desde el aislamiento.

Debemos ser creativos y plantear modelos innovadores que propicien el fortalecimiento de las economías en función de las capacidades de nuestros países. 

En materia de seguridad alimentaria y transición energética, la mejora de los niveles de productividad, así como la integración de las cadenas logísticas y de valor, deben incorporar la discusión sobre la inversión y la transferencia de tecnología como palancas del fortalecimiento del sistema alimentario y energético global.

Proyectos como el desarrollo del litio, el hidrógeno verde, la agricultura familiar y los avances en ciencia, tecnología e innovación requieren un esfuerzo de cooperación importante. El destino deseado no es un regreso al pasado. Tenemos materias primas que debemos ser capaces de industrializarlas para que nuestras exportaciones se potencien. 

Debemos vincular las cadenas regionales de valor e identificar nuevas cadenas de suministros seguras. En este campo, América Latina y el Caribe presentan un activo y una oportunidad ante el mundo.

La búsqueda de esos objetivos nos obliga a transitar un camino colmado de obstáculos. Asistimos a un escenario internacional caracterizado por elevados e insostenibles niveles de endeudamiento que condicionan el crecimiento de nuestros países. Las tasas y sobrecargos que el Fondo Monetario Internacional impone a países endeudados resultan abusivos. Esa realidad colisiona con esa arquitectura financiera internacional que antes cuestioné. 

Es necesario acrecentar la transparencia de las instituciones financieras internacionales y abogar por un mayor acceso a facilidades crediticias, a fin de impulsar el crecimiento y el desarrollo antes de que la especulación. 

Asistimos también a una amenaza creciente. La crisis climática pone en crisis la vida de nuestros pueblos y el desarrollo de nuestras economías.

El Caribe se ve expuesto al avance de las aguas del mar mientras soporta huracanes inclementes. El resto de América Latina también sufre. Hoy golpea a la Argentina una sequía histórica que compromete a productores, impacta sobre el valor de los alimentos y restringe recursos financieros esenciales para la recuperación económica y de ingresos de nuestra gente. 

La Argentina se encuentra profundamente comprometida con la implementación del Acuerdo de París. Avanzamos en la transición hacia energías renovables, la adopción de energías limpias para la reducción de las emisiones, así como la erradicación de la deforestación ilegal y la restauración de los ecosistemas.

Para alcanzar tal cometido a nivel global, la arquitectura de financiamiento climático multilateral debe ser justa, transparente y equitativa, basada en el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas. 

La situación global que nos tocó vivir durante la pandemia puso de manifiesto que resulta esencial seguir promoviendo la transformación digital de nuestros pueblos. Esta transformación y la velocidad a la cual se desarrolle dependen en gran medida del avance que se logre en reducir al máximo las brechas digitales. Esto conlleva un gran esfuerzo para encauzar las políticas públicas hacia aquellos sectores en situación de vulnerabilidad que requieren acciones inmediatas.

Deseo agradecer a los Jefes de Estado y de Gobierno de los países iberoamericanos y a los Representantes de los Estados Miembros, por el Comunicado Especial sobre la Cuestión de las Islas Malvinas. Agradecemos profundamente el permanente respaldo al llamado a la reanudación de las negociaciones bilaterales con el Reino Unido conforme las resoluciones de Naciones Unidas y otros foros internacionales.

Vaya el más profundo agradecimiento a la hermana República Dominicana por los esfuerzos en la organización de esta Vigésimo Octava Cumbre Iberoamericana y por la hospitalidad con que nos recibe hoy. 

Este diálogo que proponemos es el que facilitará la construcción de los consensos necesarios que nos permitirán seguir avanzando en proyectos conjuntos y mejorando la calidad de vida de nuestros pueblos. 

La integración y la igualdad son nuestros objetivos. Consolidar la región y dejar de conectarnos con el resto del mundo desde la individualidad, va a hacernos más fuertes a la hora de negociar nuestros intereses comunes. No debemos demorarnos más. Cada día que nos encuentra distanciados, representa energía que se pierde y necesidades que quedan insatisfechas. 

Hoy, sentados en rededor de esta mesa, tomemos la decisión de unir a nuestros pueblos en pos de sus legítimos derechos. Cuando en Argentina celebramos cuarenta años de democracia ininterrumpida, no abramos las puertas a los detractores del Estado de Derecho que destilan odio de sus bocas buscando desalentar a nuestros pueblos. En este tiempo que nos ha tocado, el más difícil sin dudas, hagámoslo posible. Unámonos para ser artífices de nuestro futuro y para que nunca más el mundo central nos postergue en las periferias de la decadencia.